Hugo Gordillo
Escritor

Italia se defiende en una serie de guerras contra los nuevos imperios de Francia y España, en el marco del realismo político. En alianza con los germánicos, los españoles saquean Roma y cargan con objetos preciosos de iglesias y palacios. Los conflictos, a los que se suma la corrupción de la Iglesia Católica, hacen crisis en la economía, la sociedad, el hombre y el arte occidental. Las condiciones están dadas para revoluciones sociales, pero la lucha se centra más en lo religioso. El fraile Girolamo Savonarola encabeza la resistencia armada en Florencia y no tiene piedad para atacar a reyes, aristócratas y excomulgar al mismo Papa, como lo hace con homosexuales y prostitutas. Quema los libros de Petrarca y Boccaccio en la “hoguera de las vanidades” donde Botticelli tira algunos de sus cuadros, arrepentido de pintar santos desnudos. Es tan influyente el religioso, que pone a dudar a Miguel Ángel sobre su obra, marcando el salto renacentista del genio al Manierismo.

Este estilo inestable y desequilibrado rompe con la exactitud y la armonía del arte clásico. En la lucha por acercar el Medioevo con el Renacimiento, los manieristas plasman una pugna entre lo espiritual y lo sensual. Así, los cuerpos bellamente contorsionados no se retuercen por sí mismos, sino por la fuerza del espíritu. Sus formas serpentinas hacen decir al artista: esta es la forma en que yo lo veo. En contraste están la norma y la transgresión, la naturaleza y el artificio. El virtuoso estudia la naturaleza y la supera. Ahorcado y quemado Savonarola, surge la Compañía del amor divino, integrada por laicos y religiosos para enderezar la nave católica, sin mayores resultados con su idea del amor sobre todas las cosas, porque el objetivo de los jerarcas es el comercio de las bulas.

En Alemania, Martín Lutero parte el cristianismo en dos, agudizando la crisis existencial por el machetazo y porque se vuelve del lado de los poderosos. Los alienta a actuar contra campesinos que, además de cambio espiritual, quieren cambio social y que se haga realidad la condena bíblica contra los ricos. La herida de la Reforma afecta el espíritu de los artistas a los que la Iglesia protestante también considera enemigos. Por si la escisión luterana no es suficiente, el catolicismo se cura los golpes con una Contrarreforma, encabezada por el chafa y cura Ignacio de Loyola, autollamado caballero de Cristo, para defender al Papa. La medicina de la Contrarreforma, ratificada en el Concilio de Trento, causa más daños todavía. El catolicismo se alza absolutista empezando con la censura de imprenta y prohíbe la sátira “El Elogio de la Locura” de Erasmo de Roterdam. Persigue a los humanistas, aplicando la inquisición más rigurosa con tortura, mutilación y muerte.

Consciente de que puede mangonear el arte en sus contragolpes, el catolicismo usa, condiciona y condena a los artistas a servir contra las doctrinas herejes. El Concilio prohíbe los desnudos y las representaciones profanas. Manda retirar lo que le parece indecente en lugares sagrados. Los pintores y escultores están obligados a seguir la forma canónica de las historias bíblicas. Aunque el texto sagrado diga que algunos personajes están desnudos, los creadores deben ponerles mashtates “de pureza”. Entre su tradición de artistas mundanos y la imposición religiosa, los genios se vuelven excéntricos y sicópatas. Con tanta inestabilidad, no falta quién acuse a artistas de ser huecos, pero Parmigiano muere haciendo alquimia a los 41años, Pontormo se despide paranoico y solitario, Rosso se suicida y el poeta Tasso estira la pata entre momentos de lucidez y de locura. Aun así, el veneciano Tintorero es el gran pintor de la Contrarreforma con sus obras de Viejo y Nuevo Testamento.

El academicismo tridentino exige una educación amplia para ingresar a las academias de arte. La primera de ellas, la del arquitecto y escultor Giorgio Vasari, que escribe vida y milagros, anécdotas y leyendas de los pintores italianos del Renacimiento. El Manierismo es el primer paso modernista afectado por un problema cultural donde el pasado y el presente se resuelven por la inteligencia, tratando de huir del caos con el temor de que la forma falle y el arte se rompa con una belleza desanimada. Los artistas acaban con la estructura renacentista del espacio y lo descomponen en formas diversas entre el ahorro y el despilfarro. Realidades mezcladas que se asemejan a un sueño.

Tan manierista la obra y la vida de los artistas como la de los escritores. En “El Quijote” el caballero Cervantes se mofa de la vetusta caballería en España. El inglés Shakespeare usa personajes de la anacrónica caballería en Inglaterra con sus obras de teatro para todas las clases sociales a las que critica por parejo, como libre pensador proclive a los derechos humanos, pero, como buen burgués, contrariado por su idea del orden. Así, los artistas se mueven entre la profundización de la experiencia religiosa y el intelectualismo consciente de una realidad que están dispuestos a deformar. El realismo político, con su doble moral expresada en guerras e invasiones militares; el divide y vencerás luterano y la reafirmación del poder inquisitorial católico quedan retratados en “El Príncipe” el libro escrito por el precursor de la ciencia política moderna, su majestad Nicolás Maquiavelo.

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