Santos Barrientos
Escritor
Apuntaba el filósofo del derecho Manuel Atienza en un pequeño ensayo publicado en la revista ‘Doxa. Cuadernos de Filosofía del Derecho’ que “la importancia de la labor de un intelectual, de un profesor universitario (y esto es algo en lo que conviene insistir, dados los nuevos usos académicos), no se puede medir por la cantidad (la abundancia y la extensión) de sus escritos, sino por la calidad de los mismos, y por la influencia que sus trabajos (hayan sido o no publicados) y en un sentido general, su obra, hayan ejercido sobre sus estudiantes, sus discípulos, sus colegas…”.
Se trata de construir la labor docente en cuanto a la fórmula libro-calidad-docencia, no en cuanto enseñanza-calidad-docencia; ambos, me parece, importantes y de gran valor en el “mundo globalizado”; en cuanto a la expresión: docencia de calidad o lo que es lo mismo: enseñanza —en sentido amplio—. Aunque no debe olvidarse que hay docentes que han desarrollado trabajos de investigación (tesis) de considerable importancia académica y que se encuentran guardadas en las bibliotecas, esperando que alguien valore su trabajo científico o que subsistan como un aporte, sin más.
La búsqueda de la calidad docente es una labor que a pocos ha interesado: cultores de la mediocridad y la no-aportación del academicismo; es decir, son apologistas del antiacademicismo y retroceso del mundo académico. Contribuyen, en menor medida, a satisfacer una labor individual, propia de sujetos que buscan crecer en su formación y engordar un currículo para enaltecerlo en los cuadros de su casa como un árbol que crece con hojas secas y no lleva raíces a otros terrenos fértiles. Han olvidado (pensémoslo así) que el aporte a las nuevas generaciones significa también un aporte a la sociedad: el Estado —aunque invención social muy bien recreada para el establecimiento del control social.
La experiencia docente y las tendencias actuales exigen no solo el compromiso por recrear un ambiente de racionalidad dentro de los salones, sino intervenir como interlocutor de la enseñanza-aprendizaje; es decir, acercarse, cada vez más, a la concepción de lo que se refiere enseñar en esta época. Y es ahí donde el doctor Carlos Arsenio Pérez —en su enseñanza iuspedagógica— ha mostrado una calidad académica, por no decir excepcional docencia en la construcción de las nuevas generaciones de estudiantes (sin, por supuesto, olvidar a los docentes que en ejercicio de su dignidad han aportado al crecimiento académico de las nuevas generaciones en las distintas áreas de las ciencias —como el doctor Ángel Valdés, docente en la Escuela de Historia—, dentro de las universidades de esta porción de tierra olvidada, dejada al silencio de aire migratorio). Aquí cabe resaltar que menciono a la docencia de forma plural, sin excluir a los docentes que en su compromiso abrazan, naturalmente, a la enseñanza —en el sentido amplio de la palabra.
Los vínculos existentes en las nuevas formas de docencia constituyen el acercamiento a la ciencia, la cultura y la investigación, para crear una universidad destinada al crecimiento de los más altos y nobles espíritus. La docencia también es identidad. Búsqueda de sí en los otros o inversamente. De cualquier manera, estamos en constante construcción en este mundo rodeado de seres humanos que niegan todo intento de cambio. El cambio no debe ser un lugar común —tan simple, insignificante—, sino el espacio al que se acude para frecuentar otras ramas de un árbol frondoso. Es la esencia de los espíritus que ansían erigir la misión del conocimiento al más alto nivel y esto se vería truncado en la medida en que se decanta la formación académica.
Es, pues, en la universidad donde se construye el pensamiento crítico —al menos eso se espera para lidiar con el derrumbe de la sociedad— y las libertades humanas. Pero también se han construido las más generalizadas ideologías imperantes y desestabilizadoras de los cerebros obtusos: ideas que emergen para cerrarse y no apuntalar a la objetivación científica. Es decir, se debe desembarazar de las ideas dogmáticas del conocimiento. Abrirse a nuevas formas de desarrollo cognitivo y aceptar que el conocimiento científico es una investidura que atiende a la universalidad social: el corpus de la sociedad.
La noble tarea de un profesor universitario es aplicar sus más diversas herramientas pedagógicas y tecnológicas (TICs), principalmente en estos momentos de “tensión social” en que el COVID-19, de cualquier manera, está obligando al encierro. Es, por tanto, que estas herramientas aportan al crecimiento cultural, espiritual, investigativo… fomentan el diálogo estudiante-docente.