Penitents carry a statue of Jesus during a procession by La Merced church as part of Holy Week celebrations in Antigua Guatemala, Friday, April 18, 2014. Holy Week commemorates the last week of the earthly life of Jesus Christ culminating in his crucifixion on Good Friday and his resurrection on Easter Sunday. (AP Photo/Moises Castillo)

Juan Pablo Arce Gordillo1
In memoriam: René Gavarrete Soberón.
En acción de gracias por la salud de mi madre: Rosa Gordillo de Arce.

“¡Cgr!” con un golpe de madera en seco al sentir el peso del anda, comienza ese momento llamado “Turno”. Pero el punto de inicio para estas líneas, no será lo que sucede alrededor del mismo, sino un intento (¡ojalá fructífero!), por adentrarse a la mente de un cargador (o una cargadora), cuando lleva en hombros a las distintas imágenes de pasión, cada cuaresma y Semana Santa.

En esos dos maravilloso ciclos de cursar “Formación fílmica” durante mi adolescencia, de manera impávida tocó ver y analizar (pónganse ustedes en el lugar de muchachos de 16 o 17 años), dos películas bastante emblemáticas de lo que podría denominarse “Cine psicológico”: “El inquilino” (dirigida por Roman Polanski) y “Atrapado sin salida”, actuada por Jack Nicholson. Y rescatando esos análisis y experiencias dentro de la sala de un cine, es que me atrevo a ir a una dimensión interna, para escribir en este artículo, porque lo aprendido y aprehendido ha estado allí, reposando, reactivado por la magistral caracterización de Joaquín Phoenix (ganador del Oscar). Toca ahora sacar provecho y dejar que a manera de un adagio, caminen de forma aligerada los dedos sobre un teclado de la computadora.

Hago la salvedad que no soy experto en ciencias de la conducta o algo que se le parezca, pero si un aventurado que incursiona por campos nuevos, para tratar de hacer algo distinto al escribir sobre esto, que a varios nos apasiona. Alejado de cierto y usual romanticismo procesional, que quizá sólo aparezca brevemente como corolario.

Pareciera que cuando la almohadilla del anda se posa en el hombro de un cargador, se activaran muchos cables dentro, como si destellos eléctricos se esparcieran por todo el ser. Si se va con los ojos abiertos, quizá evocar en esa cuadra, cuando el papá, la mamá, los abuelos o los tíos se situaban con uno, precisamente en ese sitio para ver pasar el cortejo. Si se tratara de ir con los ojos cerrados, permitir que trabajen otros sentidos, particularmente el oído, con las marchas y el olfato, con el olor del incienso, corozo, pino, aserrín y hasta el propio aroma, que cobra matices especiales, que incluso acendran la loción, perfumes aplicados para la ocasión, o el propio sudor por la jornada Todo cobra matices distintos.

Quizá también tocan momentos sumamente duros, ante la pérdida (lejana o reciente), de un ser querido, un amigo, un hermano del turno o de filas. E irremediablemente, todo eso se agolpa, se atropella, incluso a un ritmo que rebasa los compases de una marcha, escritos en papel pautado. Toca hacer una mezcla entre la música, el dolor y darles el ritmo adecuado, para el vaivén del anda y el caminar acompañado de esos 80, 90, 100 o más hombros. Y para quienes lo hemos vivido, sabemos que resulta inevitable detener esa avalancha de neuronas que se disputan la puesta prioritaria de los recuerdos en nuestra cabeza, de por sí ya sudada con el capirote, el casco, la capucha, otro atuendo según la procesión, o descubierta, expuesta a lo que la meteorología haya decidido para la ocasión.

Como todo en esta vida, con el rompimiento de tantos moldes y uniformidades, ante esa libertad de pensamiento “matizada” en las redes sociales (plagadas de gentes de todas las raleas, como diría Serrat y secundando lo que dijo Umberto Eco sobre esto), el tema de la Semana Santa y mucho del ataque hacia el gremio de los cucuruchos, se ha disparado de una manera inusitada. Pero en muchos casos, esas reacciones virulentas provienen de personas que sin la más remota idea y vale ser redundante, ¡no tienen la más mínima idea, de qué pasa por la mente de una persona al momento de cargar! Incluso desproveyendo de la visión estrictamente religiosa. ¡Hay más allá! Resulta un ejercicio, quizá pocas veces realizado, adentrarse a la psiquis de quien carga, buena o mala persona, contrito o pecador, para entender lo que sus pares y quizá algunas personas ajenas a ello, hemos tratado, pero con más alcances, lo que sucede en esos 10, 15, o 20 minutos (esto último, en turnos extraordinarios), cuando se porta al Nazareno, Crucificado, Yacente, Resucitado y a la Madre (en transidas y también festivas advocaciones). Juzgar a la ligera, podría ser tan audaz, como esa ignorancia de las que algunos hacen gala, al decir de un extinto profesor de filosofía.

Y para terminar estas líneas, rescatando ese indefectible amor lírico-procesional, va un remate que resume todo: (Poema 525) ¡HOMBRE QUÉ LLORA AL CARGAR! ¿No resulta acaso arcaico / pensar que el llanto / el derramar las lágrimas / es exclusivamente femenino? // Pues no es así lectores / El ¡hombre que llora al cargar! / quizás desata en ese momento / un salado manantial guardado / Porque en la errada ortodoxia / se asocian las lágrimas / con evidente debilidad / ¡Nada más lejos de la verdad! // El ¡hombre que llora al cargar! / lo hace con gozo, agradecimiento / tristeza, desasosiego, angustia / ¡y no sé cuánto más! // Son quizá, los únicos instantes / en que de forma alguna / se limpia el alma, se cauteriza / y cicatrizan determinadas heridas // ¡Al pie del Señor, / en el bolillo!* [Guatemala, cuaresma, 26 de marzo de 2015]. *En el argot procesional guatemalteco, el bolillo es un travesaño, en donde se coloca una almohadilla de cuero o terciopelo, que cae en el hombro del cargador, por un espacio aproximado de 100 metros, en 10 minutos.

Guatemala, Semana Santa de 2020.
1 Cucurucho, pregonero de la Semana Santa en Guatemala y España. Poeta. Abogado.

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