Juan Fernando Girón Solares
Segunda Parte
Emiliano casi no pudo dormir aquella noche. El cálido viento, pero especialmente las imágenes que una a una pasaba por su pensamiento, le impedían el descanso. No obstante, el “preso” desaparecido inicialmente y luego encontrado, ahora sí había tenido que ser trasladado a la enfermería del centro carcelario debido a los golpes recibidos.
El sudor frío recorría la frente llena de remordimiento de nuestro personaje, cuando el aullar del silbato de una locomotora de la cercana estación central del ferrocarril, que convocaba a los pasajeros hacia el puerto de San José, lo alertó que era el momento de iniciar una nueva jornada. De esa cuenta, los guardias se presentaron al alba con sus batones en mano, para percutir los barrotes de la celda, y salir al patio a primera hora de la mañana, para reiniciar como era costumbre el conteo de los presidiarios de la cuadra: doscientos treinta y nueve ahora, pero con sobrada justificación por el faltante.
Terminado aquel proceso, el reo fue nuevamente convocado por el coronel Meza para que se presentase a la Alcaidía. Antes de ingresar a su despacho, Emiliano pasó frente a la Capilla de la Penitenciaría Central, donde la Imagen de Jesús se encontraba solitaria en la mesa en que se había colocado, flanqueada por las velas de cebo prácticamente consumidas desde el día anterior.
Emiliano experimentó un terrible sentimiento de culpabilidad que nunca había transitado por su mente, pero a pesar de la vergüenza, se quedó mirando unos instantes a la talla del Cristo en los momentos de su pasión. – “Moreno”– dijo secamente el Alcaide. – “Hoy es viernes y recién acaba de dar inicio la Cuaresma, el Padre Gabriel vendrá esta tarde para celebrar la misa, auxiliar a los internos y hacer otras actividades religiosas. Tengo instrucciones del propio señor ministro que le demos todas las facilidades del caso. Usted queda comisionado, tiene derecho a designar quince reos, entre ellos unos cinco que trabajen la carpintería para que lo ayuden, en lo que el Capellán les pedirá”.
-“¡Como usted lo ordena, señor Director!” –Fue la respuesta acostumbrada que salió de la boca de Emiliano. Acudió al sencillo taller de carpintería del penal, donde algunos de los internos fabricaban muebles para ayudar a su subsistencia, devengar algunos centavos, pero fundamentalmente cumplir con el trabajo obligatorio dentro de todo el sistema penitenciario.
El ocio y ante todo la vagancia dentro de cualquier prisión era severamente reprendida en aquellos años e incluso los presos con su peculiar uniforme a rayas, eran muchas veces sacados de la institución para trabajar en obras públicas, como la edificación de caminos o el montaje de ferrocarriles a la vista de los ciudadanos, y por ese motivo, las rayas rojas y blancas del uniforme hicieron que los reos fueran conocidos como “los pirulíes” en semejanza de unos confites de gran aceptación.
Los carpinteros fueron seleccionados, y de igual manera el resto de presidiarios y a las doce y media del día viernes, con la aprobación de la guardia de prevención, los presos fueron trasladados de nuevo a la Capellanía contigua a la Capilla presidiaria. Emiliano saludó con respeto al Padre Gabriel, a quien había conocido el día anterior, quien era acompañado por un distinguido caballero que lucía cumbo y elegante traje de la época.
-“Señores, buenas tardes a todos”- inició el Padre Gabriel. –“Me acompaña esta tarde, el Maestro MARCIAL PREM, es un distinguido músico y compositor. El propio presidente, Licenciado don Manuel Estrada Cabrera, me ha solicitado que se conforme un conjunto musical, específicamente una banda de música dentro de la población reclusa. El Maestro Marcial Prem es autor de marchas fúnebres y él será el encargado de enseñar a los integrantes. Por otra parte, se me ha autorizado también, la realización a partir de este año y mientras yo sea el Capellán de esta institución, el realizar un cortejo procesional con la imagen del Señor que trajimos ayer, el Jueves Santo. Necesitamos la elaboración de una pequeña anda procesional, allí es donde entran los carpinteros. Entiendo que usted será el que nos ayudará a organizar a ambos grupos ¿?”. –
Al final de su intervención, los ojos del Padre Gabriel se posaron en Emiliano. Nuevamente y según lo apuntamos, nunca había sido un hombre creyente ni menos practicante, pero, aun así, empezó a comprender que Dios estaba tratando de comunicarle un mensaje de importancia, algo así como lo que su Madre ya fallecida, le narraba en sus reflexiones cuando era niño allá en el Templo de San Juan de Dios, en Quetzaltenango.
Luego de tragar fuertemente saliva, Emiliano respondió en forma afirmativa al religioso, y le confirmó la orden que había recibido del director para prestarle el apoyo necesario al Capellán. Menuda empresa en la cual, no es que se hubiera metido, sino más bien lo habían metido las autoridades de la Penitenciaría Central, pero su reflexión espiritual lo tranquilizaba: buscar la madera y carpinteros diestros para la elaboración del mueble procesional, no sería tanto el problema, pero sí organizar un conjunto de diez reclusos con aptitud y vocación musicales, y entrenarlos para que conformaran una “banda”. -“MMM, eso sí es cuesta arriba…”- pensó para sus adentros.
Aquella tarde, y luego de las directrices recibidas tanto del Padre Gabriel como del Maestro Prem, el Sacerdote celebró la misa inmediatamente con la presencia de algunos prisioneros dentro de la capilla. La homilía versó sobre el tema de -La esperanza en momentos de aflicción-. Concluido el acto religioso, se leyeron las oraciones propias del Vía crucis y finalmente se escuchó la confesión de quienes quisieron acercarse al sacramento. Todo ello en presencia de la Imagen del Cristo, con su dulce mirada, su cabellera tallada y su frente y pómulos sangrantes.
El grupo de carpinteros fue trasladado al final de la tarde a la Capilla, para tomar medidas y dimensiones y aunque ninguno había participado en la elaboración de un anda procesional en el pasado, las ideas y aportes empezaron a ser discutidas. Emiliano por su parte, caminó por todo el presidio, anunciando de viva voz la conformación del conjunto musical que sería adiestrado por el Maestro Prem. Incluso, consultó con el Encargado si se le permitía ingresar con la misma interrogante al tristemente célebre “Triángulo” o “Callejón” donde guardaban prisión los presos por delitos políticos de la época, pero la respuesta fue tajante en forma negativa.
La noche empezó a cubrir con su negro manto los grises muros de la Penitenciaría, y apenas tres personas le manifestaron a Emiliano, sus escasos conocimientos en solfa y en pentagrama: un muchacho proveniente del departamento de Escuintla, que había trabajado en algún tiempo como maestro de instrucción musical, un corneta que había prestado servicios en el Fuerte de Matamoros y finalmente un presidiario que cumplía condena por sus problemas derivados del abuso en la ingesta de alcohol, pero que había formado parte de un conjunto musical que prestaba sus servicios en un elegante salón social de la Calle Real.
Esa noche, Emiliano se fue a descansar con la fatiga y los rigores propios de la dureza de la vida penitenciaria. Nuevamente cerró sus ojos y antes de quedarse profundamente dormido, recibió de nueva cuenta la visita en su mente del hermoso rostro del Cristo del Padre Gabriel, el Cristo que por aquellos días visitaba la Capilla en el interior de la Penitenciaría. Meditando en su corazón, que efectivamente Dios, le estaba encomendando una tarea.