Mario Montalbetti (Lima, Perú, 1953). Dejemos que el poeta hable: «Hay dos tipos de escritores: uno que cree en el lenguaje, que puede agarrarlo del pescuezo, retorcerlo y hacerlo decir lo que se quiere; y otro que cree que en el fondo el lenguaje está hablando a través suyo».

 

Fin desierto (fragmento)

hay un desierto a la deriva
enterrado entre tormentas
hay un escorpión inteligente

tallado en cada muerte
y hay una muerte tras otra

entusiasmadas con la religión

aves frías te golpean la cabeza
y aprendes enseguida

hay un río dentro del río

fabricando fiebres delicadas
hay una puerta detrás de la puerta

y un bizcocho detrás del mundo

excavamos en los días de la tiza
vertebrado / invertebrado

escribimos para tapar los hoyos
y reparar las faltas

hay un ángel de barro acantonado en posición fetal
y al fondo un enemigo intolerante

hay un musco que contiene réplicas
de todo lo que has oído
hay un libro que repite todo lo que escribes
y otro que escribe todo lo que repites

hay un sol partido en dos
y una sombra espesa en la escisión

hay un perro perdido en el ojo de la horca

(cada línea es un río una calle un color imaginario
un número irracional en medio de una suma infrecuente
el rostro cambiante de una ventana un amanecer en tu boca
una lápida una lápida que no coagula…

porque cada línea contiene su propia ausencia
porque cada línea no importa

la escala termina con la forma
los ritmos y las texturas se desbandan sobre las dunas
la aridez se hace rama inquebrantable)

de todas las huellas / escoge la del desierto
de todos los sueños / el de las bestias
de todas las muertes / escoge la tuya propia

que será la más breve y ocurrirá en todas partes

Ya no te quiero, pequeña

Ya no te quiero, pequeña
ahora amo a los caballos.

Mañana amaré a las islas
y pasado será alguna ave.

(Tal vez en tres años
te vuelva a amar).

Y luego serán las vacas
pintas y luego serán
los minerales -tú sabes, el
cobre, el hierro, el-
y luego serán las ciudades
(alguna que otra jirafa)
y luego los puentes.

Antes un arcoíris que amarte, pequeña,
ya no te quiero
ahora amo a una mujer
que disuelve sus cuerpos
en las lluvias del otoño
iluminada/ anudada/ inundada
por el neón brillante
del poste de alumbrado público.

(Oh pequeña)
ya no (te quiero
Oh mujer)
ya no te quiero

sólo amo a las calles que me alientan
hacia la noche mientras la noche
ya no es noche sino mar y el mar
tumba de sonámbulos océanos, licor.

Bastante menos que una idea

No creas en la verdad.
No creas en la belleza.
No creas en el amor.
Siéntate al piano
sopla el corno
rasga la cuerda
y quedamos a la par.
No me alcances un beserol
si me duele la cabeza.
No repitas conmigo
películas que ya viste.
No creas que hay algo
importante en lo que haces.

Ni siquiera una buena acción
es tan buena como ninguna acción.

Octava nube o noveno cielo apartes
algún día el cuerpo será un hecho suficiente.

La dorada

A la pregunta ¿cuánto has amado?
responde como si el lenguaje, mejor aún,

como si el vino se hubiera acabado.
Di que has de ir por más.

Afila el cuchillo y eviscera
la dorada que yace exangüe

sobre el batán vil de la cocina.
Y con la misma hoja separa lo tuyo

de lo tuyo. Es tuyo.
Textos seleccionados por Gustavo Sánchez Zepeda

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