Museo de arte de El Salvador.

Miguel Flores Castellanos
Doctor en Artes y Letras

Lo que podría llamarse el campo de las artes visuales estaría compuesto por museos, galerías de arte no comerciales y comerciales, crítica especializada, artistas, escuelas de arte y comisarios de exposiciones, actividades como bienales y reconocimientos. Además, publicaciones especializadas en arte. Otros países han logrado establecer este sistema del arte. El Salvador y Costa Rica son un ejemplo de ello. Esto permite conocer el arte visual desde dos perspectivas, la simbólica y la comercial.

Es necesaria una galería no comercial que presente obras que, por aspectos ideológicos e innovaciones técnicas, no sean objeto de apuesta del mercado. Muchos se preguntarán, ¿para qué una galería más si en la Ciudad de Guatemala existen seis? Además de que, mal que bien cumplen la función y mantienen el mercado del arte. El resultado de la interacción (mezcolanza) de estos espacios hacia un mismo público objetivo, lo que hace es crear confusión. Y como se dice, en río revuelto, ganancia de pescadores. Los artistas mediocres vendidos como estrellas a precios exorbitantes frente a un cliente no formado. Lo peor de esta situación es la deformación de la información que llega a los estudiantes de todos los niveles, ya que sus maestros –también desinformados y producto del sistema actual– viven en una alarmante confusión que proyectan a sus alumnos. Esto llega hasta los grandes empresarios que son timados por los más listos y elocuentes en la venta de arte.

Algo de esta función no comercial la cumple el pequeño espacio dedicado a las exposiciones temporales del Museo Nacional de Arte Moderno Carlos Mérida, que a pesar de sus muchas carencias técnicas –iluminación y versatilidad para montajes expositivos– ha sido escenario de exposiciones internacionales de la Fundación Ortiz Gurdián y de artistas nacionales que nunca debían de haber presentado obra en ese espacio. Un ejemplo de ello, un grupo de escultores de olas, ejercicios de tallado en mármol, que fue vendida al público como piezas de artistas, pero que en realidad fuera de su maestra, el resto son aprendices.

Interior de la Galería Nacional de Arte de El Salvador.

Acciones como esta desprestigian la poca credibilidad de la institución museo. Además surgen preguntas como ¿cuál es el procedimiento para que el museo organice una exposición en ese espacio? ¿Qué requisitos necesitan llenar los aspirantes? Como todo en Guatemala… el cuello, los contactos y el dinero, ya que el museo únicamente pone los clavos, el personal de colgaduría (sic) y la seguridad. El resto corre por cuenta del artista. Si se ve para atrás, hacía más la desaparecida Dirección General de Bellas Artes, que ayudaba con invitaciones y catálogos, y organización en un espacio como fue por muchos años la galería El Túnel.

Cuando surgen las galerías del Centro Cultural Metropolitano, en el antiguo edificio de Correos, la visión de Ricardo Rodríguez permitió dotar a ese gran espacio de tres galerías funcionales que llenaban los requisitos de exposiciones de gran envergadura. En sus primeros años la dirección de las galerías mostró audacia, sin embargo hay que tomar en cuenta que ese fue o sigue siendo un territorio Arzú, y con esa sombra mantiene un pensamiento ultraconservador. Así, en forma sutil, empezó la censura y decir no a ciertas exposiciones. Esas galerías han parado en el centro de exposiciones de los alumnos de las escuelas de arte municipal y en sitio de exhibición del producto de talleres no precisamente de arte. Los fondos municipales dedicados al arte visual parece que únicamente dan para una exposición al año patrocinada por ese centro cultural.

Otro espacio que nació con vocación no comercial para exposiciones de arte fue Galería Cero, o los espacios expositivos en el Palacio Nacional de la Cultura, un lugar poco agraciado para albergar exposiciones: mala iluminación, espacios saturados de formas y colores propios del edificio ubiquista que son patrimonio cultural y que no permite ni utilizar un clavo. Todo ello ha dado origen a unos paneles horrendos. Lo peor es la programación, tampoco existen reglas explícitas para los artistas. No se comunica cuando hay una nueva exposición, no abren los sábados y sus horarios son los de las oficinas de gobierno. No hay un comisario encargado, y si lo hay es un burócrata que no sabe de arte. Además, cada vez que hay un acto de Estado (porque el Palacio Nacional de la Cultura se ha convertido en un salón de usos múltiples del gobierno), no permiten el ingreso.

La necesidad de iniciar con una galería no comercial es urgente ante la confusión que actualmente priva en el campo de las artes visuales. Dicho espacio debe contar con las instalaciones pertinentes y un comisario profesional.

Artículo anteriorAEU interpone impugnación contra nominación de Romeo Monterrosa
Artículo siguienteINVITACIÓN DEL CENTRO PEN, GUATEMALA