MADRID
Agencia dpa / (Europa Press) –
Más de medio millón de copias despachó Joaquín Sabina de ’19 Días y 500 Noches’, su undécimo y aclamado disco de estudio, editado en septiembre de 1999 como colofón a una etapa de su vida totalmente excesiva en todos los aspectos.
El invierno de 1998 «fue la época más enloquecida» de un Sabina a punto de cumplir 50 años -los alcanzaría durante el proceso- y empeñado en escribir su obra más magna. A esa tarea se entregó con determinación manteniéndose a base de whisky, cocaína y café.
Este proceso agotador y con un punto suicida es el que se relata en ’19 Días y 500 Noches. Sabina fin de siglo’ (Juan Puchades, Editorial Efe Eme), un libro que en algo más de 200 páginas disecciona una de las obras más destacadas de la música popular española.
Cual taxidermista decidido a dejar para la posteridad un relato vivo y fidedigno de lo que aconteció veintipocos años atrás, Puchades profundiza en la creación del disco más importante de la vida de Sabina. Porque podría haber salido mal pero, no: salió bien.
Eran los tiempos en los que demasiada gente tenía la llave de la casa de Joaquín en los alrededores de Tirso de Molina en Madrid, cuando su hogar era punto de encuentro y taller de canciones de manera constante, mezclando los días con las noches.
Desde marzo hasta otoño se volcó en la escritura de las canciones de ’19 días y 500 noches’, un proceso que el propio Joaquín rememora en el libro: «He sido mucho más moderado de lo que dice mi leyenda. Y he llegado a los setenta años, que se dice pronto».
Pero tras esta afirmación, confiesa que sin cocaína no hubiera sido el mismo disco: «No, absolutamente no. Ese punto de concentración obsesiva que da la coca es imposible de encontrar de otra manera. El disco es un disco de coca, completamente».
«Durante unos años es una cosa estupenda para escribir canciones, luego no. Me dormía con el cuaderno en la mano, muy tarde, y cuando me despertaba iba directamente al cuaderno. Era capaz de estar dos o tres horas con un cuarteto o con un verso solo, corrigiendo», recuerda.
De hecho, el ictus que sufrió en 2001 se lo atribuye Sabina «a la cantidad de coca, a no dormir, los cafés y whisky que me metí para escribir ’19 días y 500 noches’, que fueron dos meses sin dormir». Aunque defiende que seis meses antes de que le diera el ictus ya había dejado la cocaína.
Ese punto de locura no hace más que engrandecer la leyenda de un disco del que Juan Puchades reconstruye todas sus claves: la composición, la grabación, las canciones, el diseño, las fotografías, las giras o las versiones que ha dejado.
Más de doscientas páginas que contextualización, exploran y analizan con un detallismo tan profundo como fascinante, aportando detalles inéditos y reveladores para entender el final del verano de un Sabina que llegó a su propia cima como creador, peleando con locura por escribir la canción más hermosa del mundo mientras redefinía su manera de cantar.