Vicente Antonio Vásquez Bonilla
Embajador Universal de la Cultura
UEAT-Unesco. Tarija Bolivia 2014

En tiempos de la Colonia, en la actual Ciudad Vieja, todo el mundo estaba aterrado y decían que el diablo se les aparecía a toda hora y en cualquier lugar, pero principalmente durante las noches o cuando estaban a solas.

La noticia de tan infausto suceso se regó a lo largo y a lo ancho de la región y las autoridades de la cercana y nueva ciudad de Santiago de los Caballeros de Goatemala (Hoy, La Antigua Guatemala) enviaron a sus representantes civiles y eclesiásticos más sagaces para que entrevistaran a los vecinos y, de ser posible, a comprobar la veracidad o la falsedad de los hechos.

Los avispados funcionarios escuchaban a los lugareños en una y mil versiones, pero de ninguna manera podían comprobar la autenticidad de los sucesos. Al parecer el diablo o los diablos tenían predilección por los nativos del pueblo, pues por más que los burócratas de la capitanía vagaban a solas por los lugares más apartados, no lograban que a ellos se les aparecieran. Inclusive hubo valientes que permanecieron a solas en el cementerio de la localidad, pero con resultados negativos. Y empezaron a creer que era un ardid de los pobladores para atraer la atención de las autoridades de la capital y mejorar la economía del empobrecido poblado.

-¿Y cómo es el diablo? -les preguntaban los enviados a las personas que aseguraban haberlo visto.
-Es colorado como la grana -aseguró alguien.
-Pero su cara es rojinegra -aseveró otro.
-Sí, una combinación de rojo y negro -afirmó un tercero.
-Pero no es un solo diablo -dijo el señor cura santiguándose-. ¡Es legión!
-Sí, es cierto y los comanda el Rey Diablo en persona -aseguró el alcalde auxiliar, viendo con temor para todos lados-, pues porta en la cabeza la corona de su alta jerarquía.
-Y algo curioso -intervino el maestro rural-, todos los demonios tienen el pelo rubio como el oro y largas trenzas que flamean al aire.
-Entonces debe tratarse de los espíritus malignos de los españoles que murieron durante la inundación de la ciudad y que han regresado para hacernos daño.
-O son demonios que salieron de las entrañas de la tierra aprovechando la erupción del Volcán de Fuego.
-¡Estamos perdidos! -gritó uno del público-, primero el Volcán de Agua arrasó con la ciudad, acabando con media humanidad y ahora el Volcán de Fuego vomita a los diablos para que se lleven nuestras inmortales almas.
Menudearon murmullos e imprecaciones, algunos rezaban, otros se persignaban y hasta hubo quienes se postraron de hinojos. El temor era generalizado y ese 8 de diciembre, el pueblo oró con fe a la Virgen María.

Y la santa madre de Jesús, viéndolos con ojos de misericordia, se apiadó de sus fieles seguidores y envió en su defensa a un poderoso ángel, quien, gracias a su alta investidura y decidida acción, logró como por arte de magia o mejor dicho como por efecto de un milagro de indiscutible efectividad, derrotar en presencia de todos sus secuaces al líder de los infiernos y como consecuencia de ello, los diablos desaparecieron y dejaron de molestar a los habitantes de tan devoto vecindario. En la eterna lucha entre el bien y el mal, la fe había triunfado una vez más.

Y el pueblo agradecido, desde entonces, dedica su feria patronal a la Virgen María, quien años después, fue denominada por el Vaticano, como La Inmaculada Concepción y por su parte, los pueblerinos la bautizaron con el confianzudo sobrenombre de La Chapetona. En esta festividad anual, se recuerda la épica hazaña con El Baile de la Legión de los 24 Diablos, en donde el vicario del ángel protector se enfrenta cada año a la Legión para salvar el alma de los Shigualos; aunque en esta época, el que representa al espíritu celeste, dice con pesar y pesimismo que ya nada se puede hacer debido al constante y creciente pecado del hombre y que su único destino es el infierno. Asimismo, en la actualidad, algunos incrédulos le restan lustre a la histórica hazaña, asegurando que ésta, es una simple tradición que fue importada de Cataluña, España. Sea como sea, lo cierto es que el cachudo no se ha vuelto a aparecer por esos lares.

Publicado en el libro:
La verdá os hará libres

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