Miguel Flores Castellanos
Doctor en Artes y Letras
Cualquier relación entre un artista y una institución cultural genera relaciones donde el poder se manifiesta. Para Foucault “el poder designa relaciones entre sujetos que de algún modo, conforman una asociación o grupo, y para ejercerlo se emplean técnicas de amaestramiento, procedimientos de dominación, y sistemas para obtener la obediencia”. Un centro educativo es el ejemplo típico de este tipo de relaciones de poder, sea a nivel parvulario o universitario hasta el nivel de posgrados.
Aspectos como la arquitectura de estas instituciones educativas, y los distintos roles que juegan los sujetos, pasando por las actividades programadas forman parte de un mismo objetivo. Jorge Martija indica en su artículo: “El poder según Foucault” que ante estas estructuras surgen estrategias como la vigilancia, la recompensa, el castigo, donde la jerarquía es piramidal. En el mundo del arte este poder está encubierto. Sin duda la mejor estrategia para ejercer el poder es llevarlo a cabo sin que la persona afectada esté consciente de ello. Hay que hacer notar que el poder puede ser legitimado a través de acuerdos sociales y rituales continuos.
Por muy enclenques y paupérrimas que se vean instituciones como los museos guatemaltecos, estos ejercen su poder en el campo. Para un ejemplo de esto el museo de Arqueología y Antropología lo ejerce en el vendedor de boletos de entrada. Cualquier visitante tiene que pasar por ese escritorio, por cobrarse el ingreso, que es de nacionales, Q5.00 y los extranjeros Q60.00. Si quien visita es pelo no negro y ojos claros es catalogado por el responsable de la taquilla como extranjero, aunque sea zacapaneco. Por lo que hay que demostrar la identidad, mostrando el documento de identificación. Enseñar el documento es tener que plegarse ante el poder del museo que lo ve diferente.
Con la publicación del libro de pintores, el museo de Arte Moderno con la sola selección de artistas que hizo, ejerció su poder al determinar quién aparecería en la publicación, determinando un canon para el arte moderno, aunque haya incluido a artistas actuales como Mariadolores Castellanos y Darío Escobar, dejando fuera a tanto otros emblemáticos que quedaron como Jorge De León, Regina José Galindo, por decir algunos nombres. Una situación similar ocurre en el mundo literario con las editoriales. Por esta razón surgen pequeñas editoriales, las que no pueden competir con una empresa colonizadora como Alfaguara, pero que también ejercen un poder sobre los escritores adscritos a ellos.
Donde se ponga la vista hay signos del poder. Un visitante a una exposición tiene que regirse al “protocolo” de ingreso de una galería, para poder ver una exposición. En algunas es solo tocar el timbre, en otras, dar su nombre y ser escaneado visualmente con un agente de seguridad de traje negro como ocurre en la sala de exposiciones de la Fundación Rosas Botrán en la zona 14. Los nombres de las instituciones llevan la semilla del poder, no sería lo mismo Rosas Pérez.
Los apellidos en este país son marcas de poder. Aquí los artistas tienen que entrar en la jugada bajo las reglas de esta organización, o simplemente no juegan (léase exponer, salir publicado en un catálogo, ser llevado de viaje). Una institución poderosa significa muchas veces el manejo presupuestario amplio. El dinero es un factor de poder, todo lo que haga o deje de hacer una institución de este tipo en el campo de las artes, es como un elefante en una venta de cristal, sus decisiones buenas o malas repercuten en el campo artístico. Si esto se mezcla con dinero del mercado del arte los efectos son la consagración de autores mediocres la mayoría de las veces. En una institución cultural como fundaciones o museos esta acción es imperdonable.
La revista Forbes México en su edición de diciembre de 2016, decía que el arte, es una actividad solo para valientes, y es cierto. Carmen Reviriego decía: “…hay miles de artistas vagando por Nueva York, Londres, Berlín o cualquier otra ciudad del mundo en busca de una oportunidad para exponer sus trabajos o encontrar a alguien que los represente, les ayude o les dé una oportunidad”. El artista tiene que enfrentarse al poder y tomar decisiones que marcarán su vida. En el caso de Guatemala ante la ineficacia del Ministerio de Cultura en el campo de las artes, el poder recae en las instituciones privadas que han visto en el arte una fuente de financiamiento de sus fundaciones, algo muy alejado del concepto de fundación.