Karla Martina Olascoaga
Escritora

“Quienes lo bautizaron, sabrán reconocer su opacidad…”

Un oscuro personaje de dudosa reputación fue enviado por el rey a la comarca de las artes. Gargamel, el nuevo emisario algo fodongo y vestido con colores cenizos, llegó al pueblo luego de ser repudiado en otros parajes, comarcas y cantones por su notorio egoísmo, falta de empatía, cerrazón y horrible carácter; además de alguna que otra acusación seria o proceso (desdibujado por el tiempo o el dinero) en extramuros de la corona.

El personaje oscuro y disminuido, desde el primer día sometió con la mirada y volvió pelirroja a Blancanieves, pasando a llamarla Rojanieves a vista y paciencia de todos los artistas del pueblo. No contento con el nuevo pelo e ideas rojo carmesí de la que fuera una nívea princesa, la ató a sus propias convicciones y la volvió una marioneta de sus caprichos. Días después, quemó al hermoso e inteligente Pinocho en la hoguera de su incomprensión, situación muy normal en un ser opaco como Gargamel, quien ya empezaba a expandir la amargura y a regarla como pólvora desde su triste y solitaria cabaña.

Su vacía vida, carente -a veces- de algunos placeres terrenales por culpa de su falsa vocación, lo impulsaron esa misma semana a apoderarse de los siete enanitos, a quienes interrogó colmándolos de preguntas e hipótesis cursis y superficiales, además de absurdas. El colmo fue que instó a los siete hermosos y pequeños artistas a crear -según él- coreografías de danzas autóctonas modernas, sin que al menos uno de ellos fuera heredero de dicha autoctonía: los enanitos siempre fueron citadinos en este cuento.

Unos días después, visiblemente desencajado, intentó sin éxito manosear el intelecto de Alicia con sus nudosas, rojizas y torpes manos y se odió a sí mismo como y desde siempre ya que pretendió -sin éxito- convertirla en cómplice de sus desavenencias internas. Ella displicente y aburrida, se llevó sonriente el país de las maravillas en su morral lleno de sonajas y cascabeles, dejando mudo y confundido al necio y feo personaje. Gargamel siempre fue oscuro, tóxico y decadente. Su timbre de voz es gangoso, nasal y desagradable, igual que la pancita que le cuelga sobre el pantalón siempre flojo en las posaderas.

Los cuentos de la comarca, la felicidad, la fantasía, el arte y el amor son placeres que él nunca disfrutará porque la maldad es su sino. Lo supimos cuando le robó 300 monedas de oro a Cenicienta, que, sin querer, mientras le quitaba la ceniza a uno de sus crisoles preferidos, lo rompió en mil pedazos. Cenicienta y su familia no pudieron siquiera llevarse un pan a la boca durante unas semanas, gracias a la mezquindad de la gárgola viviente, porque 300 monedas de oro son mucho para una familia donde solo una de las hijas puede trabajar.

Y así, uno a uno fue decapitando artistas, personajes de cuentos hermosos e historias inspiradoras y sometiendo a otros, como a la pequeña Lulú, quien no es dueña de su tiempo ni de su alma en horario laboral y a veces extralaboral, desde que él llegó. Pero Lulú es poeta, analítica e inteligente y sabrá sortear las adversidades y volar muy pero muy lejos de la comarca arrasada, cuando de ella solo queden cenizas.

Y claro, sembró cizaña al por mayor, los árboles hermosos se fueron enjutando a pocos, las flores se marchitaron, la grama se tornó amarillenta, los gatos poblaron los alrededores llenos de pulgas y maullidos espantosos, parieron más gatas que nunca y todas abandonaron a sus crías, las obras de teatro modificaron su público en horario habitual, el coro dejó de cantar alegremente para convertirse en una letanía triste, lejana. La obra de danza creada durante su dictadura sólo evocó una resistencia silente de palabras, pero indestructible en movimientos, generó enojo y rabia en los danzantes y un enorme dolor en bloque, contenido, indestructible y hermoso. Porque el arte es y seguirá siendo un gran reflector y ecualizador del sentir humano, pese a cualquier Gargamel oportunista e infeliz para quien no habrá amor en vida, sólo amargura. Felizmente, la viscosa huella que va dejando a su paso terminará por asfixiarlo, como lo asfixiarán sus propias historias ocultas a conveniencia.

Las mujeres son para él un sino de temor y desprecio porque eso recibió de su madre, quien al parirlo pudo ver en el recién nacido, el signo inequívoco de su opacidad en su olor y su mirada vacía. De niño nunca tuvo amiguitas de su edad, las niñas no parecían sentir el menor atisbo de curiosidad por él. Esto último no pareció importarle mucho. Se sabe que algún familiar compasivo e imprudente le hizo pensar tontamente en algún punto de su escaso desarrollo intelectual, que su camino de “elegido” iba en dirección de alguna de las religiones tradicionales y él optó por las sotanas (que nunca usa) y por un celibato de mentira, que poco ha cumplido. Yo he visto sus aviesos ojillos brillar de gusto necio e indiscreto ante la belleza juvenil y la única vez que vi asomarse una sonrisa a su rostro, ésta fue provocada por uno de esos jóvenes que busca atraer.

Sin embargo, lo mejor de esta historia es que él constituye la razón perfecta para volverse ateo, agnóstico o dejar de creer en “mensajeros de Dios en la tierra”. La maldad es una característica muy humana, la de él desde su “privilegiada posición eclesiástica” es un llamado a desarmar las ideas y viejas estructuras de pensamiento que abonan a la impunidad, la complicidad y el abuso, un llamado a despertar del sueño de los inocentes en que hemos vivido y que a veces da sorpresas desagradables. Gargamel es un hombre común, débil ante sus pulsiones, de carne y hueso y nunca verá el reino de los cielos porque sus placeres elementales están y estarán por encima de cualquier amor al prójimo, al desposeído o al que sufre.

Adiós enanitos bellos, adiós Pinocho querido, adiós Cenicienta, pequeña Lulú y Rojanieves, adiós pinares hermosos, quebradas y barrancos llenos de hadas y duendes; que el amanecer los sorprenda confesados porque la comarca de las artes ya no existe, ahora solo pervive la moneda de la sumisión por necesidad o por cobardía. Y que viva la creación por los siglos de los siglos, ¡Amén!

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