Adolfo Mazariegos
Escritor y Columnista de La Hora

Era una mañana soleada, calurosa, extrañamente ajetreada. La noche anterior había escuchado en la televisión el pronóstico de lluvia para ese día, y sonriendo pensé: “se equivocaron, otra vez”. No imaginaba siquiera que estaba por sumergirme, placenteramente, en un verdadero océano de agua desatada. Volví la vista hacia el escritorio, como cada día, preparándome para introducirme en la vorágine del quehacer cotidiano; y fue cuando la vi, allí, cerca del teclado de la computadora: una lluvia de pájaros cual reencarnación de luz con la que Paolo Guinea decidió cobijar esta vez su poesía, su nuevo libro, ese torrente de inspiración que parece brotar inexorable como del fondo de la tierra, de esas profundidades donde es posible encontrar –quizá– la raíz de cualquier misterio.

La nueva obra del poeta se llama así: Agua Desatada, un singular poemario en el que se hace acompañar de otro grande del arte y la cultura guatemalteca, el artista plástico Mendel Samayoa, quien también da rienda suelta a su inspiración y plasma, con genialidad contundente, trozos de un universo que parece derramarse en cada lienzo, sombras, mariposas, niños y autobuses lejanos que son presagio de grandes misterios desvelados con astucia y singularidad inusitada en cada pincelada, y en cada uno de los versos de Guinea Ovalle. Pluma y pincel, mancuerna perfecta sin duda, que en complicidad van regando historias empapadas de corazón y tinta en cada página del libro.

Paolo Guinea es un poeta incansable, un ser humano muy humano que lleva en sus hombros una mochila con varios títulos publicados, cientos o miles de palabras y sentimientos que tarde o temprano han buscado la forma de ver la luz, a manera de ejercicio contemplativo que se convierte, al mismo tiempo, en una suerte de narrativa de lo que sucede en las capas alternas (a la “realidad”) en este periplo al que llamamos vida, una línea con la que el autor comenzó –según me contó–, desde Caballitos, su cuarto libro publicado.

“Describime tu nueva obra”, le pedí, y me sorprendió con estas palabras que, por obvias razones, nadie podría haber dicho mejor: “Agua Desatada –me dijo– es también llama, fuego, y lo que alguna vez fue hogar. Agua Desatada es la poesía que atraviesa al pecho con un enjambre de aire con filo; dolor, alegría y tiempo contando a la desmemoria. Mendel Samayoa supo retratar este delirio en imágenes que se escurren y llueven en la atemporalidad y el desgaste del corazón de tanto mirar; es obsesión, oficio y búsqueda”.

El proyecto de la obra nació —me contó—, de la memoria del agua contenida en dos artistas. Y lo que hoy vemos como resultado de esta particular simbiosis (en la que nada se toca y a la vez todo confluye —como dos ríos de agua dulce y salada; quizás dos mares—) es el lazo roto de cada uno (como un potro huyendo) hecho un cristal en mil pedazos estallado; unificado, dejándose liquidar por una luz viva. Un estar allá y aquí al mismo tiempo, en el más ruidoso de todos los silencios.

El libro y la colección pictórica incluida en la publicación se presentaron el pasado tres de agosto en el auditorio del Fondo de Cultura Económica (Ciudad de Guatemala), una placentera tarde con leve lluvia cristalina en la que se respiró poesía y arte por todos lados. El pronóstico del clima, al final de cuentas, fue acertado para ese día, las nubes lo sabían, y se sumaron al placer de soltar aquello que se lleva dentro, guardado, atesorado, contenido, aquello que, sin embargo, no podría ser más simple que un secreto, o un secreto que no puede ser tan simple quizá: lo esencial, a veces es invisible para los ojos, sólo con el corazón se puede ver bien como dijo alguna vez Saint Exupèry en voz del Principito. Y la obra de Paolo Guinea acompañado en esta ocasión por Mendel Samayoa, es menester leerla y verla así, no sólo con los ojos, sino también con el corazón. Sólo así se podrá llegar, quizá, a entender ese delirio, ese torrente de agua que también es fuego, esa llama que alguna vez fue hogar, más al fondo de la raíz de cualquier misterio.

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