Hugo Gordillo
Escritor

El caos social y artístico da un giro de muchos grados. El hombre domestica animales, poniéndole bordas a la cabra, la más caótica de las criaturas. Arca atemporal que incluye cuadrúpedos de tracción y aves corraleras. Detrás del caballo se hiende la tierra, que hace del hombre un hortelano. La semilla germina y el agricultor deja la recolección de frutos en segundo plano. En el solar con barandas, el cacareo de la gallina ponedora lo confirma como granjero.

Aquel parásito se hace trabajador. Impone su jerarquía hogareña y el respeto comunitario. Desde la estabilidad de su vida, coopera con la comunidad laboral colectiva. En adelante todo será orden hasta nueva orden, trabajo y descanso planificados, así como la previsión para el tiempo de ocio invernal. La nueva economía conduce al hombre a desarrollar un arte nuevo. No más individualidades, que arribe la organización. No más anarquistas, el arte necesita ser ordenado.

Si el naturalismo logró la primera división del trabajo, el geometrismo neolítico dio el primer y más grande tajo en el arte, aun al margen de la historia. Todo es racional y se intelectualiza. La imagen ya no es el objeto en sí, ni siquiera un espejo. Es idea, signo, símbolo abstracto y abreviatura caricaturesca. El artista se echa el trompo de roca dura a la uña. Aunque vive en choza, pone piedra sobre piedra de cara al sol. Es su homenaje a la cueva que lo abrigó durante lunas llenas y cuarteras por tanto tiempo. Le agrega pasillos y corredores a la cada vez más perfecta obra megalítica.

Con su sapiencia arquitectónica edifica recámaras. Esfuerzo de artista vivo para honrar a los principales muertos, no para hacerse notar por la historia venidera. Es la grandeza de la obra, no la del artista anónimo. Sin derechos de autor como la misma prehistoria. El hombre se solaza, ordenadamente, en la casa, la granja, la tierra y la colonia. A buen tiempo buena cara, a mal tiempo, cara de angustia. A falta de lluvia, exceso de sequía. A exceso de aguaceros, gripes e inundaciones.

La abundancia y la productividad son demonios benignos. Las pestes, la tierra estéril y la escasez, demonios malvados. La bendición y la maldición están enfrentadas en los parietales del hombre racional. Quién lo manda a pensar de más. Lo inexplorado y lo secreto se apoderan de su ser. De estos monstruos nace la cultura del animismo, la adoración de espíritus, la fe en las almas y el culto a los muertos. Los animales hablan, los bosques encantan, el espíritu de un ser vivo o muerto le hará bien o le hará daño.

Dios está por llegar y, con él, la magnificación del santuario, donde le ha antecedido el animal tótem. La nueva economía no solo echa por la borda el naturalismo, sino permite que el ser humano pierda la sensibilidad. La agudeza visual para cazar ya no la necesita porque tiene a la vista el animal doméstico. Ni el olfato, ni el tacto ni el oído le sirven ya de nada. La sensorialidad y la irracionalidad antigua son sustituidas por el sinsentido y el concepto que alcanzan su cúspide en el culto y la religión.

Con una forma de vida impersonal y estacionada en instituciones permanentes, el artista despliega un nuevo arte de formulario e inmutable. Rígido, sin movimiento, esquematizado. Se conforma con formas inequívocas para ser comprendidas al chilazo. La representación plástica es simbólica y abstracta. El arte es decorativo, bifurca a los genios en la choza y la comunidad. El artista, en sus tiempos de ocio, se dedica al arte sepulcral sagrado, elaborando ídolos de bendición y maldición. La artista, en sus tiempos libres, irrumpe en lo profano con un espíritu artesanal de gran técnica para el decorado. Ambos envidian al mago que solo pintaba.

Ellos deben atender su precioso oficio y el trabajo planificado. La mujer no se mimetiza con la naturaleza. Sencillamente la interpreta, la exagera, la distorsiona. Acaba con la representación del objeto. Desnaturaliza. Es la dueña del concepto e influye en el hombre artista. El arte de la época es femenino en una vasija conceptual. Alejada del naturalismo, la artista deja a los animales en el corral o en el campo. Solo pinta al humano, como ella quiere que sea, no como es. Es su idea. Un círculo por cabeza, porque cada cabeza es un mundo, unas líneas verticales para el tronco y dos líneas curvas para las extremidades.

Ni siquiera se detiene en las caras, mucho menos en los descarados. Dos puntos son ojos sin cejas o ambas cosas. No hay caras de odio, ni caritas felices de yo amo a la humanidad. Un círculo es boca sin nariz o un resumen de las dos. Neolítica pero recatada, la artista se olvida, a propósito, de definir sexos en el arte. Cuando se le ocurre pintar mujeres le hace dos semicírculos pictóricos en el torso. Por las chiches las conoceréis. Cuando pinta hombres les pone un arma en la mano. Nunca la mano en el arma. Mujer tenía que ser para degustarse con tanto orden.

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