Victor Muñoz
Premio Nacional de Literatura
-Ve –me dijo la tía Toya-, sería bueno que te mandaras a hacer unos tus pantalones porque esos que tenés ya están brillantes de las nalgas.
La mera verdad es que yo nunca me fijo en ciertos detalles, por lo que fui a revisar mis pantalones y me di cuenta de que la tía Toya tenía razón, mis pantalones ya lucían un poco como lamparosos y hasta se les estaban deshilachando los ruedos. En su vista me fui a comprar un par de telas a la quinta avenida. Viniendo de regreso me encontré con Gedeón. Me preguntó qué andaba haciendo y se lo dije.
-Mirá –me dijo-, te recomiendo que se los llevés a mi tío Ángel. Él es sastre de los buenos y tiene bastantes años de dedicarse a sastre.
Le dije que estaba bueno, pero se lo dije por salir del paso, ya que siempre que me llevo de sus consejos me va mal. Nos despedimos con las elementales cortesías y quedamos de vernos cualquier otro día. En cuanto llegué a la casa y papaíto me vio llegar con un paquete me preguntó qué cosa había comprado. Le expliqué que me iba a mandar a hacer un par de pantalones con el sastre de la vuelta. Solo se quedó pensando y me dijo que estaba bueno.
Y ese fin de semana había pensado llevarme mis telas a donde el sastre, pero se apareció Gedeón con que había hablado con su tío Ángel y que me mandaba a decir que con mucho gusto me confeccionaría mis pantalones. Estuve de acuerdo, pero de pronto se desató una lluvia tan cerrada que no nos dejó salir; además, el tío de Gedeón tiene su sastrería como dos kilómetros más allá del Estadio de La Pedrera, ya llegando a Chinautla. Gedeón se fue ya casi al anochecer, cuando se calmó la lluvia.
A la hora de la cena le hice el comentario a Papaíto sobre la visita de Gedeón y su ofrecimiento para que su tío me hiciera los pantalones.
-Mirá –me dijo-, ni siquiera se te vaya a ocurrir darle las telas a ese señor. Es el sastre más inútil que existe. A mí me echó a perder dos casimires finos. Yo no sé qué es lo que le pasa, pero deja los pantalones como medio jalados y cuando vos los querés usar se te arremangan las entrepiernas y se te apuñuscan los tanates, peor si estás sentado, comenzás a sentir como que se te acalambran las piernas. Se los devolví varias veces para que me los arreglara pero cada vez los dejaba peor. No los pude usar nunca.
Tales comentarios me dejaron pensativo, pero con las carreras del trabajo, del estudio y de todo lo demás, se me fueron pasando las semanas y no me recordé de las telas sino hasta que Gedeón se apareció por la casa un sábado temprano. Luego de platicar de esto y de lo otro llegamos a lo de los pantalones. Le dije que todavía no los había mandado a hacer.
-¿Y por qué no nos vamos de una vez a donde mi tío Ángel? –me propuso.
Yo, recordando lo que me había advertido Papaíto solo me quedé pensando hasta que se me ocurrió decirle que el problema consistía en que ya estaba acostumbrado al estilo del sastre de la vuelta.
-Ah, bueno –me dijo-, entonces si querés, de una vez vamos para que te los haga.
Y nos fuimos, pero solo para llevarnos la sorpresa de que ya no había sastrería, que el sastre se había muerto y ahora había una tortillería.
-Mirá pues –me dijo-, como que te conviene que mi tío te haga tus pantalones.
-¿Es que sabés cuál es el problema? –le dije-, que este sastre me conocía mis medidas.
-¿Ni sabés qué? –me respondió-, te llevás un pantalón que te quede bien, le decimos a mi tío que te los haga iguales y asunto arreglado.
Su propuesta me pareció interesante, entonces pasé a la casa a decirle a Papaíto que iría a ver lo de los pantalones y que estaría de regreso a eso del mediodía.
-¿Y a dónde los vas a llevar? –me preguntó.
Le dije que a donde el tío de Gedeón. Hizo una cara como de desilusión y me dijo que yo era un necio y que me iba a arrepentir. Le expliqué que le llevaría uno de muestra para que me los hiciera iguales. Solo me hizo una seña con la mano como quien dice que con éste no se puede, se dio la vuelta y ya no me dijo nada.
Le llevé mis telas y mi muestra al tío de Gedeón. La muestra era un pantalón nuevo muy bonito que acababa de comprar y que me había costado caro, y le dije al señor que los quería iguales.
-No tenga pena jovencito –me dijo-, le van a quedar igualitos, el sábado entrante se los tengo.
En primer lugar no me los tuvo ese sábado sino como hasta dos meses más tarde; además, cuando me los probé me quedaron jalados, tal como me lo había advertido Papaíto, pero él se miraba feliz.
-Hasta aproveché para arreglarle el que me trajo –me dijo.
Tuve que tirar los tres pantalones a la basura. Y todo por llevarme de los consejos del bruto ese del Gedeón.