Miguel Flores

La obra de arte, como afirma Juan Plazaola, plantea un itinerario que el observador interesado en el arte debe recorrer hasta llegar a la contemplación. “Una vez asombrados podemos avanzar hacia la abolición del asombro, y entonces vamos hacia la filosofía y la ciencia. Pero también podemos detenernos en el asombro, afincar en él la vida profunda de nuestro yo entero, habitarlo en cierto modo, es entonces cuando vivimos estéticamente. El asombro aleja al hombre de lo práctico para llevarlo al campo de lo contemplativo”.

Toda experiencia estética provoca algún tipo de emoción y al mismo tiempo es estimulante, rompe la linealidad de la vida diaria. Esto ocurre incluso dentro de las personas vinculadas al campo del arte, siempre hay una capacidad de asombro. Plazaola indica que “en la fase final de (…) esta experiencia –la estética– el gozo nos inunda en la pura contemplación. Ya no indagamos, ni comparamos, ni exigimos, ni comprobamos… Simplemente contemplamos. (…) El contemplador se convierte en mirada (…) se identifica con el objeto contemplado. Este gozo es tan intenso algunas veces que ese tipo de contemplación merece el nombre de rapto”.

Algunas obras de arte llegan a atrapar al observador, llevarlo a un estado extático que se experimenta en ciertos instantes de plenitud y no es raro hacer un símil al éxtasis místico.

Estas anotaciones sobre la vivencia estética vienen a colación por la más reciente obra fotográfica de Jorge Luis Chavarría: Tres tiempos. Un tríptico en placa húmeda (wet plate), sobre vidrio, un proceso artesanal de finales del siglo XIX al que este fotógrafo ha regresado en plena era digital. Al dejar por un lado la novedad de impresión en vidrio a través de técnicas antiguas, lo que queda es una poderosa imagen simbólica, donde las tusas abiertas dan paso a mostrar los granos de maíz que parecen de plata.

Una imagen común para muchos, pero que el autor sublima, a través un complejo juego de sombras (la obra es en blanco y negro). Chavarría pone en relieve el símbolo de una cultura que el canon del mercado de arte rara vez le ha puesto interés. Esas mazorcas, además, hoy en día tienen un lado obscuro, el del sometimiento, llegando a los lindes con la esclavitud (invisible) de mujeres indígenas haciendo tortillas de maíz para los tres tiempos (desayuno, almuerzo y cena). Al colocarla en un portarretratos, delimitándola con un barroco marco dorado, Chavarría da un paso más en romper el canon tradicional, llevando a una posición de opulencia una imagen del fruto de la tierra y el trabajo de una cultura vilependiada.

Es notorio en Chavarría una actitud decolonial al imponer y hacer circular esta imagen en espacios como una galería de arte y una subasta como Juannio. Ojalá que los observadores puedan tener sensibilidad suficiente para detenerse y contemplar, y dejarse llevar por el rapto que esta obra es capaz de producir.

Esta obra podrá ser vista en la Galería Sol del Río a partir del próximo sábado 6 de julio, junto a otros destacados fotógrafos.

Artículo anteriorSin claridad de propuestas contra la corrupción de candidatos punteros
Artículo siguienteEl caballo alazán y el jinete sin cabeza