Dennis Orlando Escobar Galicia
Periodista
Esta película se estrenó hace dos meses en Netflix. En las salas de cine de Guatemala es casi seguro que no se verá porque no es de acción, de miedo o de violencia. No obstante, por recomendación de unos pocos cinéfilos, se ofrece en ventas populares que promueven cine de calidad.
El libro del mismo nombre, en el que se basó el productor del filme, está siendo ofrecido por una conocida librería que logró importar una mínima cantidad de ejemplares.
El niño que domó el viento es una historia verdadera que ocurrió hace quince años en Malaui o Malawi, país sin salida al mar ubicado al sureste de África y que se independizó del Reino Unido en 1966. Este país tiene una superficie muy similar a la nuestra y ocupa el 171 lugar en el índice de desarrollo humano. Guatemala está en el puesto 127. En Malaui se padecen hambrunas muy similares a las que sufren poblaciones como las de Jocotán y Camotán en Chiquimula, Guatemala. Curiosamente ambos países tienen como principal alimento el maíz. Al maíz blanco en idioma Chichewa se le llama chimanga.
La película, de auténtica motivación, está basada en la historia de Wiliam Kamkwamba (1987), joven de catorce años que para enfrentar la hambruna de su familia y rescatar la agricultura de sobrevivencia ideó un molino de viento para extraer agua subterránea. Aprendió a crearlo a través de la lectura en la ínfima biblioteca de un colegio de su localidad, después de haber sido excluido de sus clases regulares por no estar al día en sus cuotas. Los materiales para la hechura los adquirió en un botadero de basura.
Vale mencionar que Winbe, la población natal de Wiliam, situada en la región central de Malaui, sufría inundaciones y sequías como consecuencia de la deforestación provocada por empresas saqueadoras en complicidad con gobiernos corruptos. Los pobladores padecían una severa crisis alimentaria que poco a poco provocaba desnutrición y muerte. Los politicastros mientras tanto lucraban con el hambre del pueblo. “La democracia es como una yuca importada, se pudre antes”, dice el padre del joven inventor.
El ingenio del chico africano y su tenacidad por demostrar que sí era posible sobrevivir, “es una historia universal que es parte del compromiso y la creatividad de los jóvenes y su espíritu profundo”, dice Chiwetel Ejiofor, productor, director y actor de la película, conocido por su actuación en la película 12 años de esclavitud.
El filme es una historia motivacional de superación. En él se enaltecen valores morales como el amor a la familia y a la comunidad, la perseverancia para enfrentar las adversidades, la conciencia social y el espíritu inquisidor que busca en la ciencia la solución de los problemas con que se enfrentan los humanos, principalmente los más vulnerables, es decir: ¡los pobres!
La historia me conmovió porque laboro en la Facultad de Agronomía de la Usac, institución obligada a «formar profesionales con valores y conciencia social, que contribuyan al desarrollo sostenible del país y al bienestar de sus habitantes a través de la generación y aplicación de conocimientos en la agricultura ampliada y ciencias ambientales». Esto me motivó a sugerir la proyección de la película en uno de los salones de clase.
Los pocos que asistieron fueron tocados en su conciencia porque conocen la situación de hambruna de algunos lugares de Guatemala (ejemplo: la parte centro oriental del Corredor Seco), así como también la de muchos proyectos apoyados por la cooperación internacional para paliar el hambre y la desnutrición. Millones invertidos pero que aún no han causado impacto para acabar con el flagelo.
El libro, escrito por su protagonista Wiliam Kamkwamba, y el periodista Bryan Mealer, abunda en más detalles y nos adentra con la imaginación en la vida de ese ingenioso adolescente que con el molino de viento trajo la electricidad a su casa, y ayudó a su familia y comunidad a obtener el agua que necesitaban para sus cultivos de sobrevivencia.
Cine y literatura: dos lenguajes distintos. Por tanto, Ejiofor se permitió la licencia de hacer unos pequeños cambios y resaltar aspectos de su interés al redactar el guion para la película. Por ejemplo: reducir el número de miembros de la familia de Wiliam, resaltar la corrupción de los politiqueros y los abusos que cometen con la población vulnerable.
La obra, de 329 páginas, impresas en papel certificado por el FSC, contiene prólogo, quince capítulos, epílogo y agradecimientos a quienes desde el inicio a la fecha han apoyado a Wiliam en su empeño de cambiar el destino de su familia y del país entero.
En el epílogo, Wiliam, ya un ingeniero egresado de una universidad estadounidense, escribe: «Ahora que ya estamos en 2014 y que me he graduado, la gente me pregunta qué planes tengo y dónde pienso vivir. Por supuesto, estaría muy bien quedarme en Estados Unidos, encontrar un buen trabajo (…) y ganar un montón de dinero. Pero ese no soy yo. A pesar de lo mucho que me gusta el país, mi corazón y mi futuro pertenecen a África».
Película y libro El niño que domó el viento recomendables para toda la familia. Obras para solaz y educación en todos los niveles educativos. En lo personal, con esta historia sigo creyendo que con jóvenes como Wiliam Kamkwamba sí se puede cambiar el mundo.