Luis Esteban Quel García
Escritor

La llanta de la motocicleta rechinó. La moto quedó atravesada frente a la camioneta urbana que venía atascada, la cual frenó de improviso para no atropellarla. Fermín baja de la moto y se dirige a la puerta del bus. Saca la escuadra que lleva escondida bajo la chumpa de cuero. Aterrorizada, gritando, la gente intenta bajarse atropelladamente del bus para escapar de la muerte. Siempre el mismo efecto.

No le interesa más que una sola persona. Desde que sube visualiza a su víctima, que parece desconcertada. Tiene un rostro diferente. Difícil de olvidar. Por lo menos para él, desde aquel día en la Universidad en que descubrieron que era un “oreja”. Estuvieron a punto de matarlo a golpes y patadas. Le rompieron las costillas, le dejaron un par de señas imborrables. Pero se recuperó. El peor error que pudo cometer fue quitarle su arma, mofarse de él y asegurarle que iba a matarlo. Mejor lo hubiera hecho.

-El arma es parte de su cuerpo. Deben protegerla con su vida. Si se las quitan serán como inválidos – les gritaban en el cuartel a cada rato.

Él jamás olvidó su nombre. No lo buscó antes porque estaba demasiado ocupado en otros trabajos, hasta ahora, que estaba más libre. Con sus conectes en el ejército le fue fácil averiguar todo lo que quería. Desde siempre tuvo la misma dirección. Se casó pero seguía viviendo en el mismo lugar. Tiene un hijo de ocho meses, un carro, un trabajo estable. Nunca se graduó en la Universidad. Partida de cerotes que solo a chupar y a chingar llegaban, pensó.

Salía de su casa hacia el trabajo a las siete de la mañana y regresaba alrededor de las ocho de la noche. El carro se le había descompuesto el mes pasado. Ahora salía a las seis y treinta de la mañana para viajar en bus urbano. Esto era lo que más le interesaba. Hubiera preferido que fuera en el carro. Sería más fácil. Pero ni modo, había que adecuarse a las situaciones. Trazó su plan. Todo estaba listo.

Caminó normalmente dentro del bus, como quien tiene en sus manos los hilos del destino, sabe su misión. No puede equivocarse.

¿Por qué esta gente le teme tanto a la muerte?, si al fin de cuentas todos moriremos. Había mejor que adorarla, rezarle, ponerle su veladora para que cuando llegue el momento nos encuentre en paz. Jamás entendería a este montón de gente mierda que se conforma con vivir en la pobreza, en la desgracia. Hasta se acostumbran. La vida se hizo para jugársela y estar preparado a perder.

Por fin se detiene al final del bus. Frente a un hombre asustado que lleva un niño en brazos. Los rayos de sol entran por la ventana.

¿Te recordás de mi cerote? –grita Fermín.

El hombre volteó la cabeza hacia la puerta de salida. Estaba tan cerca de llegar. Hasta ese momento toma conciencia del grave peligro que corre. Mira a todos lados. No recuerda esa cara, no lo conoce. Busca un lugar para protegerse. El terror lo ha paralizado. Es incapaz de moverse. Las piernas no le responden. Empieza a gemir. Todavía alcanza a implorar:

-No, por favor –tan bajo que solamente él se escucha.

En un último movimiento intenta proteger al niño que lleva en brazos. Fermín levanta su brazo derecho. La muerte se apodera de su espíritu y escupe dos ráfagas de fuego al pecho del hombre. Los disparos sacuden al hombre, que trata de asirse al agarrador del asiento, pero es en vano. Cae al suelo sosteniendo al niño, a quien milagrosamente no le pasa nada. Fermín se acerca al hombre que agoniza. Escucha su rápida respiración. Los ojos abiertos desmesuradamente. Un río de sangre empieza a correr para la puerta. Coloca la boca del arma en la cabeza y prepara el disparo. Todo su cuerpo está lleno del sentimiento de supremacía. Por un momento es Dios, puede decidir quién vive o quién muere. Una sensación que siempre quiere repetir. Matar también es un vicio, difícil de dejar.

El niño mueve la cabeza, queda cara a cara con Fermín, quien lo observa balbucear temeroso, a punto de llorar. Un pensamiento extraño le pasa por la cabeza. Por un momento duda. Ve al niño fijamente y siente que algo está mal. Antes de pensar otra cosa, dispara a la cabeza del hombre. Ve al niño y sin dudarlo también le dispara.

-Los hijos de los comunistas algún día seguirán sus pasos, por eso hay que exterminarlos.

Se lo enseñaron a palos en el ejército. Jamás olvidaría la lección. Debía mostrar su fidelidad siempre.

La camioneta está prácticamente vacía. Camina rápidamente para bajarse. Se da cuenta de que una mujer acurrucada solloza quedamente en un sillón. Pasa de largo sin detenerse. No le importan sus lágrimas. Se sube a la motocicleta en la que espera su compañero y huyen rápidamente, dejando un sentimiento de impotencia a su alrededor. La motocicleta alcanza el tráfico matutino y se pierde en esa locura. Fermín llega a su casa. Tiene hambre. Invita a su compañero a desayunar. No puede. Tiene otras cosas que hacer. Le da un fuerte abrazo. Le agradece su colaboración y le dice que le debe una.

La esposa de Fermín escucha la llegada de la moto. Sabe que regresó. No sabe en qué trabaja, pero lo sospecha. No tiene horario fijo. Muchas veces sale de noche. No llega durante varios días y no tiene comunicación con él en ese tiempo. Eso le da temor. Lo ha visto en fotos con gente importante que viste de manera impecable. Cuando se encabrona hay que tener cuidado. Le ha pegado varias veces. Pero eso es normal en una pareja. Algunas veces llegan sus amigos a la casa. Se ponen borrachos. Se drogan. Por las noches sacan sus armas. Disparan al aire. Gritan a todo pulmón corridos de moda. Pero vive bien. Eso es lo que importa. Le causa orgullo decirle a su madre que se equivocó, ella no es ninguna fracasada, muerta de hambre.

Fermín entra a su casa, por fuera una casa de block, vieja, despintada. Por dentro, comodidades que contrastan a todas luces con la fachada. Va directamente a su cuarto. Guarda el arma en la gaveta más alta del armario. Su hijo mayor lo observa desde la puerta.

-Nunca, nunca vaya a tocar lo que guardo aquí –le indica con severidad. El niño niega con la cabeza. Fermín lo carga. Lo abraza cariñosamente diciéndole que lo quiere mucho.

Se sienta a desayunar. Se siente muy bien. Poderoso. Los otros son solamente un “trabajo” por el que le pagan. En cambio este fue diferente. Este fue personal. Por fin ha saldado una cuenta pendiente.

Artículo anteriorERNESTO SABATO LO PEQUEÑO Y LO GRANDE
Artículo siguienteUn filme de Jayro Bustamante sobre opresión y liberación