Segunda Parte

Álvaro Ruiz Abreu
Escritor, biógrafo y profesor de la Universidad Autónoma Metropolitana de México

En varias escenas de La carreta se habla de proletarios, y el lector se pregunta si los indígenas pertenecen a esa categoría de los obreros a los que se refería Marx cuando hizo su teoría sobre la división de clases; o bien la clase proletaria que Lev Trotsky definió como la encargada de llevar a cabo la revolución permanente. Los explotadores están en el cielo y en la tierra, aun en el paraíso ellos gozan de los privilegios que tuvieron abajo y “toman lo mejor, ya sea del cielo o de la tierra, y nunca ocupan el segundo lugar”.

En una parte de esta historia, Estrellita, la mujer de Andrés, le dice que lo seguirá hasta el fin del mundo, y que juntos purgarán la culpa que sea preciso pagar, parece que es Sonia la que habla a Raskolnikov y se compromete a seguirlo a Siberia. Es una escena cinematográfica, escrita para el cine. La solidaridad humana, basada en el amor y el respeto mutuo, en la filantropía de un alma que busca su camino, se vuelve pura metafísica, lo que está más allá de la realidad y de la vista: justo en el conocimiento del otro. Dos voluntades que se vuelven una sola, en un impulso por alcanzar la comunión que no se encuentra en la Iglesia Católica sino en la piedad de las criaturas como Estrellita y Andrés. Ella le promete esto: “-Yo iré contigo, yo te seguiré a las monterías. Adonde quiera que tú vayas iré yo. Más allá de los límites del mundo. No habrá lugar demasiado lejano, ni camino demasiado duro, ni trabajo demasiado pesado si puedo estar contigo”.

Varias de las novelas de Traven fueron llevadas al cine apenas aparecidas, como El tesoro de la Sierra Madre, El barco de la muerte y La rosa blanca. En México, su amistad intensa con el fotógrafo Gabriel Figueroa lo acercó a los sets cinematográficos de la industria del cine de los años cuarenta a setenta. Desde que López Tarso hizo el papel de Macario en la película del mismo nombre, Traven pasó a ser un escritor conocido, popular, pues en la historia contada por su puño y letra aparecía un campesino, pobre, sin pertenencia alguna, expuesto, desamparado en este mundo, y que el hambre ya atávica lo sorprende un día en que sueña con un banquete. Se come un pavo entero. Del sueño cae en la pesadilla. ¿Y qué sueña este hombre pobre? En sus fiestas, en sus tradiciones, en el mundo mágico que han visto sus ojos desde la cuna y que han vivido sus abuelos y sus padres, en una historia de agravios.

En un escritor de su talla es evidente que se cruzan muchas influencias, de autores clásicos, y de diversas disciplinas que van de la filosofía a la ciencia, de la poesía a la música, de las artes plásticas a la literatura. Y Baumann1 deja claro en su excelente ensayo sobre Traven, que una de las más importantes es la del filósofo Max Skirner, más que Proudhon, Bakunin, Kropotkin o Malatesta. Max Skirner (1806-1856) fue un profesor universitario alemán, que respondía en realidad al nombre de Johann Kaspar Schmith. Es un pensador anarquista pero intenso, que influyó a Marx y Engels, refutó el idealismo de Hegel y escribió un libro crucial: El único y su propiedad, escrito en alemán y publicado en 1845, se tradujo a varias lenguas y se considera fundamental para entender el yo del individuo y su relación con los demás, el yo que domina a la naturaleza y se proclama su propio amo.

La idea de Skirner es que los hombres no están gobernados por el Estado sino por la burocracia al servicio de ese Estado, “condena todas las ideas como ideas, sosteniendo que nos encadenan”. Es evidente en La rebelión de los colgados, una descripción de las monterías en el sureste de México, una novela antropológica y social, cerca del reportaje de investigación y sin embargo escrita con esa prosa inconfundible y precisa, irónica y puntillosa que define el universo literario de Traven. Es además y en varios sentidos, una exploración de la conciencia indígena que en otros autores del género casi no aparece.

La figura enigmática que fue Traven se agranda y se complica una vez que el lector hurga en su biografía; juega con dos fechas por lo menos de su nacimiento y también con el país de procedencia, Alemania o Estados Unidos, y sus relaciones familiares tampoco despejan el misterio. Su hijastra, Malú Montes de Oca Luján, recuerda a ese hombre en el que se cruzan varias vidas y varias identidades: “Inventó muchas cosas sobre su origen, sobre su vida; desde luego, mi mamá sabía la verdad, pero ella hizo una alianza con él y un día me dijo: ‘a mí nunca me van a sacar nada de lo que él no quería que se supiera’. No se lo dijo a nadie”.2

Así es que los secretos del escritor, aunque los conociera obviamente su esposa, quedaron en un baúl cerrado con llave maestra. Malú lo recupera en el momento de su muerte: “Fuimos muy felices con Traven. Murió en 1969 y fuimos a dejar sus cenizas a Chiapas –él había pedido que se esparcieran en la selva lacandona-. Llegamos a Ocosingo con toda la prensa nacional y extranjera. Los indígenas prepararon una ceremonia impresionante y todo olía a pino”.

1 Véase Michael L. Baumann, B. Traven, traducción de Juan José Utrilla, Lecturas Mexicanas, núm. 70, Fondo de Cultura Económica y Secretaría de Educación Pública, 1985.
2 Citado en José Luis Martínez S, “Traven íntimo”, Laberinto, suplemento de Milenio, sábado 18 de junio de 2016, p. 07.

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