Max Araujo
Escritor
La muerte de Humberto me trajo muchos recuerdos: de una época, de una vida intensa y compartida en las décadas de los ochenta y noventa, de la que dejé testimonios en la columna “el ojo de Max Araujo” que publiqué, en el desaparecido El Imparcial y posteriormente en La Hora.
En una de las tantas tardes sabatinas, de finales de los ochenta, que compartí con Luis Alfredo Arango, en el pequeño estudio de su casa, en Jardines de Tikal, zona 7 de la ciudad de Guatemala, me entregó un poema para Carlos René García Escobar, para que este lo incluyera en la sección “La Teluria Cultural”, que dirigía como sección del Suplemento Cultural de La Hora, cuyo encargado era Alfonso Enrique Barrientos. Arango me indicó que era de un su paisano, indígena, que trabajaba en una maquila.
Ese poema fue publicado y causó una gran alegría en su autor, porque apareció a la par de uno de Julio Fausto Aguilera. En ese momento todo un honor. Ese autor fue Ak´abal, y a ese poema vinieron otros, que se publicaron por el mismo procedimiento. Para llegar a ese primer momento, meses antes, se nos ocurrió a varios escritores, organizar presentaciones de autores en el IGA, para que leyeran parte de su obra, siendo que Isabel Garma (Norma García Mainierí) propuso para esos eventos el nombre de “Tacón y hueso”. El primer invitado fue Luis Alfredo Arango.
A esa presentación llegó Humberto, para reiniciar las pláticas que había convenido con Arango, que no se realizaron porque Luis Alfredo dejó de laborar en el IGSS. Ak´abal se enteró de la actividad por medio de la prensa. Después del evento conversaron y Arango lo invitó para que llegara, los domingos por la mañana, a su casa. En esa época yo llegaba al mismo lugar los sábados por la tarde. A la primera reunión Ak´abal le llevó unos poemas que, a Arango, no le gustaron, según me contó Luis Alfredo, porque eran sosos, por lo que le solicitó que le llevara otros, y nuevamente, a la semana siguiente, sucedió lo mismo.
En la tercera ocasión le llevó como con vergüenza y timidez, unos poemas, escritos con anterioridad, rechazados por otra persona, que fue la causa por la que Humberto había escritos los poemas que no gustaron a Arango. El sujeto de cuyo nombre ignoro le había dicho que dejara de escribir indiadas. Arango leyó los nuevos poemas, le gustaron, y le dijo “esto es lo suyo, siga así”, y escogió uno, que fue el que me dio para Carlos René. Días después hubo una presentación de un libro, no recuerdo de quién, en la Alianza Francesa, ahí me abordó Ak´abal, no nos conocíamos y me dio las gracias por ser el intermediario con Carlos René, a quien le presenté inmediatamente. Pude comprobar en ese momento que estaba ante un personaje distinto al que yo me había imaginado cuando Luis Alfredo me entregó el poema. Se inició entre nosotros una amistad, que hizo que Humberto tomara mi oficina profesional, situada en el edificio El Patio, de la zona cuatro, como su sede para recibir correspondencia. Hablo de los años noventa. Llegaba casi todos los días.
Como al año y medio de nuestro primer encuentro, Luis Alfredo Arango, nos solicitó a los otros miembros del Consejo de Editorial Cultura; Luis Fernando Cifuentes, María del Carmen Pellecer y este servidor, que aprobáramos la publicación del libro “El animalero” de Ak´abal, que nosotros no habíamos leído, pero que él avalaba porque conocía de la calidad del mismo. Ese libro contenía los poemas que se publicaron en “La Teluria Cultural” y otros del mismo estilo. Es por ello que días después, cuando levantamos el acta del mencionado Consejo, el que dejamos cuando Marta Regina de Fashen, última Ministra de Cultura y Deportes del gobierno demócrata cristiano, entregó el cargo. En dicha acta consignamos lo que literalmente dice: “Tercero. Juan Fernando Cifuentes informa que la obra El Animalero de Humberto Ak´abal, el maestro Luis Alfredo Arango hizo la revisión de artes finales y las ilustraciones de la portada e interiores. Actualmente está en proceso final de impresiones y se estima que su presentación podrá realizarse a mediados de febrero de 1991”.
Y así, mientras pasaban los días, mi amistad con Humberto se fue haciendo más sólida, conoció a mi familia, llegaba a casa, me acompañaba a nuestra granja a San Raimundo. Yo le iba a traer y a dejar a su vivienda en la colonia Monte Real, tomábamos cerveza, asistíamos a eventos culturales, y conocí a algunas de sus novias, entre ellas algunas extranjeras, porque comenzó a ser popular. Cuando Rigoberta Menchú recibió el Premio Nobel de la Paz lo celebramos los dos en el Lai Lai, en donde con cervezas, entre pecho y espalda, lloró.
En otra ocasión, entre tantas, coincidimos en un bar de la zona diez, con el embajador de Chile y un alto funcionario de la Cancillería de ese país. En esa oportunidad, él invitó, y se gastó con mucha alegría las regalías que le llegaron del extranjero por la publicación de uno de sus libros. En reiteradas ocasiones me contó de su historia personal, a la que hacía pequeñas modificaciones o agregaba nuevos datos. Conocí de su sólida preparación en literatura, de su histrionismo, de lo educado y gentil que era, menos cuando bebía, ya que se ponía un poco agresivo cuando no le gustaba el ambiente o lo que se decía. Y de entre muchos amigos que le presenté están Paco Morales Santos, William Lemus, Rafael Ruiloba, a Chema Rubio, Ángel Pariente, y Efer Arocha (sus anfitriones muchas veces en España y Francia) y a otros, con los que nos reuníamos a almorzar casi todos los días en El Establo, como Sam Colop y Luis Ortiz, y en ocasiones especiales en la Cofradía Godot. De ambos lugares, que ya tienen un lugar en la historia de la cultura en el país, escribí crónicas en la columna “El ojo de Max Araujo”.
Una de las personalidades que también le presenté fue a Mario Monteforte Toledo, cuando llegó a Guatemala, en un segundo y definitivo retorno, acompañado de su esposa Mireya, mexicana. En esa ocasión, en el Hotel Colonial de la zona uno, compartimos las horas previas a la azarosa llegada de “Esperanto”, el caballo que Mario trajo de México, el que recibimos a las cuatro de la mañana, en la calzada Aguilar Batres. Monteforte le sugirió a Humberto, entre otros libros fundamentales, la lectura de “El ser y el tiempo” de Heidegger, como un libro fundamental para su formación.
Esperanto fue un caballo que de la frontera entre México y Guatemala llegó en un camión inadecuado, y lo llevamos a los establos de La Aurora, en donde Mario ya tenía previsto un lugar para que se lo atendiera. Nuestro escritor lo montaba y era un espectáculo verlo, por la alta escuela. Se lo había comprado a la familia Domecg, por la venta que hizo de una pintura que le había obsequiado Guayasamin. Monteforte creo que se lo dejó a su muerte a Chepe Zamora.
Entre otros recuerdos que tengo de mi cercanía con Ak´abal están el que para el CILCA de 1996 llegamos con él al aeropuerto La Aurora a recibir a muchos de los invitados, entre ellos al doctor Giuseppe Bellini, acompañado por Dante Liano y otros académicos italianos. Bellini al escuchar al día siguiente a Ak´abal, en un recital que de manera improvisada yo le organicé en la sede del Congreso, el MUSAC, se sorprendió al comprobar que la persona que le cargó su valija, con mucha amabilidad, al salir del aeropuerto, era el poeta. Una noche de ese congreso, por el que nos reuníamos por las noches en la Bodeguita del Centro y en Pie de Lana, nos fuimos de parranda con Gioconda Belli, y otra amiga nicaragüense. Les sorprendió lo encantador que era Humberto. La pasamos muy bien. Y es que a todos les impresionaba con anécdotas de su vida, y con aspectos de su cultura quiché.
Un momento importante en la vida literaria de Ak´abal se dio cuando con Monteforte lo presentamos a los ejecutivos de Cementos Progreso, con ocasión de uno de los Certámenes de Cuento de la Fundación Carlos Novella, del que yo era uno de los directivos. En esa ocasión fue invitado como jurado Carlos Montemayor, quien al conocer a Ak´abal y su obra, recomendó a los ejecutivos publicar una recopilación de todos sus poemas y ofreció hacer un prólogo. La respuesta fue favorable y si no mal recuerdo se publicó la primera edición del libro “Tejedor de palabras”, pero no estoy seguro, ya que yo solo tengo en mi biblioteca, debidamente dedicada, la que se editó en México por Praxis, en 1998. Años después la Unesco hizo otra edición de esa obra. Resalto del encuentro con Mario Montano y Carlos Sprimül, Presidente de la Junta Directiva de Cementos Progreso y Gerente General, respectivamente, que estos decidieron darle a Humberto un pago mensual como trabajador de dicha empresa, que le ayudó durante un tiempo para sus gastos menores.
Con el paso de los años, Ak´abal fue siendo más conocido y comenzaron sus viajes a distintas partes del mundo. Con él viajamos juntos al CILCA que se celebró en Panamá en 1998, ocasión en la que lo encontré en el avión, que venía de México, un Excélsior que contenía el programa del Festival del Centro Histórico de la ciudad de México, que me sirvió para la propuesta que días después hice para la creación del Festival de Guatemala. En otra oportunidad Humberto me presentó a su novia, Nicole Bieri, de nacionalidad suiza, con quién lo casé, como notario, en diciembre de 1996. Conocí y atendí a sus suegros en su paso por la ciudad de Guatemala. Una sola vez llegué a la bonita casa del matrimonio en Momostenango, arreglada con muy buen gusto. Años antes yo le hice la escritura de compraventa, que hizo a su mamá, del terreno correspondiente. Como notario tuve el privilegio de autorizar la escritura de identificación de su nombre, para que José Humberto Acabal Ixcamparij usara legalmente el Humberto Ak´abal, que venía usando desde su primera publicación, y con el que fue conocido universalmente. Es la escritura 79 de fecha 20 de mayo de 1992.
Una anécdota que recuerdo con afecto es cuando el 23 de septiembre de 1992, día del nacimiento de mi sobrino Eduardo Antonio, hicimos en mi pequeño vehículo un viaje memorable a Escuintla para visitar a Antonio Brañas. No sé cómo ocupamos los espacios del carro con Dante Liano, Paco Morales Santos, Pepe Mejía y Ak ´abal. Yo hice de chofer. Ese día comimos y bebimos en un lugar de mariscos. Nos reímos y compartimos. Pocas veces vi a Tono Brañas tan feliz y agradecido. Le devolvimos un poco de su vida pasada. Y en la medida que la obra literaria de Humberto fue más conocida y su fama se fue haciendo grande, cambió su vestimenta, y le incorporó elementos de su cultura maya, lo que le dio una identidad propia. Cuando le conocí su vestuario era totalmente occidental, como se aprecia en la foto que acompaña este texto, tomada en mi casa de la Quinta Samayoa, para uno de mis cumpleaños, un doce de marzo. En dicha foto está con Carlos René García Escobar, Luis Ortiz, William Lemus y Salvador Pérez, ya fallecidos. Sobrevivimos de esa foto, Paco Morales Santos y este servidor.
Con la llegada del siglo veintiuno, yo tomé otros rumbos, y Ak´bal también, se volvió una celebridad, venía poco a la ciudad de Guatemala, y comenzó a viajar más al extranjero, a recibir honores, publicó más libros, se hicieron traducciones, y ya nos vimos poco. De las últimas veces recuerdo la de Quezaltenango, para el CILCA, que se celebró en 2014 en esa ciudad, que se le dedicó a él, y para la FILGUA de 2018. Cruzamos esta última vez algunas palabras. Quedó de buscarme, pero no fue así.