Enán Moreno
Escritor y académico guatemalteco

Siempre había estado seguro de su identidad y de ser lo que era, porque su padre se había encargado de eso: cada domingo, invariablemente, reunida la familia en torno a la mesa, explicaba que su linaje venía desde los orígenes de la humanidad, de los primeros tiempos de la historia, y que desde entonces ellos, los Chivos Expiatorios, habían cumplido con dignidad y orgullo las funciones de su estirpe. -Ser Chivo Expiatorio, añadía, es un destino reservado a unos pocos-. -No lo olviden, somos elegidos-, afirmaba el padre sentenciosamente; y él, niño o ya adolescente, escuchaba atento y emocionado las palabras de su progenitor.

Además del discurso paterno, las lecturas de Expiaciones, libro sagrado de los suyos, fueron fortaleciendo sus creencias y el convencimiento de cumplir con el destino que la Voluntad Divina le había asignado. Sus propias reflexiones, por aparte, le hacían comprender que la historia universal verificaba la función por ellos cumplida: siempre habían estado allí cuando fueron necesarios o requeridos por el grupo o la sociedad.

Por aquel tiempo llegó a pensar, a estar convencido de que ser lo que era rebasaba la simple idea de amor al prójimo o pagar culpas ajenas. No se trataba solo de eso, había algo más, algo más profundo: era entrega, redención… y alquimia; sí, alquimia del ser. Ellos se ofrecían, se entregaban por el bien de todos y de la justicia misma, la cual, restituida mediante ese acto, permitía la recuperación del equilibrio perdido, de la armonía universal… “Entregarnos en sacrificio a la justicia” era frase que su padre pronunciaba casi siempre en los momentos más intensos de sus discursos familiares. Sí, era por la justicia, y ellos, en tanto ofrenda entregada en sacrificio, resultaban así transfigurados, ocurría la alquimia: de simples chivos devenían en corderos, ofrenda agradable a los ojos de la Divinidad.

Íntima, profunda satisfacción y recompensa de los Chivos Expiatorios.

No bastó, sin embargo, el linaje, la estirpe, las creencias, la tradición, el deber ni la secreta alquimia dadora de satisfacción y recompensa: aquel día, tal vez cansado o sintiendo el punzante aguijón de la duda o incertidumbre, el deseo de libertad (que ya había atormentado a su abuelo) resurgió incontenible en él… y en ese instante tomó la decisión tan temida por ellos: dejaría de ser un Chivo Expiatorio.

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