Harold Soberanis
Académico universitario

A la memoria de mi amigo Edgar Zúñiga

Uno de los legados más importantes de los antiguos griegos al mundo en general, es el cultivo de las humanidades. En efecto, los griegos practicaron y conservaron para la posteridad, un conjunto de saberes que son la expresión de lo más profundo de la esencia humana y cuyo ejercicio desinteresado busca únicamente, aunque no es poca cosa, hacernos mejores personas.

La Filosofía, las Letras y las Artes, constituyen lo que hoy conocemos como las humanidades clásicas. A estas, se han ido agregando y separando a lo largo del tiempo, otras disciplinas tales como la pedagogía, la historia, la psicología etc. En algunas universidades del mundo, aún se conservan y estudian a pesar de los embates que la mentalidad neoliberal y utilitarista que predomina actualmente han emprendido contra ellas bajo el argumento de su nula rentabilidad. Quienes esto afirman, no terminan de entender, acostumbrados como están a reducir todo a un beneficio material, que algunas cosas no poseen una utilidad monetaria. Las humanidades no generan dinero, pero dotan a quienes las practican, de una riqueza espiritual e intelectual incalculable.

Y es precisamente en esta aparente “inutilidad” de las humanidades donde reside su valor, no su precio. Las humanidades se practican por el goce que producen, por el saber que transmiten, por los mundos que nos muestran y que pueden orientarnos en la búsqueda permanente de uno mejor.

La Filosofía nos enseña que hay otras formas de pensar. Al leer a los grandes filósofos de todos los tiempos, aprendemos a razonar, a conocer otros modos de interpretar la realidad, a intuir esa parte noble del ser humano. La Literatura, por su parte, nos permite volar con la imaginación, conocer otras culturas, comprender los sentimientos de los hombres que se expresan en un verso o una narración. Las Artes, en sus distintas manifestaciones, nos conmueven elevándonos a un mundo espiritual donde se despiertan nuestros pensamientos.

Todo esto que provocan en nosotros la Filosofía, la Literatura y las Artes, “no sirve para nada”, pero precisamente por eso son valiosísimas. Las humanidades poseen su fin en sí mismas, por lo que son independientes. Y es precisamente esta independencia de las humanidades, la que les concede un estatus superior al de los demás saberes, como sería el caso de las ciencias prácticas cuyo valor depende de su utilidad.

Como apuntábamos más arriba la situación de las humanidades hoy en día no es la mejor. Gracias a esa mentalidad utilitarista que predomina actualmente, las Humanidades son vistas como algo inútil, algo a lo que no merece la pena dedicarse. Por eso no es de extrañar que hace algunos años, el mismo Rector de una Universidad privada en Guatemala, haya afirmado que lo que se necesita aquí son científicos que resuelvan los problemas que enfrentamos como un país tercermundista y subdesarrollado, por lo que las humanidades deberían desaparecer de todos los planes de estudio.

Lo anterior, aunque de suyo es una tontería, es bastante ilustrativo de la percepción equivocada que muchas personas tienen de las humanidades. Porque resulta que es precisamente en países subdesarrollados como el nuestro, donde el estudio y fomento de las humanidades se hace más urgente. Los planes de estudio, desde los niveles más inferiores hasta los posgrados, deberían estar estructurados de tal manera que las humanidades sirvieran de columna vertebral. El estudio de la Filosofía, de la Literatura y de las Artes debería ser obligatorio, aunque no impuesto de manera autoritaria, pues ya sabemos que aquello que nos imponen por la fuerza es rechazado inmediatamente. A las personas se les debe mostrar el valor y la importancia que para sus vidas tiene el cultivo de las humanidades. Se les debe mostrar la riqueza espiritual que alcanzamos con su ejercicio. De esta manera, desde los primeros años de estudio, comprenderíamos su significado y lo fundamental que son para nuestra existencia.

Las humanidades son valiosas y necesarias para todos, pero debemos recuperar su verdadero sentido, el cual está íntimamente ligado al aspecto más noble de la naturaleza humana. Una sociedad que cultiva las humanidades puede ser una sociedad más digna. Un Estado que dedica importantes recursos para su fomento, es un Estado que cumple con el fin para el cual fue hecho, es decir, convertirse en el espacio donde cada uno de sus miembros encuentra la forma de realizarse como un ser social.

En el caso de Guatemala, consideramos que a través del estudio de las humanidades podríamos alcanzar eso que muchos vemos como algo perentorio: la formación de ciudadanía. Esto significa la formación de ciudadanos críticos, preocupados por la construcción de una sociedad mejor, más digna y más justa, y no personas indiferentes y apolíticas, personas neutrales y egoístas que no ven más allá de sus narices.

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