Séptima parte
Juan Antonio Canel Cabrera
Escritor

Marco Augusto Quiroa y Juan Antonio Canel Cabrera en Varadero, Cuba, Agosto de 1998.

Luego de haber hecho un esbozo del Maco lector, que concluí el pasado 16 de noviembre en este mismo suplemento, ahora me detendré unas líneas para hablar sobre Marco Augusto Quiroa en otra de sus facetas: la de conversador. Él fue uno de los mejores conversadores que he conocido en mi vida. Con él se podía hablar de cualquier tema porque, además de ser una persona culta, sabía escuchar con infinita paciencia. Y conversando con Maco el tiempo transcurrido no se sentía. En lo personal, tuve el privilegio de disfrutar de abundantes conversaciones con él. Muchas veces nos dieron las horas de la madrugada y nosotros seguíamos “remojando la palabra”.
No recuerdo con exactitud la fecha en que dejó de beber, pero en 1993 ya no lo hacía; sin embargo, siguió siendo un bohemio que gustaba de los cenáculos de las cantinas y bares para llegar a conversar. En repetidas ocasiones, ya abstemio, me llamó para decirme:
—Vos, Canelín, ¿ya te echaste el trago?
—Fijate que todavía no.
—Entonces paso por vos.
Luego de llegar a mi casa, nos enrumbábamos a algún bar, tienda o cantina a conversar. Por supuesto, estando allí, generalmente llegaban otros contertulios y el regocijo de la palabra se multiplicaba. A todos les gustaba sentarse a la mesa con Maco porque su buen humor proveía el necesario tono festivo en cada ocasión. Además de dicharachero, ingenioso y bromista, sabía siempre incrustar los temas cultos; sobre todo, los referidos a la literatura. “Ya viste —me decía—, hasta el más humilde bolo posee conocimientos literarios; cuando le das oportunidad de manifestarlos, surge el momento mágico del aprendizaje. Y esa es pura comidita para nosotros los escritores”.
De ese gusto por la conversación y de no sentir el paso del tiempo que se consume en ella, hay una anécdota simpática que ilustra muy bien ese aspecto. A finales de los años sesenta, Marco Augusto fue un asiduo visitante del bar Las Democracias,1 que se hizo muy famoso porque allí llegaban a beber personajes destacados de todas clases, como Luis Domingo Valladares, Alfonso Carrillo Castillo, quien fuera presidente de la Corte Suprema de Justicia, Mario La Cuca López Larrave, Joaquín Moyano, quien con el nombre de Coronado Lira I, fungió como rey feo de la Usac; pero, sobre todo, Julio César Méndez Montenegro, antes de ser Presidente de Guatemala, y su alero el Pache Leal. Ocasionalmente llegaba doña Eloísa Velásquez, la Locha, la madame de Guatemala, acompañada de su cocinero, a disfrutar del ambiente alegre que no cesaba ni de día ni de noche. Además, una atracción que jalaba a los bohemios era la voz y guitarra de Alberto Zúñiga, más conocido como el Negro de Las Democracias que hacía arrancar a sus oyentes lágrimas de alegría y de nostalgia.
Los viernes por la noche aparecían luchadores como Arístides Pérez, El Fantasma, El Alacrán, El Inocente Castellanos, etc. También otra atracción para los insomnes devotos báquicos era que, todos los días, después de la una de la madrugada, llegaban las chicas de la vida alegre de los bares aledaños a poner en relax sus cuerpos por la vía del baile. Mateo, el cocinero de Las Democracias, se hizo famoso porque ablandaba la carne para los bistecs a pedradas y, ya con sus tragos entre pecho y espalda, gritaba: “¡Viva Castillo Árbenz!”. Pues en ese lugar se reunía Maco con muchos amigos, como el “Seco” Roberto Paz y Paz, su inseparable alero el Chino Raúl Aquiles Marroquín, José El Caldo Alfaro, Manolo Lera; incluso, Jorge Quiroa, su hermano llegaba a hacer ingestas alcohólicas aunque no compartían mesas. En una ocasión, mientras conversaba, llegó el patojo que pasaba todas las tardes vendiendo el periódico El Imparcial; Quiroa se lo compró y siguió con el güiri-güiri y el chilín-chilín de los vasos. Al poco rato, según Marco Augusto, volvió a pasar el patojo vendedor del diario y le dijo:
—¿Le dejo El Imparcial, don?
—¿No te lo acabo de comprar, pues?, mirá aquí lo tengo todavía —le respondió Maco.
—No, don, ese que tiene allí me lo compró ayer.
En ese momento, Maco y los contertulios se dieron cuenta que, por lo menos, llevaban 24 horas de salpicar alcohólicamente las palabras. Hasta en ese instante sintieron el tiempo.
Conversar con Maco siempre fue un placer; sabía darle a sus palabras una amenidad que le ponía algodón a los pies del tiempo; uno no sentía el paso de las horas. A donde llegara, ya se tratara de una fiesta, de un asunto serio o de una encerrona de cantina, él fue experto en poner contentas a las caras bravas. Pocas veces lo vi de moco caído; siempre fue alegre y entusiasta. Por eso, cuando le preguntaban por qué le gustaban las mujeres bravas, respondía con toda naturalidad: “Porque cara brava, rabo contento”.
En el lapso que duró el grupo literario la rial academia Maco fue un factor importante para mantenernos aglutinados. Su magisterio, generosidad y, sobre todo, su don de conversador fue fundamental para las reflexiones que surgían en el seno del grupo. Y no sólo en el momento en el cual nos reuníamos era cohesionador; por la vía telefónica siempre se mantenía al tanto de cada uno de nosotros y de sus amigos. Se preocupaba por todos y siempre estaba dispuesto a ofrecer su colaboración de manera incondicional. Y de ese sentir solidario derivaron textos de una ternura profunda que, al leerlos, fueron capaces de conmover hasta al alma más dura.
Ejemplos de lo que digo, hay muchos; sólo citaré algunos que escribió sobre personas que conoció muy de cerca y practicó con ellos el arte de la conversación. Recuerdo que en Tzolkin2 publicó un artículo de despedida para su amigo Rafael Pereyra (Hermano Chino), muerto como consecuencia de confundir una botella de aguardiente con una de thinner en una de esas gomas aciagas. Hay allí, en ese texto, dos párrafos que, pasado el tiempo, parece como si se los estuviésemos diciendo a Maco:
«Tenía esa fuerza y esa ternura que sólo se adquiere en contacto con el hombre y sus problemas. La sabiduría que da la vivencia cotidiana, la quemadura que produce la injusticia».
(…)
“Tenía vocación de militante, de juntar el arte y la vida en una amalgama inseparable”.
Con talante de ternura conmocionadora también escribió textos sobre Luis Alfredo Arango; he aquí un fragmento de uno de ellos:3
“El corazón de Luis Alfredo el seco Arango nació en el firmamento el sábado tres de noviembre, voló por la ventana a unirse al coro de sanates y clarineros que lo chinearon hasta el volcán más alto y escondieron su nombre bajo el faldón de la campana iglesiera. Regresó al frío de manos entre la bolsa de su Totonicapán natal y a vientos barrileteros que montan a caballo los cipreses renegridos por la helada. A nubes caídas del cielo sobre tejados enmontados; a ollas panzudas fermentando chicha rebalsada de espuma y a hornos panaderos afanados con shecas de cachetes empolvados. Regresó a mezclar su tierra vital con la tierra del ciruelo, a esconder su voz de hombre bueno entre las raíces del manzano, a subir sangre vegetal a la pupila múltiple de las cerezas. Más tarde vendrán los sanates y clarineros que habitaron su poesía a nutrirse de su esencia en la manzana de mejillas coloradas, azareada por su desnudez y bíblica participación en deliciosos pecados originales. En la pera nalguda fabricada con molde de mujer, en el lucero amarillo que inaugura la primavera desde la rama del ciruelo. Le tocó camposanto engalanado, vestido de domingo por flores y ofrendas del día de difuntos y rumor lejano de rezos colectivos mojados de aguardiente el día de los santos”.
Sobre su comadre, María Eugenia Muñoz, asesinada después de presenciar cómo mataron a su hija, Maco escribió, tres años después de su muerte, un conmovedor artículo,4 en el cual dejó este testimonio nostálgico:
“Se cumplen tres años del asesinato de mi comadre y su hijita María Alejandra. Y su muerte que avanza en el recuerdo como una mancha oscura, como una ola que no quiere llegar a la playa, como un geranio cárdeno que no se apaga nunca en la estrecha frontera del antes y el ahora, nos golpea con su turbia presencia, moja con nuevas lágrimas la ensombrecida blancura del pañuelo, y nos hace creer un poco menos en la bondad del hombre y en su semejanza con los dioses”.
Y así como los artículos mencionados, Maco escribió muchos más sobre personajes con quienes él mantuvo una relación amistosa y, por supuesto, conversadora: Oscar Ríos, Alfredo Balsells Tojo, Mario Monteforte Toledo, etc.
Con Maco viajamos dos veces a Cuba y una a México. Las tres oportunidades fueron de intenso aprendizaje para mí. El viaje a México lo realizamos con ocasión de la entrega del libro Para deletrear el nombre de los colores, que se realizó en el Palacio de Bellas Artes; creo que fue en 1995. La primera vez que viajamos a Cuba, llegamos a la Habana en 1997. Él iba dentro del grupo de periodistas que la aerolínea Aviateca invitó para promocionar sus viajes a la isla. A mí me envió la Revista Tinamit para realizar varios reportajes sobre Cuba. Es decir, nuestro encuentro en ese país caribeño fue casual. El segundo viaje a Cuba sí lo acordamos e hicimos, lo que se dice por puro placer; fue en agosto de 1998. Él iba invitado por el embajador de Chile en Guatemala y yo viajé por mis propias pistolas.
En el primer viaje, por las actividades que cada quién realizó, tuvimos encuentros que se daban por la tarde. Las reuniones ocurrían por la tarde, ya concluidas las tareas programadas. Él se hospedó en el hotel Habana Libre y yo en el Kohly. Él estuvo una semana y yo quince días. Sin embargo, ese encuentro fuera de territorio guatemalteco fue maravilloso. Hubo mucho gozo y alegría en las conversaciones; sobre todo, reflexiones sobre la importancia de debía tener para nosotros el aprovechamiento de los medios de comunicación para manifestar nuestras ideas y, también, la preocupación para poner más rigor y disciplina para escribir libros. El magisterio de Maco fue importante para poder apreciar de mejor manera la Cuba revolucionaria, a la que él tantos servicios y colaboración le prestó.
El espacio en este Suplemento Cultural de La Hora me tocó la campanita y debo concluir. Continuaré, en la próxima entrega, si me siguen dando posada, contándoles más sobre el Marco Augusto Quiroa conversador.

1 Bar Las Democracias: ubicado en la 18 calle entre 7ª. y 8ª. avenidas de la zona 1 de la ciudad de Guatemala. Desapareció el 4 de febrero de 1976, por obra y gracia del terremoto de ese día. En ese tiempo un bistec con papas costaba Q. 0.30; un octavo de licor Q. 0.30 y un pulmón de Quetzalteca Q. 1.00.
2 19 de noviembre de 1987.
3 Publicado en elPeriódico, el 11 de noviembre de 2001.
4 elPeriódico 26-01-1997.

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