Cuarta parte
Juan Antonio Canel Cabrera
Escritor
Marco Augusto Quiroa en sus años mozos.
En mi artículo anterior, publicado en este Suplemento Cultural de La Hora, el 5 de octubre de 2018, les comenté sobre la habilidad de Marco Augusto Quiroa para provocar situaciones anecdotarias y de aprendizaje sobre las maneras de ser de los humanos. En esta entrega les contaré algo sobre esa ponzoña que se le inoculó, primero, para llevarlo al placer de la lectura; luego, a la literatura como oficio.
Los primeros tanes que Marco Augusto Quiroa hizo para llegar a la estación de la literatura fueron los que dio para convertirse en lector. En ese sentido, su padre Benigno Quiroa Obregón, tuvo mucho que ver porque, libro en mano, les inculcó el hábito de la lectura a Maco y a Jorge, su hermano. Don Nino era una persona culta; además, juez de paz y muy buen lector de libros. Con ese ejemplo tuvo la autoridad para inculcar, sobre todo en sus hijos varones, el hábito de la lectura.
El método de tío Nino, como Marco Augusto lo llamaba, consistía en dejarles, como tarea, la lectura de un libro. Al cabo de un tiempo razonable se reunía con ellos y lo comentaban. Al principio tío Nino tuvo que hacer un poco de presión para que cumplieran con la tarea, pero pronto ambos se convirtieron en lectores infatigables. Don Benigno, aunque fue un hombre severo, nunca gritó ni dijo una malcriadeza frente a ellos. A lo más que llegó fue a darles con varejón, de las rodillas para abajo. Siempre fue una persona muy equilibrada; hasta en los terrenos del amor, fue un “mujeriego discreto”, según testimonia una de sus hijas.
Además, Maco siempre respetó y sintió mucha admiración por don Benigno. En ese ámbito, desde los diez años comenzó a ganar los concursos escolares en composición que se convocaban para el Día del Árbol, de la Independencia, de la Madre, etc. Esa facilidad expresiva también lo consolidó como lector. Su hermana Gloria dice que, desde los doce años, no había quien lo desprendiera de los libros. La lectura fue el mundo alrededor del cual giró Marco Augusto en esa etapa; sustituía con frecuencia muchas diversiones que los demás muchachos tenían a esa edad con tal de leer.
Su capacidad expresiva, su pasión por la lectura y la sensibilidad que poseía fueron, entonces, el terreno propicio para el futuro artista que sería Marco Augusto. Por otra parte, su madre, doña Maclovia, que fue maestra, también puso su aporte impulsándolos a que se formaran para que tuvieran mejores herramientas para la vida. Ella los presionó para que se fueran a estudiar a la ciudad de Guatemala.
La lectura, repito, fue el primer paso en firme que Marco Augusto dio para convertirse después en un escritor. Como él decía, fue de sus primeros placeres aunque en ese entonces aún no manifestaba su preferencia por la literatura como oficio. Ya como escritor consolidado, una de sus principales críticas a muchos escritores guatemaltecos fue: “quieren escribir sin haber leído”.
El primer libro que Maco leyó, según su propio testimonio, fue el Cantar de mio Cid. La lectura fue lenta porque muchas de las palabras allí contenidas eran desconocidas para él; entonces, picado por la curiosidad, le preguntaba el significado a don Nino y así pudo concluir esa lectura, de la cual conservó en su memoria trozos extensos que recitaba en ocasiones de bohemia o tertulia literaria.
Ruy Díaz de Vivar, el protagonista de esa monumental pieza literaria, caló hondo en Marco Augusto; no solo porque fue el centro del poema heroico, cruzado entre historia y mitología, sino porque cabalgando en la aventura comenzó a sentir verdadero placer por la lectura de poesía. Además, toda esa fuerza que el Cid encarnó como figura emblemática de todo un pueblo lo deslumbró en su temprana edad. Saliendo de esa lectura entró a la lectura de un género que lo marcó de manera profunda: la picaresca española. Luego leyó a autores gringos e ingleses, que fueron los que don Benigno le propuso. De allí se pasó a los griegos y clásicos europeos y asiáticos. Sin embargo, las vivencias populares que Marco Augusto comenzó a tener en los viajes que hacía con su padre, lo fueron proveyendo de otras preferencias.
Después, cuando comenzó a tener conciencia de su predilección por el oficio de escritor, volvió a los escritores gringos pero de otra época: Faulkner, que fue tan importante en su oficio de escritor para conocer a fondo la naturaleza del tiempo en la literatura; Joyce, Dos Pasos, Steinbeck, etc. Por el lado gringo, según el mismo Marco Augusto Quiroa, quienes más lo impactaron fueron Faulkner y Steinbeck: “Mis cuentos que tienen como tema problemas de tipo rural están estructurados con una técnica moderna, o sea, yo siento que mis influencias están más cerca de Faulkner o Steinbeck…”1
De Faulkner recogió el reiterado gusto por las frases largas que fueron el terreno propicio para los ejercicios casi barrocos que hacía con las metáforas; sobre todo, el hábil manejo del tiempo en sus narraciones. Pero también de Faulkner fue de quien mejor aprendió la técnica literaria. Ese factor fue reconocido desde el aparecimiento de su primer libro: Semana menor. Caryl Alonso cita a Lizardo Porras diciendo de Quiroa: “Es un consumado narrador que no se aleja de la realidad, va y viene en el tiempo, pero es intemporal: su fuerte, el hábil manejo del tiempo»”.2
La concisión de Steinbeck y su capacidad para narrar con brevedad y concisión un mundo que el lector sentirá inagotable, lo deslumbraron. Sobre todo, por la inclinación social con la cual marcó Steinbeck su literatura y en la cual sobresale su obra Las uvas de la ira. De allí, me parece, y de la marca que los sonetistas del Siglo de Oro español dejaron en él, le viene ese gusto primario por la brevedad que manifiesta, sobre todo, en muchos cuentos de su libro Semana Menor; no me parece una influencia de Augusto Monterroso, como expresa Ramón Luis Acevedo en la tercera de forros de la segunda edición de Semana Menor y repite Dora Judith Klee Rodríguez, en su tesis La Resustantivación en la Columna Periodística Shute ques uno, de Marco Augusto Quiroa: “Se percibe cierta influencia de Augusto Monterroso en algunos cuentos de Quiroa, principalmente en el manejo de la brevedad, la ironía y el humor negro”.
Es más, Augusto Monterroso no fue un escritor que entusiasmara mucho a Quiroa. La ironía y el humor negro me parece, le deviene por la vía de la picaresca española, que tanto lo cautivó y por la cual tuvo una devoción reverente. Por otro lado, decir que Monterroso influenció a Quiroa en cuanto a la brevedad, sería como afirmar que quien escriba sobre el jazz está influenciado por Cortázar; quien discurra sobre el tiempo, está influido por Proust, etc. Como refranista, palindromista y dicharachero incorregible que era Maco, con frecuencia repetía el viejo refrán de Baltasar Gracián: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”.
En una oportunidad, mientras tomábamos café en su estudio, que tuvo por poco tiempo en la zona 12, le pregunté: “Maco, ¿qué libro me recomendarías para comenzar a aprender el arte de la novela?” No titubeó y me dijo: “hay una verdadera obra de arte que debés leer y si podés, memorizar; es la novela De hombres y ratones, de Steinbeck. Allí está el summum; es una novelita pequeña de tamaño, pero enorme en su contenido y en su fuerza narrativa. Es una obra maestra”.
Ese libro lo conmovió tanto que, en Semana Menor, en el cuento Los primos la evoca con deslumbramiento. Después, en reiteradas ocasiones hablamos in extenso, sobre ese asunto y su fascinación por la brevedad. Quizá por eso, su encanto por el soneto que tan bien aprendió a hacerlo guiado por los maestros del Siglo de Oro, sobre todo de Góngora y Quevedo. Le fascinaba hacer sonetos y darles tono picaresco; sin embargo los escribía más como ejercicio y distracción que como poemas pulidos y bruñidos.
Era lector incansable de poesía y se sabía de memoria infinidad de poemas que se quedaron asentados en su gusto. El mismo Maco lo reconocía: “… me gustan las buenas piernas, aunque sean de mujer, y tengo la obsoleta, anticuada y ‘demodé’ costumbre de leer poesía”.3 Como muestra, trascribo uno de los miles que escribió; fue publicado en la serie Sonetos para oír llover, publicado en la Revista ocasional de la rial academia, de 1986:
Soneto al mingitorio del parque “La Concordia”
Entro a mear mientras la lluvia pasa
y al pagarle al portero dos centavos
miro como defecan unos chavos
en cuclillas, los pies sobre la taza.
Dos sacudidas. Punto. Y a la casa
entre pecho y espalda cuatro octavos
de esos venados ágiles y bravos
que siendo agua a la vez son brasa.
Don Beto el cantinero me aconseja
pide un taxi, no abusa con la cuenta
llega con sus violetas una vieja
que me arranca un billete de a cincuenta
y yo apechugo una leve queja
lenta, muy lenta, lentamente lenta.
Su gusto por la poesía era enorme. Tan así que no había día sin que leyera algún poema. En una oportunidad le pregunté:
— ¿Por qué no te dedicás a escribir poesía como oficio?
Su respuesta fue:
—Porque le tengo mucho respeto.
No obstante, tengo algunos poemas juveniles de Maco, que denotan su temprano gusto e inclinación por el arte poética, aunque no son de un poeta consumado, como puede verse en este que les muestro a manera de ejemplo:
Esta sombra es mi propio cuerpo
y esta mi sombra
es solo un aire negro,
una luz que se quedó en almendra,
un buzo ciego, un buho
con los ojos vueltos
hacia adentro.
Y este mi cuerpo es solo una sombra
que gotea tristeza,
que le cae a pedazos la amargura
como una lepra negra,
y hasta mi esqueleto
es como sombra tímida de hueso.
Y que la sombra de mi propia sombra
se me vuelca en el pelo,
me cae hacia el disperso ramo
de las venas,
me hace coágulos de tiniebla
en los ojos,
abajo de los párpados,
en el lugar exacto de la pupila
donde me aflora el alma.
22/3/61
marco-augusto Quiroa
Y como colación, ese gusto suyo por poner, al final de sus extensos artículos dominicales, publicados en su columna Shute que´s uno, las décimas que condensaban su amazónico discurrir.
De ese ejercicio de escribir pequeños poemas, versitos, ingeniosidades, o piropos en papelitos o servilletas también tenía aparejada la manía de producir palíndromas; los escribía en cualquier papel porque sólo los consideraba ejercicios de ingenio. Incluso, en la primera edición de su libro Semana Menor, en el taco de calendario que ilustra la página 121, hay un ejemplo de esa “ociosidad” —como él la llamaba— para producir ingeniosidades con brevedad y espontaneidad; es el siguiente palíndroma: NO LE PASA, PELÓN. En ese mismo libro, en su cuento El día siguiente se refiere a ellas así: “pendejadas intrascendentes, llamadas palindromas, capicúas de palabras que se leen igual al derecho y al revés, letra por letra:
Sí róbate la maleta Boris.
Se lo creí miércoles.
Allí va la renegada generala Villa”.
Marco Augusto Quiroa y Luis Ortiz, palindromistas, trabajando en Unipublic & Asociados, en 1977.
Luis Ortíz, en su libro El muerto de hambre y otros cuentos (10) recrea, en el cuento La última cláusula, esa afición de hacer palíndromas que practicaba Marco Augusto: “Meses atrás nos reuníamos, cada poco, en la casa de Marco Augusto, a comentar la situación del país, a soñar con una sociedad más justa y a escribir palíndromas, esas frases que se leen exactamente igual al derecho y al revés.
Siempre nos ha gustado hacer alarde de ingenio al cultivar los más caprichosos subgéneros literarios, entregándonos al goce estético de hilvanar palabras que se pueden engarzar por un lado o por el otro.
Entre los palíndromas de Marco Augusto que más me gustan están:
La turba brutal
Alba tajará a rajatabla
El birrete terrible”.
El espacio implacable me pide que concluya esta entrega; así que, en una próxima, seguiré con el tema.
1 Marco Augusto Quiroa, en entrevista entre Marco Augusto Quiroa y Marco Vinicio Mejía (¿Quién es el mejor cuentista de Guatemala?), en Tzolkin, 21 de noviembre de 1985.
2 Caryl Alonso, Marco Augusto Quiroa y Semana Menor, revelación en la Narrativa de los 80’s, en Tzolkin, 7 de marzo de 1985.
3 Marco Augusto Quiroa, en entrevista entre Marco Augusto Quiroa y Marco Vinicio Mejía (¿Quién es el mejor cuentista de Guatemala?), en Tzolkin, 21 de noviembre de 1985.