Carlos René García Escobar
Antropólogo y Escritor

Un anuncio a página completa en un diario matutino informa sobre un festival del barrilete en dos municipios periféricos del departamento de Sacatepéquez en nuestra Guatemala: Santiago Sacatepéquez y Sumpango Sacatepéquez.

Me hizo recordar que en 1977 viajé en la grata compañía del maestro, primer etnomusicólogo de Guatemala, Manuel Juárez Toledo, a la sazón, investigador del Área de Etnomusicología del Centro de Estudios Folklóricos de la Universidad de San Carlos de Guatemala, al municipio de Santiago Sacatepéquez, en plan de trabajo de campo, para documentar el fenómeno de los barriletes gigantes de ese lugar.

No imaginaba yo que presenciaría un hecho visionario al respecto del futuro inmediato de dicho fenómeno del arte popular y sagrado de los vecinos de dicha comunidad. Recuerdo que cuando llegamos a media mañana de ese 1 de noviembre, ya estaban colocadas en el cementerio las dos empresas que ofrecían su producto, refrescos Coca´Cola y Cerveza Gallo, invitando al mismo tiempo a un concurso para premiar al mejor barrilete y que, además, lograra levantarse del suelo.

Tal situación indignó al maestro Juárez Toledo de tal manera que, subió a la tarima y les arrebató el micrófono para alertar a los presentes sobre la falta de respeto que se cometía por tales empresas al comercializar una actividad sagrada propia del arte popular y tradicional de los santiagueños.

Los locutores y empleados de tales empresas se enojaron lógicamente y quisieron también arrebatarle el micrófono, pero no lo lograron. Viendo tal cosa, yo también me subí dispuesto a no dejar que lo fueran a golpear y a liarme a golpes con ellos si era necesario. Entonces le quitaron el sonido a las bocinas, pero el maestro continuó sus reclamos levantando la voz para ser oído. Le dejaron hablar lo que quería y luego nos bajamos para continuar con nuestro trabajo de campo.

Era la primera vez que yo llegaba a Santiago Sacatepéquez para presenciar esa maravilla que son los barriletes gigantes y admirar los esfuerzos de la gente para volarlos. -“Es que en esta región se aprovechan las corrientes de aire que vienen del norte”-, me explicaba el maestro, -“Hay que evitar que esta gente se aproveche de la ingenuidad de los santiagueños y en aras de comercializar sus productos para obtener ganancias de la venta, terminen por desacralizar una tradición de arte popular tan hermosa como esta, organizando concursos que incentivan el sentido de superioridad sobre los demás, cuando esto es altamente comunitario y sagrado en relación con sus difuntos”.

El maestro falleció poco tiempo después, pero me quedó la costumbre de regresar a Santiago Sacatepéquez ya con mi familia y amigos para disfrutar de la tradición. Esta apareció pocos años después en Sumpango en donde aceptaron realizar ese tipo de actividades comerciales y de entretenimiento y diversión. Por ello, a Sumpango nunca he querido ir para no ver dicha tradición en estado de desacralización total.

Ahora está pasando en ambos municipios a la sombra del incentivo turístico nacional e internacional. La desacralización de esta tradición ya llegó y lo que queda, por de pronto, es documentarla para su historización. Lástima.

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