Por Ana Lázaro Verde
Madrid
Agencia (dpa)

Las reflexiones de José Saramago en los meses previos y posteriores a recibir el Premio Nobel de Literatura, el único concedido hasta ahora a un autor portugués, permanecían escondidas en un archivo del disco duro de un ordenador en la isla española de Lanzarote, donde vivió desde 1993 hasta su muerte.

Fue su viuda, la periodista y traductora Pilar del Río, quien los halló por casualidad una madrugada del pasado febrero cuando buceaba en las tripas de la computadora del escritor, fallecido en 2010.

En apenas unos meses, esas anotaciones «lúcidas» e inéditas han tomado forma de libro y, bajo el título de «El cuaderno del año del Nobel», se publican ahora coincidiendo con el vigésimo aniversario de la entrega al escritor luso del máximo galardón de las letras.

Saramago, el autor portugués más internacional y una de las plumas más reconocidas del siglo XX, supo que le habían concedido el Nobel el 8 de octubre de 1998 cuando se encontraba en el aeropuerto de Frankfurt. Fue una azafata quien le dio la noticia y así lo refleja en su diario en una breve nota de apenas 11 palabras.

La concesión del galardón trastocó su vida y multiplicó sus viajes, actos públicos, entrevistas y las cartas de sus lectores.

Fue esa actividad frenética la que desterró aquellas anotaciones de 1998, año clave en su vida, al fondo de un disco duro y, pese a que en el epílogo de uno de sus diarios anteriores, recopilados como «Cuadernos de Lanzarote», llegó a anunciar que pronto vería la luz «un sexto», eso nunca ocurrió. Hasta ahora.

En este nuevo cuaderno, el autor de obras como «La caverna» o «Ensayo sobre la lucidez» retrata su cotidianidad y reflexiona sobre las cuestiones que le preocupan, algunas «asombrosamente vigentes».

«Es un Saramago más denso que compra calcetines», concluyó la traductora en alusión a una de las entradas del diario, en la que su esposo refleja la sorpresa de un hombre que observa a todo un premio Nobel eligiendo unos calcetines en un centro comercial.

Pero el literato también diserta en sus apuntes sobre asuntos menos triviales como los efectos de la globalización, la deriva de la socialdemocracia, el futuro de una Europa con más «clientes» que ciudadanos o los problemas de América Latina, región que visitó con frecuencia y en la que denunció la explotación de algunos colectivos.

Sus novelas, ensayos y activismo político generaron una gran polémica en su país natal, donde el Gobierno de Aníbal Cavaco Silva vetó en 1992 la candidatura de su obra «El Evangelio según Jesucristo» al Premio Literario Europeo alegando que ofendía a los católicos.

Dicha «censura» llevó a Saramago a buscar refugio en Lanzarote, una isla de 140 mil habitantes donde vivió hasta su muerte rodeado de volcanes y mar junto a su esposa, Del Río.

Pese a la mudanza, el propio Saramago solía decir que no era un «exiliado» y que amaba su tierra natal. «Se sentía un embajador de la lengua y de la cultura portuguesa», dijo hoy la traductora.

Y así lo percibía Portugal. De forma paralela a «El cuaderno del año del Nobel», la editorial Alfaguara publicó este mes «Un país levantado en alegría», una suerte de crónica del periodista brasileño Ricardo Viel, subdirector de la Fundación José Saramago, de lo que supuso la concesión del Nobel al escritor portugués.

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