Genoveva Cifuentes

A partir de la lectura siempre actual y novedosa del Infierno de Dante Alighieri, surge la inquietud de recrear un canto al estilo dantesco ejemplificando un pecado de la época contemporánea. En esta recreación se integra la cosmovisión maya en su concepción de la Tierra como madre. A través del simbolismo y la alegoría, se hace un nuevo recorrido por el Infierno.
¡Oh cielo de mi Patria!
¡Oh caros horizontes!
¡Oh azules, altos montes;
oídme desde allí!
Juan Diéguez Olaverri.

Continuamos el sendero escabroso y salvaje; mi Guía me exhortaba a avanzar. Su compañía, su presencia activa, paciente y serena, me sostenía el ánimo a pesar de todo el monstruoso espectáculo ya contemplado por nuestros ojos. Presentía yo en mi corazón que aún faltaba visitar otro lugar de castigos terribles y continuamos penetrando por esos senderos de niebla como en los acantilados de islas tenebrosas.
Así descendimos más, atravesamos dunas de arena candente, estas semejaban el fuego que fragua el hierro. Mi Guía me alzó en sus brazos para pasarme liberado de ellas. Conforme avanzábamos, el calor ascendía más y más. Llegamos al círculo cuya entrada estaba custodiada por el terrible Camazotz, un enorme y espantoso murciélago con sumas deformaciones en su cuerpo, sus alas emanaban fuego y lucía sendos colmillos afilados. Blandió sus enormes alas hacia nosotros. Mi Maestro le habló:
—¡Detente! Camazotz, la Voluntad divina es quien nos permite llegar hasta tus recintos.
Y cual ave herida por una saeta, cayó en la arena el terrible guardia; y sin más preámbulos llegamos al círculo constituido por una caverna, en donde como en Sodoma y Gomorra, llovía azufre y fuego sobre los seres que se retorcían hundidos en un pantano de arena movediza candente. Este lugar era una especie de caverna hermética, no tenía ninguna salida.
Así como los bellos paisajes de mi tierra fueron aniquilados por los gases de la contaminación, así todas las paredes de esta caverna emanaban gases que aniquilaban a sus habitantes y les hacían arder los ojos, les despellejaban cada tramo de su piel. El dióxido de carbono, el metano y el óxido de nitrógeno asfixiaban a estas pobres almas. Del techo de la caverna llovían radiaciones fulminantes. Y cual efecto invernadero, el calor se condensaba cada vez más y más.
Un ser, en medio de sus tormentos, se acercó al vernos y me habló así:
—¿Qué vienes a hacer tú, ser viviente, aquí, al lugar de los tormentos? ¿Acaso te compadeces de nosotros y nos traes alivio? ¿Traes acaso una gota de agua que mitigue levemente la sed y el calor que sufrimos? ¿Nos traes acaso una pizca de oxígeno?
—Un poder divino me permite estar aquí, —respondí — pero no me está permitido compadecerme de sus sufrimientos.
Y continué: —Dime ¿Quién eres tú? Y por qué causa te encuentras aquí, en este horrendo lugar de castigo. ¿Quiénes son los que te acompañan?
—Yo soy —me respondió— un empresario de tu mundo que vi grandes oportunidades de hacer mucho dinero creando fábricas de alto rango en distintas partes del mundo. Crecí mucho como empresario y llegué a ser de los más adinerados de la tierra. En ningún momento escatimé esfuerzos para hacer que mis negocios me dieran rentables ganancias. Nunca me importó la emanación de gases dañinos que producían mis fábricas. Nunca me importó derramar los desechos tóxicos a los ríos y mares. Nunca me importó contaminar los suelos con materiales no degradables y con elementos tóxicos. Causé mucha contaminación y esto ocasionó en muchas ocasiones enfermedades y muchas muertes infantiles. Por eso me ves aquí sumido en este terrible castigo.
—Aquí estamos,—continuó— todos los que colaboramos con la destrucción del Planeta Tierra ocasionando la contaminación y el sobrecalentamiento global. Los que contaminaron ríos, vertientes, lagos y mares y aniquilaron sus ecosistemas. Los que ocasionaron las talas inmoderadas de árboles, los que utilizaron todo tipo de recursos naturales de manera extravagante e irresponsable, también están aquí los explotadores mineros, los cazadores de animales que ocasionaron la extinción de los mismos. Los derrochadores y destructores, en fin, de los recursos hídricos, del suelo, de la flora y de la fauna del planeta. Es por eso que estamos aquí: porque cometimos el horrendo crimen de matricidio: matamos a nuestra madre Tierra.
En ese momento se levantaron de las arenas candentes nubes de horribles insectos y alimañas que mordían las carnes de esas pobres gentes, como si sus tormentos no fueran suficientes. También, como sucedió en el Popol Vuh, se levantaron nubes de palos y piedras candentes con forma de diversos animales y todos les gritaban así: “Mucho mal nos hacías; nos comías, nos matabais sin razón. Éramos atormentados por ustedes cada día, contaminaban nuestro hábitat, lo destruían. Por eso ahora que habéis dejado de ser hombres probaréis nuestra fuerza. . Os devoraremos, os destrozaremos…”. Y se lanzaron encima de toda la multitud, porque en este círculo infernal era incontable la cantidad de seres que estaban condenados a estos castigos.
En ese momento mi Maestro me habló: —Vamos, ya es suficiente. —Vamos y no vuelvas hacia atrás la mirada, no sea que te suceda a ti lo de la mujer de Lot.
Me levantó en sus brazos y me sacó de ese lugar tormentoso y candente.
—Vuelve a la tierra —dijo— y da aviso a todo ser viviente del castigo que le espera si no reflexiona y retoma el camino para cuidar de su medio ambiente, de sus recursos y de su Planeta.

Y ahora, imitando a Dante, El matricidio en tres tercetos.
Un ser en medio de sus tormentos
se acercó al vernos, y así me habló:
¿Vienes tú a mitigar mis sufrimientos?

Cual Sodoma y Gomorra llovía
sobre ellos gases, azufre y fuego;
otrora, la Madre Tierra moría

a causa de los seres humanos
irresponsables, derrochadores
de recursos que tienen en sus manos.

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