Por Johannes Schmitt-Tegge
Nueva York
Agencia (dpa)

Leonard Bernstein parecía respirar las partituras. El maestro de Massachusetts transformó la música clásica y la acercó a las nuevas generaciones, que ahora le rinden tributo cuando se cumplen 100 años de su nacimiento este sábado, 25 de agosto.

Probablemente fue una de sus inspiraciones la que lo impulsó en 1989 a cambiar la letra final de la Novena Sinfonía de Beethoven. Habían pasado muchas cosas; había caído el Muro de Berlín, se acercaba el fin de la Guerra Fría, y el director decidió cambiar la oda «a la alegría», por la oda «a la libertad». Así cantó el coro la frase del poema de Friedrich Schiller en el que se basa la obra, en medio del júbilo que se vivía en la capital alemana, reunificada.

Bernstein había formado la orquesta con músicos de las dos Alemanias, así como de Francia, Reino Unido, Estados Unidos y la Unión Soviética, los aliados que vencieron juntos a la Alemania nazi. La «oda a la libertad» y el grito de Schiller en favor de los seres humanos como hermanos no habría podido encontrar un mejor lugar y momento para su interpretación.

Pese a esta fuerza simbólica, la anécdota es apenas un grano de arena en la carrera del compositor, director, pianista y profesor que dejó su huella en la música clásica pero también en el cine, los musicales y el ballet.

Bernstein modernizó la música clásica, la hizo accesible a los jóvenes y dejó con la boca abierta al público de los conciertos con su extravagante estilo. El «New York Times» lo describió tras su muerte el 14 de octubre de 1990, menos de un año después de aquel concierto de Berlín, como «uno de los músicos de mayor éxito de la historia de Estados Unidos». Derrochaba talento, escribió el periódico.

Leonard Bernstein tenía 10 años cuando su tía decidió enviar su piano a la casa de sus padres en Lawrence, Massachusetts, para que se lo guardaran. «¡Má, quiero tomar clases!», le dijo cuando vio las teclas negras y blancas, y según él mismo contaba escuchó su primera sinfonía con 16 años, una edad muy tardía para un músico profesional que se convertiría en el futuro en el director de la Filarmónica de Nueva York.

Pero ya durante sus estudios en Harvard, entre otros con el renombrado Walter Piston, y después de su primera sinfonía, «Jeremiah», quedó claro que el hijo de inmigrantes rusos había nacido para la música.

Cuando el director jefe de la Filarmónica de Nueva York Bruno Walter enfermó inesperadamente en noviembre de 1943, Bernstein, que era su asistente, se quedó a cargo de la batuta. «Lenny», que entonces tenía sólo 25 años, se había estudiado por si acaso a fondo las partituras de obras de Schumann, Strauss y Wagner. Y consiguió brillar.

Demostró que incluso en condiciones muy difíciles contaba con una gran seguridad técnica y podía interpretar de forma magnífica grandes composiciones. A esta experiencia siguieron interpretaciones como invitado en instituciones de Estados Unidos, Europa e Israel. En 1953 fue el primer estadounidense en dirigir en la Scala de Milán.

«No me interesan las orquestas que suenan a sí mismas. Quiero que suenen como el director», es una de sus citas más famosas. Y de hecho él dio a la Filarmónica de Nueva York un nuevo estilo con conciertos clásicos pero informales, noches temáticas y piezas de vanguardia, con los que durante su tiempo al frente de la orquesta (1958-1969) la sacó de una grave crisis generada por la caída en el número de espectadores y un repertorio uniforme.

En la carrera de Bernstein tuvo un lugar destacado la música de origen germano-austríaca y compositores como Beethoven, Brahms, Haydn y Schumann. Sus grabaciones de las sinfonías de Mahler están consideradas las mejores de la historia y la pasión del músico por el romanticismo tardío generó un boom de Mahler en Estados Unidos.

Con sus Conciertos para Gente Joven («Young People’s Concerts»), que eran transmitidos por televisión, los interesó en el repertorio clásico y fue un modelo para toda una generación en el centro de conciertos Tanglewood.

Quien diseccione la música de Bernstein reconocerá su refinamiento y heterogeneidad: introdujo elementos del jazz y de la Biblia en sus piezas clásicas, citaba sus raíces judías y tomó elementos católicos-romanos en su «Misa» de 1971.

También escribió obras de ballet («Fancy Free» y «Facsimile») y musicales: además de «On the Town» y «Candide» cosechó enorme éxito sobre todo con «West Side Story».

Al final de su carrera como superestrella de la música clásica había reunido una montaña de premios Grammy, Emmy, récords de ventas, doctorados honoríficos y todo tipo de galardones internacionales.

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