Víctor Muñoz
Premio Nacional de Literatura
-¿Y vos que pensás del cuento ese que dicen que es el más pequeño que se ha escrito jamás? -me espetó Gedeón.
-¿Cuál de todos? -le respondí.
-Ese que escribió Tito.
-Ah –le dije-, el del dinosaurio.
-Exactamente. ¿Qué opinión te merece?
Después de haberme quedado pensando un momento, de recordar dicho texto y de aceptar que es cierto, que se ha dicho que se trata del cuento más corto jamás escrito, le respondí que me parecía un buen trabajo.
-¿En qué sentido te parece un buen trabajo?
Me sentí un poco incómodo ante su pregunta, entonces le dije que me parecía bueno porque en pocas palabras uno podía hallar muchas cosas, y que su mayor mérito residía en que nadie nunca antes había escrito algo semejante. Comenzó a hacer una sonrisa irónica y dio un par de vueltas por ahí. Mientras tanto, yo seguía pensando en el famoso cuento.
-Fijate que en alguna parte leí que, para considerar la calidad de un texto, en primer lugar, debe conmover al lector, en segundo lugar, debe dejar algún mensaje y en tercer lugar debe llevar a la reflexión, y en el dichoso cuento ese yo no hallo nada de nada.
Yo seguía pensando, tratando de encontrar algún buen argumento para sacar de su grave error a mi amigo, pero no encontraba por dónde comenzar. Es que con la gente poco culta se tiene el inconveniente de que una vez llegan a creer que cierta cosa es como ellos creen, difícilmente se les puede sacar de su error; sin embargo, comprendí que debía hacer algo.
-¿Sabés qué es lo que pasa?, –le dije por fin- que en ese trabajo, con pocas palabras se dicen muchas cosas.
-¿Cómo cuáles? -me interrumpió abruptamente.
-Bueno, en primer lugar vos podrías ver que en la realidad hay gente que ya se murió y aún no se ha dado cuenta, luego está el hecho de aquella gente que en algún momento de su vida hizo algo memorable pero se quedó estacionada en su triunfo sin querer comprender que el mundo cambia cada día; además, si te ponés a pensar detenidamente, podríamos interpretar que el dinosaurio es toda esa masa de empleados del Estado cuya preocupación es pasar el día lo más rápido posible, hacer su trabajo con el menor esfuerzo y aún así, exigir aumentos salariales. O bien aquel tipo de gente que luego de graduarse de peritos contadores, bachilleres o maestros consiguen un trabajo en alguna parte y ahí se quedan, no hacen nada más por superarse, no estudian nada más, se conforman con su pobreza y le echan las culpas de su miseria al destino, a los ricos por rapaces y a que el gobierno es un verdadero desastre porque nunca les resuelve sus problemas. Yo digo que esos podrían ser unos buenos ejemplos de lo que Tito quiso expresar con su famoso cuento.
Gedeón se me quedó mirando un tanto divertido, dando a entender que los argumentos que yo acababa de exponerle no tenían validez alguna.
-Es lo que pienso -le dije, en vista del incómodo silencio.
-¿Sabés cuál es tu problema? -me dijo, mientras movía la cabeza lentamente hacia los lados- que vos sos del tipo de gente que cuando alguien dice: miren ustedes, esto es genial, vos, sin detenerte a pensar si tal cosa es verdadera o no, decís que sí, que es genial. No tenés criterio, no tenés opinión propia, formás parte del rebaño, de la borregada; te dicen ¡jule!, y ahí vas, y así no se puede.
Como sus palabras me hicieron sentir mal, quise conocer su opinión al respecto del famoso cuento.
-Pues verás, a mí me parece una solemne pendejada. Eso sí, tiene el mérito de que se trata de una frasecita ingeniosa y hasta divertida, pero que en ningún momento llega a conmover a nadie. Tus razonamientos al respecto de las interpretaciones que has tratado de hallar, para nada me parecen valederas. Es como si yo hubiera escrito algo así como: “El animal era tan grande que ya no cabía en su casa, pero no se había dado cuenta” o “Luego de cien años, algunos aún no están cansados”; en fin, me puedo inventar diez o más frasecitas ingeniosas y de cada una de ellas nos pasaríamos la vida hallando sus interpretaciones.
-Mirá, –le pregunté- ¿tenés algo en contra de Tito?
Absolutamente nada; lo que pasa es que en sus escritos lo que hallo son sólo banalidades, historias breves cuyo final es chistoso, pero nada más. En lo que sí estoy en contra es en lo que te dije antes, que me molesta que por que alguien afirme que tal o cual cosa es una maravilla, la borregada se quede con la boca abierta y diga, soltando la baba: ¡ay sí, qué cosa más brillante!, sin antes analizar la calidad de la obra. Algo así como cuando vos asistís a una exposición de pinturas y no entendés nada, pero eso sí, cada cuadro cuesta un dineral y la gente hasta se pelea por llevárselos para sus casas, y sólo se trata de un brochazo por acá, otro por allá y nada tiene sentido. ¿Me entendés?
Decidí cambiar el tema porque de sobra sé que con la gente ignorante no se puede discutir sobre temas de importancia mundial. Paramos hablando del Hombre Araña.