Miguel Flores
La categoría queer es un concepto que tiene dificultades de traducción, más que entenderlo como raro o bizarro, el término, que en inglés operó como un insulto humillante para el sujeto nombrado, en estas tierras se tendría que interpretar como una teoría de huecos, culeros, playos o cochones. Lo queer ha convertido una tendencia en teoría, activismo y metodología en la práctica artística actual.
Abordar lo queer en América Central es arriesgado porque al ser un vocablo inglés, su adaptación podría interpretarse como un neocolonialismo de mal gusto. Más aún porque su enfoque proviene de sistemas teóricos de Estados Unidos y algunos países de Europa como España. Por ello, el planteamiento es recibido con escepticismo en América Latina, como lo hacen ver varios estudios recientes.
Un ejemplo es el realizado desde la Universidad Andina Simón Bolívar: “El problemático término queer no ha sido ‘entendido’ del todo en América Latina. O quizá se ha ‘sobreentendido’ por demasiado tiempo y es un deber explicar, de modo más frontal, aquello que se ha asimilado sin mayor discusión. Aunque también es probable que su sentido y alcance se hayan ‘entendido’ mejor de lo que muchos [sic] hemos creído, lo que ha provocado una serie de reacciones complejas que solamente ahora se pueden entender desde la teoría. Estas distintas posibilidades de comprensión de lo queer tensan, una vez más, su significado. Pero, sobre todo, permiten ‘entender’ la complejidad de la región latinoamericana en el diálogo global de las políticas identitarias”, comenta Eduardo Falconi.
Para los investigadores Pié y Planella, la Queer Theory puede ser considerada una respuesta a dos hechos específicos, por lo menos en lo que se refiere a su desarrollo en Estados Unidos. Primero, como una respuesta a la tendencia neoconservadora estadounidense “encabezada por la Sentencia del Tribunal Supremo [1986] que condenó las prácticas ‘sodomitas’ y, por otro lado, a crear un marco teórico a los grupos que hicieron frente a la expansión del sida”. (p.16)
Estos investigadores educativos hacen ver que la teoría queer “fundamentalmente se trata de personas que buscan posiciones más allá de la heteronormatividad y la normalidad”. Expresan, además, que se basan en la recepción de ideas de Freud, Foucault y Butler. Estos tres autores, juntamente con toda la teoría y la experiencia de los movimientos y discursos GLBT, posibilitan partir de un nuevo conocimiento que no obliga a pensar en criterios binarios. La epistemología queer desestabiliza las identidades sexuales, ofreciendo alternativas para repensar, estructurar y normativizar […] cánones universalistas, dualistas y heteronormativos.
En forma puntual, enfatizan la necesidad de “…explorar el nuevo imaginario político en el que puedan forjarse diversas alianzas -entre las personas que no se reproducen, entre los excéntricos del género, los bisexuales, los gays y las lesbianas, y los no monógamos-, alianzas que puedan empezar a innovar las formas de disciplina social e intelectual de la academia”.
Siguiendo a Morris, Pié y Planella hacen ver lo que es ser queer:
…ser queer no supone ninguna vinculación con ninguna etiqueta y, por otro lado, los comportamientos queer confunden los conceptos de sexo, género e identidad. De hecho, bajo la mirada queer, las identidades quedan completamente desarticuladas: son fluidas y cambiantes, se convierten en lo que Martin llama ‘no identidades’. Queda claro, que los objetivos centrales de la teoría queer es: disolver las categorías de identidad, las cuales son productos históricos y sociales, y que “la finalidad de fijarlas está relacionada, con el control social. El mismo binomio hombre/mujer excluye otras posibilidades y niega, en definitiva, el carácter constructivo de la sexualidad. Al mismo tiempo estos autores indican que lo queer se aleja de la victimización y la normalización. El tratar de ser normal, coloca al sujeto en una posición sumisa.