Víctor Muñoz
Premio Nacional de Literatura

Grave susto sufrí al ver aparecerse a Gedeón con la cabeza medio rapada, con un ojo casi cerrado y con evidentes muestras de haber sufrido algún accidente.

–¿Y ahora qué te pasó? –quise saber.

–Pues qué te parece –me dijo– que me fui con los cuates a echarme un par de tragos y a platicar, y estuvo tan alegre la plática que no sentí pasar el tiempo, y si no hubiera sido porque de pronto se apareció la mesera a avisarnos que ya iban a cerrar, ahí nos hubiéramos quedado platicando.

–¿Y en dónde estabas metido, pues? –le pregunté.

–En un restaurante de chinos. Vieras que ambiente más alegre, había mariachis, a cada rato sonaba la rocola y solo buenas rolas vos, solo buenas rolas.

He de confesar que de alguna manera conozco los gustos de Gedeón, ya que durante algún tiempo sostuvimos una muy buena amistad sustentada en tragos los fines de semana, partidos de fútbol los domingos y otros eventos similares. Luego de que me casé me fui separado de él porque comprendí que mi situación había cambiado. Ahora bien, ocurre que este mi amigo es un individuo buena gente, amable e incapaz de hacerle daño a nadie, pero que le gusta andar metido en lugares que yo ya no frecuento. Es que últimamente las cosas se han puesto sumamente peligrosas. Uno anda por ahí por la calle sin hacerle daño al prójimo, sin pensar en nada malo y del aire le vienen los problemas. La gente se ha vuelto muy violenta y eso a mí me da miedo.

–Entonces –prosiguió– le preguntamos a la muchacha por qué iban a cerrar el restaurante tan temprano y nos respondió que ya era la una de la mañana, que después de esa hora ya no se permitía vender licor y que, además, el personal se tenía que ir a descansar. No muy de nuestro gusto aceptamos su petición de desalojar, pero era evidente que no lo haríamos pronto, ya que la plática estaba alegre; sin embargo, nos fuimos dando cuenta de que los clientes de las otras mesas se estaban retirando, y para como se veía la cosa, no iba a tardar mucho para que nos quedáramos solos nosotros ahí.

Alguien propuso que pues no, señor, no nos vamos de aquí hasta que amanezca, pero otro de los cuates se puso a explicarle que no era conveniente armar problemas donde no los había, por lo que luego de un rato más, y cuando efectivamente ya no quedaban más clientes que nosotros, decidimos levantarnos e irnos para nuestras casas. Todavía nos terminamos de despedir en la banqueta. Como vos sabés, yo no tengo carro y le pedí favor a Arturo, que vive cerca de mi casa, que me diera jalón. Aquel me dijo que con mucho gusto y nos despedimos definitivamente.

El problema fue que tanto el Arturo como yo ya andábamos picados y nos pusimos a dar vueltas por ahí para ver en dónde encontrábamos algún lugar para terminar la noche, pero no encontramos nada. No conviene la cosa vos, me dijo aquel, por lo que agarramos camino para la casa. Para que no se molestara mucho, cuando llegamos por mi casa le dije que me dejara en la esquina y que yo caminaría la media cuadra que me hacía falta para llegar. Aquel estuvo de acuerdo, me bajé del carro, le di las gracias y comencé a caminar.

Y había caminado apenas unos diez pasos cuando de pronto no sé ni por dónde se aparecieron cuatro individuos con que les entregara mi celular y mi cartera. Como vos sabés, a mí no me gusta andar de pleito con nadie por lo que les dije que no había problema y les di lo que me pedían, pero aproveché para decirles que lo que ellos estaban haciendo no era correcto, que recapacitaran, que no desperdiciaran su vida de la manera en que lo estaban haciendo, que dejaran los malos pasos en los que andaban, que la sociedad necesitaba gente de bien, que nuestro país siempre se ha caracterizado por ser de gente correcta y honrada, que buscaran sus oportunidades para desarrollarlas en bien de la humanidad, que con actitudes como las que ellos estaban exhibiendo no llegaríamos a ninguna parte, que la imagen de nuestro país dentro del concierto de naciones civilizadas siempre había sido la de un país de gente amable y servicial, que lo que nuestro pueblo necesitaba urgentemente es cultura y educación para lograr un desarrollo sustentable y digno. Y ellos allí escuchando, cosa que me hizo sentir bien porque como vos sabés, uno tiene la obligación de hacer el bien a sus semejantes.

Que buscaran un oficio saludable y honrado, les dije. Y en ese parlamento estaba yo cuando uno de ellos, sin mediar amenaza alguna se me acercó y me dijo que comiera mierda, viejo cerote, y sacó una pistola y me metió un pistolazo aquí, mirá, y no solo me jodió el ojo sino me abrió la cabeza. Y sin decir más se fueron y me dejaron ahí tirado. Menos mal que como mi mujer estaba atenta a mi llegada escuchó que yo estaba hablando y salió a ver qué era lo que estaba pasando. Como pudo me llevó hasta la casa, llamó a los bomberos, me llevaron al hospital y ahí me hicieron estas curaciones.

–¿Y eso cuándo fue? –le inquirí.

–Hace dos noches –me dijo–, ¿pero ni sabés qué?, he estado pensando que hice muy bien al haber tratado de hacer conciencia en esos individuos y hasta se me ocurrió que nada más salgo de estas molestias y voy a tratar de buscar a toda esa gente que anda en malos pasos para que se integren a la sociedad y sean útiles y personas de bien. Es que algo hay que hacer, vos. Por si te interesa le entramos juntos a esta noble empresa. ¿Qué me decís?

Le dije que sí, que claro, que con mucho gusto. Y se lo dije para que se sintiera bien, pero yo ni loco me meto a hacer semejante cosa. Es que a este Gedeón le viven pasando cosas extrañas y no sería raro que uno de estos días aparezca muerto o mal golpeado.

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