Maco Luna
Escritor
La bruma dibuja una silueta: harapos de nostalgias son su ropaje y por manto lleva un escalofrío.
Es la muerte, que en son de suspiro le dice al oído: “Te vengo a traer, maestro, pero por ser vos te doy la oportunidad de que escojás cuándo. Eso sí, espero que no lo sepa nadie, mucho menos la fuerza del sino”.
El artista apenas se vuelve y en medio de un bostezo se levanta y le cede la silla con rodos a la fatal visitante: “Sabía que al fin me cedería una entrevista. Lo malo es que estoy bien ocupado. Tengo que terminar mi novela porque la editorial ya me puso un ultimátum. Además, estoy haciendo la lista de las canciones de mi próximo concierto”.
“Vos siempre tan ceremonioso e irreverente a la vez. No sé si reírme o sentir pena. Pero tal vez eso me atrae de vos”.
“Eso de que le atraigo me aterra, y sería fatal que le correspondiera. Podemos, eso sí, ser buenos amigos. Imagínese la fama que ganaría si fuera el primero que entrevista a la muerte. Por supuesto, nadie me lo creería”.
“¡Siempre deseando que te admiren! Yo he sido una de tus fanes, de la música y de las letras”.
“No te creo…”
“Sí. Muchas veces detuve mi eterno trabajo para verte vivir el rock. Me llegaba un resto cómo cantabas NeverSay Die, de Black Sabbath. ¡Era mi rola! A veces hasta te envidiaba. ¡Ah, cómo te aplaudían! Hasta te quería llevar y hacerte mío. ¿No sentiste mi presencia cuando bailaba entre la mara?
“Nunca. Yo siempre le di la espalda. Lo mío es la vida”.
“Pues allí estaba. Me subía al escenario, pero nunca me sentí deseada. En cambio, vos, tan cercano a mí, pero tan inalcanzable. Si no te empujé a mi abismo era porque quería ver el final de la novela, quería verte saltar solo, como hacen muchos en su delirio”.
“Sí, de eso hace mucho. Alguna vez dije que ya había entrado al concurso de las cajas de pino, pero me sobrepuso el amor. Es más, uno comienza a morir cuando renuncia a sus sueños, todo cuanto se lleva a la boca tiene sabor a nada”.
“El amor y los sueños… Ni me toqués ese tema porque entonces pospondría el chance otra vez. A ver, hagamos un trato ya, pues me tengo que apurar. ¿Sabías que gracias al tiempo que llevamos platicando se han salvado muchos pelones? Así de buena onda, decime, ¿en qué mes te querés morir? ¿Te parece enero?”.
“No, porque en ese mes el año aún está en capullo y yo me he quedado en una nota larga, como si un disco se quedara atascado entre mis fantasmas. Y si no puedo recordar las primeras notas no consigo acabar la melodía de mi sueño”.
“Entonces, ¿febrero?”.
“No, no me gusta la ambigüedad del bisiesto. Es humo amarillo que se restriega el hocico en los cristales para lamer los rincones de mi atardecer”.
“Muy bien. ¿En marzo?”.
“¿Por qué me querés arrebatar la primavera, si sus colores son precisamente lo que me arranca esas notas y esos versos? Ser envidiosa te haría aún más despreciable”.
“Tranquilo, hombre, no te me alebrestés. Te propongo abril”.
“No tengo abril, no sé quién me lo robó”.
¿Y mayo?
“Sería injusto que mi madre derramara crisantemos sobre mi tumba y que el cielo, en lugar de zompopos, enviara gotas de lamentos”.
“Sabía que te ibas a agarrar de eso. Junio, pues”.
“Jamás: el cielo lloraría más de la cuenta y la lluvia, desesperada, hundiría barquitos de papel en las calles”.
“Okey, te espero para julio”.
“No, por favor, llueve mucho y la gente no iría a mi entierro”.
“¿Agosto?”
“No, ese es un lindo mes para nacer, no para morir”.
“En septiembre no hay nada importante, y ya me estás sacando de onda, maese”.
“Septiembre trae viento del norte y yo tengo mi vela desplegada hacia el sur. Te advierto de que el aire se revelará si me voy en el noveno”.
“Ah, buena, ahora te la llevás de profeta. A ver qué te inventás para octubre”.
“¿Qué te pasa? Soy revolucionario y ese mes es intocable, ni aunque me lo pintaras de azul y le taparas la luna”.
“Mejor ya ni te pregunto… aunque, por curiosidad, ¿qué hay en noviembre?”
“Ni lo pensés. Noviembre es mes de muertos, y los cementerios se atestan de visitantes y suspiros. No se puede ni entrar, las almas limpian los cristales del recuerdo y se enredan en el velo inmóvil de la nostalgia. Además, ya no me gustan las aglomeraciones”.
“Bueno –viendo su reloj-, se te acabó el año y llegaste a diciembre” –bosteza-.
“¿Te imaginás a la familia, pasar la Navidad entre suspiros y añoranzas?”.
“No cabe duda de que para vos cada día es un pretexto para vivir. Eso es bueno para los motivadores, pero gente como vos me la pone difícil; sin embargo, no puedo tirar al suelo mi reputación y no me vas a convencer. Así ha funcionado el mundo desde siempre, y en vista de que no pudimos llegar a ningún acuerdo, ya desconecté tu guitarra”.
“Esperate, hombre, una última molestia: si grito, ¿alguien me escuchará al otro lado de esa niebla?
¡JAJAJAJÁ!
Alguien camina a su lado con sigilo, como si estuviera descalzo, no se oyen tacones ni sandalias. Un jirón de niebla le roza la mejilla… el quejido del viento aúlla y forma un remolino que con gran fuerza lanza un platillo de la batería contra la pared y luego lo deja caer al suelo en medio del estruendo. Como buscando un último ritmo, el címbalo gira y gira hasta que el bamboleo muere en un tenue vibrar… ¿Quién acabará la novela? ¿Quién acompañará el canto fresco del amanecer?

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