Segunda Parte

Jorge Carrol
Director de la Red de Bibliotecas Landivarianas Presidente de la Asociación Enrique Gómez Carrillo

“La Nación” [“El encanto de Buenos Aires”, de Enrique Gómez Carrillo: Madrid, 1914, Perlado Paez y Cia. / Madrid, 1921. Editorial Mundo Latino]; “Crítica” [“El escriba”, de Pedro Orgambide: Santafé de Bogotá, 1996. Editorial Norma] y “La opinión” [“Artistas, locos y criminales”, de Osvaldo Soriano: Santafé de Bogotá, 1997. Editorial Norma]

Toca el turno a la Redacción de otro de los periódicos porteños emblemáticos, “La Opinión”, en la crónica-cuento de Osvaldo Soriano que aparece en su prólogo de “Artistas, locos y criminales”, que nos introduce directamente a ese mundo del que Soriano fue protagonista principal, como lo fueron en su momento, Gómez Carrillo y Orgambide.

“La Opinión fue, en su mejor época, un diario de lujo para una élite de profesionales e intelectuales liberales o de izquierda. Jacobo Timerman, su creador, tenía una teoría que reiteró en el canallesco interrogatorio al que lo sometió el general Ramón Camps: “Se necesita a los mejores periodistas de izquierda para hacer un buen diario de derecha”. La boutade tenía algo de cierta: el diario empezó criticando al gobierno de Alejandro Agustín Lanusse, pero cuando éste lanzó el ilusorio Gran Acuerdo Nacional lo apoyó a cambio de los avisos oficiales y con la secreta esperanza de cerrar el camino al peronismo.”

“La historia de La Opinión queda por escribirse: no es la que Timerman cuenta en su libro, ni la que presenta su feroz carcelero. Tampoco ésta.”

[… ] “Cuando Timerman fue encarcelado, varios de los redactores del diario habían sido asesinados y otros se habían exilado. La última redacción no se parecía en nada a la primera y se me ocurre que tampoco los lectores eran los mismos.”

[… ] “Fui contratado para La Opinión mientras trabajaba en Panorama, un semanario de la editorial Abril, –en la que al autor de esta ponencia había fungido como su Director Creativo publicitario– [… ] “ser llamado a integrar el “equipo de Timerman” era motivo de orgullo profesional: por primera vez una redacción reunía a los periodistas más célebres de Buenos Aires…”, afirmación no cierta, como hemos visto al conocer anteriormente las Redacciones de La Nación y Crítica.

[… ] “Así que me fui a trabajar a La Opinión una semana antes de la aparición del primer número en mayo de 1971, y me quedé hasta mediados de 1974, cuando la atmósfera se había vuelto irrespirable por la caza de brujas. Hubo momentos en los que tuve que trabajar sin pausa y otros (sobre todo en 1972, mientras escribía Triste, solitario y final) en los que no redacté una sola línea en seis meses, lo que posiblemente sea un récord en la historia del periodismo argentino.”

[… ] “Las oficinas, que al principio estaban en Reconquista entre Lavalle y Tucumán, ocupaban dos pisos lujosamente amueblados, delicadamente iluminados, el suelo protegido por una moquete que hubiera lucido más en la gerencia del Chase Manhattan Bank que en la sala de redacción de un diario.”

“El día previo a la aparición del número uno, la Redacción era un nudo de nervios. Timerman había abandonado su despacho del noveno piso para instalarse en la oficina que el subdirector ocupaba en el tercero. Esa tarde se produjo un breve incidente que ilustró la grandeza –o la soberbia– con que el “gran patrón” encaraba su proyecto editorial.”

“Félix Samoilovich, especialista en ciencia y técnica, el único capaz de contar con gracias las vicisitudes de un cromosoma, era famoso por su escaso amor al trabajo. Esa carencia era compensada por una inteligencia, una calidad de escritura y una simpatía deslumbrantes. Félix ocupaba un escritorio vecino al mío.”

“Mientras los otros se deslomaban esta tarde terrible, él había estirado sus largas piernas sobre la mesa y fumaba mirando el techo; meditaba, sin duda. De pronto, olvidó el enorme cenicero de vidrio que la empresa había puesto frente a su bigote y, al mejor estilo de los boliches de Berisso, de donde venía, arrojó el pucho prendido sobre la flamante moquete que cubría el piso. La colilla cayó a los pies del jefe de intendencia, que atinaba a pasar por allí estrenando traje y chaleco negros. El hombre, atónito, se paró en seco y dio un grito, la alfombra empezaba a echar humo. Félix no parecía muy preocupado por su ligereza, y el burócrata, inflamado de ira…

[… ] Toda la Redacción empezó a bajar los brazos para escuchar el sermón del intendente. De pronto, Timerman abrió la puerta del despacho, se asomó con el Partagás entre los dedos y preguntó, molesto: / –¿Qué pasa? / –¡Que este irresponsable quemó la alfombra con el cigarrillo, señor! – bramó el intendente. / Timerman lo miró, olímpico, y soltó: / -Está bien, vaya y compre otra alfombra.”

“En la rutina de los años que siguieron el diario publicó muchas notas memorables de Tomás Eloy Martínez, Osiris Troiani, Aída Bortnik, Enrique Rabb, Juan Gelman, Alberto Szpunberg, Pasquini Durán, Carlos Ulanosvky, Roberto Cossa, Ricardo Halac, Enrique Alonso, Rodolfo Terragno, Kive Staiff, Rodolfo J. Walsh, Miguel Ángel García, Julio y Juan Carlos Algañaraz, Francisco Urondo, Eduardo Rafael, Ted Córdoba Claure, Edgardo D’Amommio, Horaco Verbitsky, Milton Roberts y tantos otros que pasaron por la Redacción.”

“Se creó un estilo y se continuó una gran escuela de periodismo informativo y de opinión: Hermenegildo Sábat dibujó las mejores notas gráficas y no había político o artista que no buscara ser considerado por La Opinión.”

[… ] Eran los tiempos de Cristianismo y Revolución, Los libros y más tarde Noticias […] Esta ebullición costó la vida, luego, a más de cien periodistas”.

Se desprende de este prólogo de Soriano que la Redacción de “La Opinión” fue como las Redacciones de “La Nación” y “Crítica”, rescatadas por Gómez Carrillo y Orgambide, el hogar de inspiración de algunos de los mejores escritores iberoamericanos. Nadie hoy puede ponerlo en duda.

Cien años después de que Enrique Gómez Carrillo escribiera sus crónicas porteñas, reunidas y publicadas posteriormente para que los lectores pudieran recurrir a ellas en un libro sin el temor de perder las páginas del periódico en que fueron publicadas. Esto demuestra que el guatemalteco fue el primer escritor iberoamericano en hacer de la crónica un género literario, ejerciendo a la vez el periodismo con la misma fuerza, intensidad y calidad de un Theodore Dreiser que introdujo en la literatura inglesa el universo del periodista a finales del siglo XIX y a principios del XX.

En las crónicas de Gómez Carrillo, lo real y lo imaginario, la ficción y lo no ficticio, se abrazan en forma literaria. A pesar de que las condiciones para tal abrazo se darán en la segunda mitad del siglo XX con periodistas como Gabriel García Márquez o Tomás Eloy Martínez, después de haber encontrado fuente de inspiración precisamente periodística, en Mark Twain, Hart Crane, Ernest Hemingway, Horacio Quiroga o Roberto Arlt, aunque todos ellos, conocieran o no la obra de Anton Chejov, están en deuda con el narrador (cronista) ruso que en 1888 publicó en la revista “Severny Vestnik,” de San Petersburgo, el relato “La estepa”, inspirado en un viaje al sur del país, donde los idílicos paisajes de su infancia habían desaparecido por la industrialización, contra la que el autor se rebeló.

Chejov introdujo uno de los elementos más característicos del enfoque narrativo: la supeditación del argumento a la atmósfera del relato. Así el punto de vista del autor omnisapiente se diluye en la mirada de un personaje, que no alcanza a comprender lo que sucede a su alrededor. Punto de vista que encontramos en las tres crónicas que son motivo de este estudio, sólo que en lugar de la infinita estepa rusa nos encontramos en la finita Redacción de un periódico porteño.

Tampoco podemos olvidarnos de Henry James, uno de los exponentes más notables de la literatura escrita en inglés y de la teoría de la ficción, que publicó en sus últimos años una novela estrechamente vinculada con el tema motivo de nuestro estudio: “Los periódicos”. Escrita –dictada, advirtió Guillermo Lozano, el traductor de esta novela al español– hacia 1903, pone en escena a la prensa británica desde una perspectiva en que luce a toda sombra como lo que en verdad es, un ente voraz.

Al igual que Gómez Carrillo, Orgambide y Soriano, los protagonistas de James, son periodistas que se construyen por oposiciones, no sólo en lo físico y las maneras, sino –y sobre todo– en la forma de relacionarse con la profesión: hecho que no resulta muy distinto –para ellos– a las maneras de ver, sentir y vivir la vida, que los autores estudiados muestran y demuestran en su forma de mostrar la redacción de tres periódicos porteños.

Evidentemente todo acto de escritura exige un proceso mental previo. Por consiguiente, el periodista no convencional –como Gómez Carrillo, Orgambide o Soriano– configura e interpreta la realidad, seleccionando sus elementos y su lenguaje en la forma que considera más adecuada. El trabajo del periodista y del novelista frente a la experiencia no son dispares, después de todo. A pesar de la irreprochable documentación y de la labor investigadora que respaldan estas narraciones no inventadas, el periodista se alza como cronista en ocasiones cruel y en otras sarcástico o sangrón.

La realidad de sus crónicas superan a la ficción, y su riqueza y dramatismo pueden ser destilados con los mecanismos simbólico-representativos a los que la novela nos ha acostumbrado. Es por ello que uno de los atractivos de la crónica periodística convertida en libros que pueden convertirse en éxitos editoriales como los de Gómez Carrillo, es su naturaleza fronteriza, fluctuante entre dos universos diferenciados: la imaginación y la realidad.

Leer una crónica entraña una desorientación inicial acaso intelectualoide. Para empezar, el propio término (un oxímoron, como lo es “periodismo literario”) encierra una contradicción. Narrar un evento real como si se tratara de uno imaginado molesta a nuestros esquemas fundamentales acerca de lo que es una posible obra literaria: un mundo que se parece al nuestro, si bien no lo es. Tal el caso de las crónicas de lo que sucede o sucedía en la redacción de tres periódicos argentinos del siglo XX.

Por último, oscilar entre lo real y lo creado es fascinante pero psicológicamente perturbador. En un paisaje postmoderno de metanarraciones cuestionadas (teología, filosofía, historia…) y para-realidades activadas (ciberespacio, realidades virtuales…), la crónica se revela como un género que guarda correspondencia con la narrativa metafictiva.

El periodista y su presencia en el texto es motivo de desacuerdo entre los propios periodistas… Los tres cronistas analizados evidentemente han preferido la voz narrativa simple, decidiéndose por un relato en primera persona, exhibiendo su condición de testigo directo de los acontecimientos de la redacción de un periódico. La utilización de esa voz narrativa inmediatamente convierte la crónica en un texto acaso histórico, personal, subjetivo. La estrecha vinculación con el acontecimiento puede conllevar un periodismo creativo.

El periodista, testigo y/o protagonista, aparece en sus crónicas: en ellas, las redacciones y los periódicos adquieren una personalidad definitivamente diferente una de otra. Exactamente como son los periódicos en los que trabajaron…

Bibliografía

CRITICA. http://es.wikipedia.org/wiki/Diario_Cr%C3%ADtica
http://www.oni.escuelas.edu.ar/olimpi98/juanitoyramona/critica.htm
GÓMEZ CARRILLO, ENRIQUE. “El encanto de Buenos Aires”. Madrid, 1914, Perlado Páez y Cía. / Madrid, 1921. Editorial Mundo Latino)
GÓMEZ CARRILLO, ENRIQUE. “El encanto de Buenos Aires”. Madrid, 1921. Editorial Mundo Latino
JAMES, HENRY. “Los periódicos” Barcelona, 1998. Alba editorial
LA NACIÓN http://es.wikipedia.org/wiki/La_Nación_(Argentina)
LA OPINIÓN. http://es.wikipedia.org/wiki/La_Opinión_(Buenos_Aires)
ORGAMBIDE, PEDRO. “El escriba”. Santafé de Bogotá, 1997. Editorial Norma
SORIANO, OSVALDO. “Artistas, locos y criminales”. Santafé de Bogotá, 1997. Editorial Norma

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