Roberto Samayoa
Coordinador de Género e Inclusión Social
Asociación PASMO
A ser hombre se aprende o por observación y repetición de patrones caducos o por el cuestionamiento y replanteamiento de los modelos.
Era más fácil ser hombre en el siglo XX y en los anteriores. La identidad de los hombres dependía de tener pene y testículos; casarse con una mujer; ser el proveedor de casa; tener permanente disponibilidad sexual y mujeres para el efecto (por lo menos visiblemente) y gozar de privilegios en todos los ámbitos sociales. Algunos sectores de la sociedad, gracias a una toma de conciencia que parte del feminismo, están tomando una postura más crítica y generando un entorno que hace posible terminar con la supremacía masculina: socialmente se cuestiona que las manadas violen a su gusto, es mal visto que los padres embaracen a sus hijas, no se puede odiar a los hombres homosexuales ni los hombres tienen la única palabra al hablar de sexualidad y las mujeres cuestionan y contradicen los discursos de instituciones como la iglesia. Es una época que se torna contraria para este concepto de hombre, levantado sobre el pedestal del abuso, aunque todavía esté lejano el día en que caiga ese monumento.
En el documental XY, de Alejandro Arriola, se pregunta a hombres guatemaltecos ¿Qué significa ser hombre? Las respuestas están bordadas por aspectos religiosos: “es el género que Dios me designó”, “es lo más lindo que puede haber porque nuestro señor Jesús fue hombre”; elementos fisiológicos: “porque tengo el órgano sexual masculino”; componentes morales: “ser una persona íntegra”, “llevar una vida recta con disciplina” y de género: “ser cabeza de hogar y tener las fuerzas necesarias para llevar la familia”, “ser quien lleva las riendas”, “porque me gustan las mujeres”; hasta razones tan simples como “porque eso me dijeron” y “ser la contraparte de la mujer”.
La pregunta es compleja y la respuesta aún más, sobre todo si se tiene en cuenta que la identidad de una persona se construye gracias al entramado de aprendizajes, entornos, herencias y arquetipos. ¿Quién soy? Es una de las interrogantes fundamentales de la filosofía y miles de mujeres y hombres han dedicado su vida a tratar de encontrar respuestas, desde la teocracia, el racionalismo o, como en la actualidad, desde las relaciones interpersonales.
En el debate contemporáneo encontramos posturas como la de Elisabeth Badinter, que plantean que las mujeres construyen su identidad con base en la afirmación; en cambio, los hombres lo hacen con base en lo que se conoce como la triple negación: Yo soy hombre porque no soy mujer, ni débil, ni homosexual. Esta negación radica en el inconsciente colectivo y se materializa por medio del lenguaje, del comportamiento y de los roles que se asumen. Bajo esa negación, desde la niñez y la adolescencia, los hombres deben demostrar que “son hombres porque no son…”. De esa cuenta, no es extraño escuchar en el lenguaje coloquial expresiones como “vos no parecés hombre, parecés…”
Manuel (nombre ficticio) es un chico de 12 años, dedicado a sus estudios, sus cuadernos denotan cuidado y esmero, le gusta el dibujo y la pintura, no le gusta jugar fútbol en el recreo sino que prefiere caminar y platicar, luego de ir al baño se lava las manos y le gusta cuidar su apariencia. Para sus compañeros, Manuel es “un extraño, un raro”, porque no se adapta a los comportamientos comunes. Desde los 8 años, Manuel ha sido catalogado por sus compañeros hombres, no por las mujeres, como alguien que no parece hombre, les parece demasiado débil, mujer, hueco; en síntesis, les parece demasiado femenino, el corazón de la triple negación, es decir, alejarse de lo que se considera femenino porque esto se considera ridículo y escandaloso.
Así para Manuel, tener un comportamiento que los demás asumen como femenino implica aceptar el calvario diario del acoso, de los empujones, los insultos, las burlas, los tocamientos y el aislamiento porque nadie quiere ser amigo del “afeminado”. El resto de compañeros de Manuel se convierten en los guardianes de esa masculinidad. Si querés ser considerado hombre tenés que caminar, reír, jugar, hablar, vestirte y comportarte de una sola forma que tiene como norma social el abuso y a la que tampoco tienen acceso los “gordos”, los “lentos”, los “cuatro ojos”, “los estudiosos”, “los callados”. Todas las individualidades no tienen cabida en una masculinidad estereotipada. Basta ver algunos “memes” de las “chicas de la CICIG” para darse cuenta de que se considera socialmente más deplorable ser asociado a ser mujer que a ser corrupto.
Pareciera que construir la identidad masculina desde la negación representa sólo beneficios. Pero eso es una falsedad. Con la triple negación los hombres son castrados emocionalmente y pierden la capacidad de integrar los elementos considerados como femeninos. De esa cuenta, componentes propios de la matrística como la felicidad, colaboración, interdependencia, participación, verdad, confianza, ternura, amor, apertura, armonía, intuición, entre otros, son negados de forma conscientemente o inconscientemente del proceso de construcción de la identidad masculina, porque se les asocia, comúnmente, a lo femenino. Por ello, no es extraño que en las sociedades prevalezca y priorice que un hombre sea violento, “racional”, competitivo -que no competente-, seguro, inseguro emocional, dominador, controlador y autoritario.
Las relaciones interpersonales construidas desde esta lógica son dañinas, en primer lugar, para los mismos hombres quienes aprenden a no manifestar las emociones por temor a que sean interpretadas como comportamiento femenino. También son dañinas para otros hombres y sobre todo para las mujeres. Los femicidios, las violaciones, los tocamientos, los piropos, el acoso laboral, los embarazos en niñas son manifestaciones de esta repulsa por lo femenino, que en algunos casos se convierte en misoginia u odio hacia las mujeres. El hombre aprende que mientras más abuse y golpee es más hombre porque es lo que socialmente se considera masculino y asumir un comportamiento contrario hace que se despierten las alarmas: “vos no parecés hombre…”.
En algunos casos los hombres ni siquiera se plantean que pueden tener comportamientos distintos, tal como testimonia anteriormente alguno de los hombres entrevistados en el documental XY “porque así me dijeron”, asumiendo que se aprende a ser hombre sólo con base en la repetición de comportamientos y no en la autoevaluación y el análisis crítico. En otros casos, aunque hay una toma de conciencia individual sobre lo adecuado y necesario de tener comportamientos de respeto y amor, por ejemplo, estos no se asumen porque la presión social de hacer lo contrario es muy grande y es más valorado un hombre abusador, tramposo o golpeador que uno tierno, cariñoso y respetuoso.
La campaña “Somos Hombres”, liderada por el Consorcio Ixoqib, busca reforzar la construcción de las identidades masculinas desde la afirmación: Soy hombre porque respeto, soy hombre porque amo, con el objetivo de contribuir a estigmatizar comportamientos violentos: si golpeo y abuso, no soy hombre. Considerando la importancia que tiene el deporte en la sociedad, la campaña se valió del fútbol como referente para su conceptualización e implementación. Aquí, no hay que perder de vista el fútbol, en muchos casos, ha sido escenario y caldo de cultivo para comportamientos violentos incluso afuera de la cancha. En este sentido, la campaña “Somos Hombres” también contribuye a reforzar que tanto en los juegos de fútbol como en las relaciones interpersonales se puede, y se debe, jugar respetando al otro.
En una de las imágenes de la campaña, un joven en actitud segura, de frente, afirma “Yo respeto” y en la otra, en actitud de cariño hacia una mujer, se afirma que ama. Es importante mencionar que la campaña no pretende reforzar lo evidente de la participación del hombre en los hechos violentos sino más bien proponer que a partir de ser hombre, se respeta y se ama, en particular a las mujeres quienes son las principales víctimas de los comportamientos violentos, por el sólo hecho de ser mujeres. Asumir estos comportamientos de respeto se relaciona con ponerse las pilas para ser fichado y jugar el partido de la vida. Lo contrario es quedar fuera y no ser considerado “pilas” para asumir el reto de entrarle a la prevención de la violencia.
Proponer nuevas formas de construir la identidad masculina es apostar por abandonar una masculinidad tradicional que como dice Elisabeth Badinter, da como resultado un hombre mutilado que ha tenido que abandonar a la fuerza su feminidad.