Jorge Carrol
Director de la Red de Bibliotecas Landivarianas
Presidente de la Asociación Enrique Gómez Carrillo

“La Nación” [“El encanto de Buenos Aires”, de Enrique Gómez Carrillo: Madrid, 1914, Perlado Paez y Cia. / Madrid, 1921. Editorial Mundo Latino]; “Crítica” [“El escriba”, de Pedro Orgambide: Santafé de Bogotá, 1996. Editorial Norma] y “La opinión” [“Artistas, locos y criminales”, de Osvaldo Soriano: Santafé de Bogotá, 1997. Editorial Norma].

“La crónica más que un género es un debate”, advierte el escritor Jorge Carrión en el prólogo del libro “Mejor que ficción, crónicas ejemplares” “…es un debate, porque no se puede definir. Lo único innegociable es que no debe haber un gramo de ficción, por lo demás hay ensayo, autobiografía, periodismo, testimonio, y también podemos encontrar poesía. No se le puede definir, no obstante, paradójicamente, cuando lees una crónica, sabes que es crónica, de algún modo sabes que es algo muy subjetivo, muy de gusto y de bagaje lector de que recibe el texto.”

En su muy condensado libro “Una luna”, Martín Caparrós, toma en cuenta que la crónica de hoy ya no tiene que hacer grandes digresiones sobre la historia, porque eso ya está en Wikipedia.

Luego de esta breve introducción, considero oportuno destacar que el presente trabajo no es una ponencia que tradicionalmente se presenta en un congreso, no intenta tampoco ser una suerte de estudio para demostrar que fueron los periodistas los que manejaron y manejan mejor la crónica y que los intelectuales fueron y son los mejores periodistas.

La crónica revela –parafraseando a Marcel Schwob: “Vidas imaginarias”, Spicièlege (1896)– la incertidumbre de los sucesos; y en ocasiones minuciosamente las acciones y los escenarios donde se nutre la crónica. Nos dice por ejemplo que Napoleón estaba enfermo en Waterloo; que Alejandro estaba ebrio cuando asesinó a Klitos; nos demuestra que Pascal especuló sobre la nariz de Cleopatra. Todos estos hechos que de alguna manera fueron recogidos por los cronistas de la época, tienen valor porque modificaron los acontecimientos o porque hubieran podido cambiar su desarrollo. Son –como todas crónicas– causas reales o posibles.

Nuestra tarea es hurgar en tres trascendentes redacciones de periódicos argentinos: La Nación, Crítica y La Opinión. Las tres crónicas de las que hablaremos describen a los personajes (periodistas cultos, autores de gran parte de la mejor Literatura Argentina) en un escenario secular, refugio de egolatrías: la redacción de periódicos que definitivamente ellos hicieron trascendentes. Pero aclaremos, los cronistas (Gómez Carrillo, Orgambide y Soriano) muestran a sus personajes posiblemente tal como fueron. Las ideas de los grandes cronistas son patrimonio común de la literatura más que del periodismo. Por decirlo de alguna manera, las crónicas, las buenas crónicas, son historias que no pueden permanecer silenciosas sobre una aburrida noticia periodística.

Los primeros cronistas fueron, ante todo, avaros, ya que al considerar tan sólo la vida pública, nos trasmitieron noticias (acaso historias) sobre grandes hombres, sus discursos y los títulos de sus libros. Fue Aristófanes quien nos dio la noticia de saber que era calvo, y que la costumbre de Sócrates de caminar descalzo ha sido parte de su sistema filosófico de desprecio por el cuerpo.

Por tanto, si deseamos consultar sobre los hombres del pasado, debemos recurrir a los primeros cronistas, quienes rescataron que a Erasmo no le gustaba el pescado, pese haber nacido en una ciudad portuaria; que Bacon no permitía que sus servidores se presentaran ante él con botas de cuero español, puesto que sentía de inmediato un olor que le era desagradable.

El arte del cronista consiste precisamente en la preselección de los temas de sus crónicas; debe saber escoger entre los personajes aquel que es único. Los cronistas que lamentablemente se crean novelistas, privarán a los lectores del futuro de retratos admirables. El sentimiento de las crónicas individuales se ha desarrollado más en los tiempos modernos, quizá por excesivo ego de los pseudos cronistas que nacieron con el periodismo televisivo.

Los cronistas como Gómez Carrillo, Orgambide y Soriano que estamos analizando han sabido separar a los personajes –semejantes a los bananos y perdón por el símil– antes que estén podridos. Aclaremos que nuestro interés se centra en el universo que existió entre las cuatro paredes de la redacción de tres periódicos que fueron casi el segundo hogar de algunos de los mejores escritores americanos.

El siguiente paso fue investigar a partir de tres crónicas que rescataron redacciones acaso fundamentales del periodismo del Río de la Plata, disfrazadas dos de ellas como prólogos y otra como la novela que un novelista quiso escribir pero que no pudo. En las crónicas que presentamos, lo histórico operó como un elemento de la posmodernidad, en una zona en la que se reúne de forma tumultuosa, el arte con todo y con nada.

El periodismo y las crónicas posmodernas se caracterizan por la intertextualidad, la superposición de códigos pertenecientes diferentes sistemas semióticos. Las historias contenidas en las tres crónicas objeto de este trabajo, no constituyen un eje ni tampoco un elemento mítico, sino más bien un discurso plagado de citas, alusiones, referencias, sucesos acoso reales, con personajes conocidos o no.

En 1914, Enrique Gómez Carrillo viajó a la Argentina y tuvo oportunidad de escribir varias de sus crónicas en la redacción del periódico porteño “La Nación”; vivencias que forman parte de la más extensa crónica americana que escribió el Príncipe de los Cronistas: “El encanto de Buenos Aires”.
Aclaro que, para este estudio, utilizamos la primera edición de esta obra, publicada en Madrid en 1914 por Perlado, Páez y Cía., ya que, en la edición de 1921, que forma parte del tomo XIX de sus “Obras Completas”, publicadas por la Editorial Mundo Latino, nuestro autor por razones meramente editoriales, muy comunes en él por otra parte, advierte que “después de corregir las pruebas de esta edición definitiva de El encanto de Buenos Aires, un escrúpulo invade mi ánimo. / ¿Escribiría yo hoy estas páginas?, me pregunto. / Fue en 1914, durante mi primer viaje al Plata, cuando, en treinta días de labor febril, tracé estos cuadritos. / Luego he vuelto varias veces a la Argentina y he permanecido casi un año en Buenos Aires. / ¿He visto mejor la gran ciudad hispanoamericana? / Lo ignoro. / Pero lo que sí puedo asegurar, no sin profunda melancolía, es que ya no la he vuelto a contemplar con los mismos ojos ingenuos y pueriles de hace un septenario.”
Entre algunos aspectos que quedaron fuera de esta versión “definitiva”, está precisamente la introducción a estas crónicas dedicadas al dramaturgo argentino Enrique García Velloso y que se refiere a la redacción del prestigioso matutino fundado por Bartolomé Mitre en 1870.
Nada de lo anterior ocurrió con Pedro Orgambide quien describe en “El escriba”, la redacción del periódico Crítica de los años ‘30, según parece ser fue la idea que tenía Roberto Arlt (periodista, cronista y novelista singular) y que no llegó a escribir, pero que sí la transmitió a su amigo Conrado Nalé Roxlo (poeta, cuentista y humorista) que a su vez se la contó a Orgambide que finalmente la escribió. Cabe recordar que Orgambide fue, amén de un prolífero autor, periodista, cronista y en algún momento de su vida, bailarín de tangos.
Por su parte, en 1971, Osvaldo Soriano formó parte de la redacción de otro periódico argentino, La Opinión y de ello dejó constancia en su libro “Artistas, locos y criminales”.
Nuestra “propuesta” es realizar una “visita” a las redacciones de tres periódicos trascendentales para el periodismo rioplatense, donde su mayor riqueza era (es) la calidad intelectual de los periodistas que en ellas laboraban y el buen humor que existente entre ellos. A través de sus crónicas que podemos encontrar en los tres libros ya señalados, se trasluce la camaradería y el buen humor existente en ellas.
“Visita” cuya conclusión será (confío y espero) que los grandes cronistas –como Gómez Carrillo, Orgambide y Soriano– que se formaron en el periodismo, devinieron en lo mejor de la literatura iberoamericana del siglo XX.
En la dedicatoria-prólogo “El encanto de Buenos Aires”, el guatemalteco universal, Enrique Gómez Carrillo, escribió:
“A Enrique García Velloso”
“¿Se acuerda usted, mi muy querido amigo, de la noche en que nació la primera de estas páginas?… Estábamos en nuestra casa de ‘La Nación’, en el severo y hospitalario despacho del director. Sentado en una butaca, sonreía, cual un esfinge, Su Excelencia nuestro gran Murature. Enfrente de él, recostado en un sofá, soñaba, comiéndose un lápiz, el delicioso Mariano de Vedia Muy serio, muy serio, Jorge Mitre parecía absorbido en la lectura de un manuscrito. Usted y yo, en un rincón hablábamos con entusiasmos paganos, de las mujeres adorable que acabábamos de ver en los palcos de un teatro.”
“De pronto, levantando la vista y sonriendo con su sonrisa que le iluminaba todo el rostro, nuestro director exclamó, volviéndose hacia mí:”
“ -¿Por qué no hace usted una crónica con eso que está diciendo?”
Dos horas después iba a la imprenta uno de los capítulos de este libro.
“Y como el que hace un cesto…”
“Dios y usted, no obstante, saben que yo no había ido a Buenos Aires para escribir. Al contrario… Si había ido para algo era para descansar, para pasearme, para vivir tranquilamente, durante un mes, como un rentista, ¡Hay ya tantos libros sobre la Argentina!… ¡Y son tan serios, tan documentados, los tales libros! …”
“- ¡Qué voy a decir yo que no esté ya dicho! – creo que le contesté a usted cuando, gentil y amistosamente, me habló de hacer toda una serie de artículos.”
“Pero luego, reflexionando, pensé que si había algo que decir, o, por lo menos, aun había que decir ciertas cosas de un modo que los Huret, los Clemenceau, los Baudin y demás publicistas graves no han empleado en sus libros. Y pensé también que ese algo, un algo en apariencia frívolo, en el fondo trascendental, tal vez yo podía escribirlo mejor que mis predecesores, no por tener más talento que ellos, no, sino porque mi alma sienta la gracia de cierta ciudad con una intensidad que los grandes ministros y los grandes periodistas desdeñan.”
“Desde entonces comencé a escribir, casi día por día, mis sensaciones y mis visiones Los capítulos de este libro son treinta días vividos, usted lo sabe, con entusiasmo, con sorpresa y con sinceridad.”
“Recíbalos, querido García Velloso, como un recuerdo nostálgico de nuestros largos paseos por Buenos Aires, y no dé gran importancia a los errores psicológicos que contienen… ¡Es tan difícil no equivocarse hablando del alma de un pueblo!… De lo que se trata es de equivocarse de buena fe.”
“Su amigo y admirador, E.G.C.”
Por la redacción de “La Nación”, aparte de los ya nombrados por Gómez Carrillo: José Luis Murature, Mariano de Vedia y Jorge Mitre, por aquellos años pasaron, Leopoldo Lugones, Rubén Darío, José Ingenieros, Miguel Cané, Horacio Quiroga.
Justo es destacar que muy posiblemente de la amistad de Gómez Carrillo con Murature, abogado y periodista que ejerció el cargo de Ministro de Relaciones Exteriores y Culto durante la segunda década del siglo XX, se produjera el nombramiento de nuestro cronista como Cónsul argentino de Francia.
Como periodista y cronista fue Gómez Carrillo intérprete de dos universos parecidos pero disímiles, a los que debemos agregar lo americano y lo europeo, lo conservador-decadente y lo moderno-revolucionario. Publicaba semanalmente por el mundo hispanoparlante en periódicos de gran difusión y en ese hacer su obra, admirable y cosmopolita, iba creciendo también en libros de gran demanda.

Gómez Carrillo al llegar en su primer viaje a Buenos Aires, era ya autor de libros sumamente interesantes y, fundamentalmente, muy bien escritos, en un español que iba enriqueciéndose con su prosa. La influencia de Gómez Carrillo al igual que la de Rubén Darío entre la juventud literaria de Buenos Aires de las primeras décadas del siglo XX fue notable y muy especialmente entre los jóvenes periodistas que encontraban en la crónica una forma dinámica de hacer conocer verdades, realidades e irrealidades.

Fueron para Gómez Carrillo tres felices lustros de reuniones fraternales en la redacción de “La Nación”, lo cual, por otra parte, era lo que más convenía a su inquieto espíritu y sus lógicas y obvias ambiciones. Gómez Carrillo fue periodísticamente, un foco de actualidad, donde gracias a sus crónicas, como las del “Encanto de Buenos Aires” llenaban el ambiente con los sucesos cotidianos que se veían sin ver y las ideas del mundo. En la redacción de “La Nación”, Gómez Carrillo encontró la agitación intelectual y la curiosidad por todo lo nuevo trascendente.

Polo opuesto al ambiente (literario-culturoso) de la redacción de “La Nación” fue el de “Crítica”, el vespertino fundado por el oriental Natalio Botana y que durante dos décadas fue el periódico de mayor circulación posiblemente en todo el mundo hispano parlante. Época dorada antesala a la primera dictadura militar argentina del siglo XX. Redacción en la que confluyen anarquistas y socialistas, jóvenes escritores que buscaban una “vidriera” para dar a conocerse, ¡ojalá de igual manera que Enrique Gómez Carrillo!
“Crítica” no fue un periódico como “La Nación” y “La Prensa”, ni Botana fue Mitre ni mucho menos Gainza Paz, que como dice el Malevo Muñoz en “El escriba”, “ni siquiera era argentino sino un oriental, un uruguayo”, pero que había creado y hecho lo que ellos jamás hicieron: ¡un diario que lo leían hasta los analfabetos!”.
El clima que se vivió en la redacción de “Crítica” fue en “El escriba”, cuya historia en principio es, la de un libro que Roberto Arlt (periodista y sin duda el mejor cronista del Río de la Plata) soñó y no escribió, pero también una visión de la vida de Arlt, de Botana y de los escritores que tarde tras tarde daban vida a “Crítica”, paralelamente a la literatura argentina, entre otros, Jorge Luis Borges, Ulyses Petit de Murat, Conrado Nalé Roxlo, Carlos de la Púa, Leopoldo Marechal, el Malevo Muñoz, Nicolás Olivari, Emilio Lascano Tegui (el Vizconde) y los González Tuñón.
“El Visconde era un muchacho entrerriano que probaba suerte en Buenos Aires (la antesala de París) y debía sentarse a escribir su nota, hacer con buena letra como decía el jefe de redacción, lo que para él se transformaba en un hecho literal, ya que escribía a mano, como seguramente escriben los vizcondes, con caligrafía inglesa.”
Orgambide rescató en “El escriba” detalles conocidos por los detractores de Roberto Arlt. “-Hay que hacer buena letra, Roberto, consultá el diccionario –le decía el jefe recordándole-reprochándole sus errores-horrores de ortografía–, ¡Vos sí que no vas a llegar a la Academia, ni por puta!”.
“Uno no puede escribir sólo con odio o con bronca, uno tiene que buscar las palabras, hacer que suenen de una determinada manera, para que uno (después de treinta años, digamos) no se avergüence.”
Botana a diferencia de los Mitre o los Gainza, que coleccionaban libros o palacios, coleccionaba gente. “En ningún diario hubo tantos escritores; uno (usted lo conoce bien) llegó a tener fama universal. Cuando llegó al diario era muy joven. Un poeta ultraísta enamorado del suburbio.”
Botana le echó el ojo: “-Mire, Georgie; quiero pedirle que se haga cargo del suplemento literario. Ya sé que usted es muy joven aún, una promesa como dicen… Pero usted es literario… La gente es literaria o no… No importa si escribe libros… éste es otro asunto… Hay gente que ama la literatura, el arte, el cine… Para esa gente quiero hacer un suplemento. Pero antes que nada, le tiene que gustar a usted… ¿Qué le parece, Georgie?”
¿Hace falta decir que Georgie era Jorge Luis Borges? El mismo que en “Elogio de la imitación” (pág. 150, de la edición de referencia) reaparece en la redacción de “Crítica”: ¿Sí? Un momentito. Es para vos, Georgie…”
“Georgie estaba escribiendo un comentario de cine, una de esas notas que le gustaban a Taboada, sobre películas de gánsters.”
“-Sí, soy yo: Georgie. Lamentablemente no puedo ser otro… ¿Así que leyó mis notas en la revista “El Hogar”? ¡Qué curioso! Yo creí que nadie las leía… salvo mi madre… y yo… Pero por lo visto, usted también… Qué raro, ¿no? Desconocía que en nuestro país hubiera mujeres interesadas en la literatura inglesa. Al menos, hay una… ¿Volverá a llamar? Será una dicha para mí…”
“Georgie colgó y volvió a su escritorio para continuar escribiendo su nota.” / “-¿Quién era?” / “-Una mujer.” / “-Ya sé que era una mujer… ¿Pero quién?” / “-Me olvidé de preguntarle su nombre. Una persona generosa. Fijate que lee mis artículos…” / “-¿Cómo que no le preguntaste su nombre? Si llamó es porque tiene interés… ¡Ay, Dios! Seguramente esperaba que vos la invitaras a tomar un copetín… ¡Y vos nada! Dios le da pan a quien no tiene dientes… Che, Georgie… si te sobran minas, pásame una…”
“[…] Taboada (Botana), en mangas de camisa, fumando su habano, recorría la redacción. […] Entre sus hombres, Taboada pudo recuperar cierto equilibrio. Los conocía o creía conocerlos A veces lo sorprendían, como ahora, al recibir la noticia de que uno de sus redactores, el boliviano Roberto Hinojosa, encabezaba en su país un levantamiento popular.”

Bibliografía

CRÍTICA. http://es.wikipedia.org/wiki/Diario_Cr%C3%ADtica
http://www.oni.escuelas.edu.ar/olimpi98/juanitoyramona/critica.htm
GÓMEZ CARRILLO, ENRIQUE. “El encanto de Buenos Aires”. Madrid, 1914, Perlado Páez y Cía. / Madrid, 1921. Editorial Mundo Latino)
GÓMEZ CARRILLO, ENRIQUE. “El encanto de Buenos Aires”. Madrid, 1921. Editorial Mundo Latino
JAMES, HENRY. “Los periódicos” Barcelona, 1998. Alba editorial
LA NACIÓN http://es.wikipedia.org/wiki/La_Nación_(Argentina)
LA OPINIÓN. http://es.wikipedia.org/wiki/La_Opinión_(Buenos_Aires)
ORGAMBIDE, PEDRO. “El escriba”. Santafé de Bogotá, 1997. Editorial Norma
SORIANO, OSVALDO. “Artistas, locos y criminales”. Santafé de Bogotá, 1997. Editorial Norma.

PRESENTACIÓN

Falta mucho por estudiar en nuestro país el esfuerzo de producción literaria del guatemalteco, Enrique Gómez Carrillo.  Y aunque es cierto, la Asociación que lleva su nombre, presidida por quien escribe el artículo central del Suplemento, Jorge Carro, ha hecho un enorme trabajo a través de Congresos y publicaciones, aún falta el reconocimiento merecido a un escritor que despertó el respeto entre los intelectuales de su tiempo.

De ese modo, es oportuno continuar la investigación de nuestro cronista para desentrañar el significado de su obra.  Con esa intención, Jorge Carro examina, como indica el título del artículo, “Las redacciones de tres periódicos argentinos en las crónicas de Enrique Gómez Carrillo, Pedro Orgambide y Osvaldo Soriano”.  El texto será presentado en dos entregas para la lectura pausada y reflexiva de los lectores.

Por lo demás, ofrecemos dos contribuciones de actualidad en temas de género.  El primero, titulado, “Somos hombres”, escrito por Roberto Samayoa; y el segundo, “La fotografía en la diversidad sexual”, de Miguel Flores.  Ambos critican un modelo de pensamiento históricamente excluyente para sugerir vías alternas que redunden en la convivencia justa y armoniosa.

Estamos seguros que nuestra edición será acogida con la serenidad y apertura de costumbre, reconociendo que debemos estar actualizados en los debates presentes en los círculos de reflexión intelectual. Para nosotros es un gusto llegar hasta usted, contribuyendo en su esfuerzo por la comprensión de un mundo siempre complejo.  Que tenga una muy buena lectura.  Hasta la próxima.

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