Mauricio José Chaulón Vélez
Escuela de Historia, Universidad de San Carlos de Guatemala

Era un Domingo de Ramos. No recuerdo el año exacto, pero es reciente. Posiblemente 2012. Me encontré al Maestro Carlos Navarrete Cáceres, Premio Nacional de Literatura, antropólogo, historiador, arqueólogo y Doctor Honoris Causa de la Universidad de San Carlos y la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas. Lo vi caminando yo en la fila izquierda del cortejo procesional de Jesús de los Milagros, y él en la banqueta de la 1ª. avenida y 12 calle de la zona 1, junto a su esposa e hija, viendo la procesión. Nos saludamos efusivamente, con el abrazo de la amistad.
Lo primero que me dijo fue “lo envidio”. Luego me presentó a su familia, y les explicó en mi presencia algunos de los elementos más importantes del traje de cucurucho y de las procesiones guatemaltecas. Hablamos unos cuantos minutos, y al aproximarse las andas me expresó: “¡Esto es un poema!”. La marcha la recuerdo perfectamente: “Mujer por qué lloras”, del Maestro Mariano de Jesús Moreno Díaz. Una marcha de ritmo acelerado y fuerte. Y con esas notas, el doctor Navarrete soltó esas palabras. A partir de ellas, ya no pude dejar de pensar en el movimiento de las andas como poesía viva.

El concepto de lo poético es muy profundo y amplio. No podemos referirlo solamente a la letra escrita o dicha. También hay poesía en el movimiento, así como hay música en la poesía. Cada persona que observa el paso procesional, construye sus pensamientos en torno a él. Recuerdos, plegarias, esperanzas, meditación, instantes presentes, estampas, sentidos diversos. Pero la sensibilidad es inevitable. Se construye un discurso, un diálogo entre lo que monumentalmente se tiene enfrente y la percepción. Todo un conjunto estético se articula para que esto penetre en el espíritu, que es en sí la conciencia, y a partir de ahí se mueva mucho en el receptor y la receptora.

La descripción que la persona hará de su experiencia sensorial estética, es dialógica. En otras palabras, produce un diálogo con el fenómeno y con sí mismo, en principio, y luego con quién o quiénes se pueda o desee compartir. Pero al inicio, es decir en la relación con la misma conciencia, se manejan los mismos cimientos que la poesía, porque se crea un mundo inteligible desde la belleza captada. Claro, esto si así se considera, porque también puede ser rechazado.

No estoy afirmando que toda persona que capta la estética de la procesión como belleza, lo hace en términos poéticos. Sin embargo, su intercambio dialogal, inevitable con el fenómeno, permite construir la relación en términos del espíritu, el cual no es religioso sino humano, eminentemente humano. Como sucede igual al observar cualquier manifestación estética que a través de su belleza mueve. Y la primera descripción que el ser humano hace de lo que observa y le mueve, es con sí mismo y con sí misma, siendo la palabra el fundamento. Ya las capacidades permiten hacer poesía.

Lo otro es la danza. El movimiento sincronizado de un anda procesional, acompañada con el ritmo del redoblante, del bombo, del tambor, del bombín, y no digamos de la banda entera. Si los timoneles le dan estabilidad al paso, la experiencia del cucurucho y de la cargadora también hace la suyo. Se sigue el movimiento de manera natural. Cada paso hacia adelante, hacia atrás o para sostener en un mismo punto se compenetra entre todas o entre todos. Sólo quien no sabe cargar o tiene muy poca práctica se equivoca. Y es notorio. Porque al ser una danza, desequilibra al resto. Pero el cuerpo danzario lo retorna y le va integrando. Mientras guías de andas y cada timonel hacen su trabajo, las dos filas de cargadores y cargadoras encuentran rápidamente su ritmo. Se mueven sintiendo a través de la marcha fúnebre y de una serie de pensamientos e imágenes que surgen en ese momento que durará pocos minutos en la longitud de una cuadra.

¿Qué pasa por la mente de quien danza? No hay culturas sin danza en el mundo. Históricamente, el ser humano ha danzado como uno de los rituales comunes y fundamentales de la construcción social. Se danza para celebrar, para conmemorar, para protegerse, para reconectarse con la naturaleza, para seducir, para interiorizar, para pensar. Los sonidos del tiempo y del espacio nos mueven. Los cuerpos reaccionan ante ellos, y cuando nos damos cuenta ya estamos danzando. El cargar una procesión es parte de ello. No se lleva de un lugar a otro en línea recta como se traslada cualquier cosa. Se conduce en un compás que la música y los sentidos definen. Así, la estética está más completa: diálogo, música, movimiento. Y si a eso le sumamos la escenografía del arte efímero (alfombras, adornos en los balcones y puertas, olores, alegoría de las andas), la puesta en escena se hace mayor.

¿Acaso no se baila con mayor intensidad cuando las condiciones del espacio lo propician? ¿No es ese el objetivo de las grandes fiestas, sean cuales sean? Y si la procesión se convierte en una fiesta de esperanza. Entonces, ¿por qué no danzarla?

Pienso en el Maestro Navarrete y sus palabras. La estética la vimos como belleza, y nuestras sensibilidades convergieron. Así nació esta reflexión. Ahora, al levantar el anda en cualquier procesión, no puedo dejar de maravillarme observando los movimientos de pies de mis compañeros de turno, que se mueven junto a los míos -cada quien en sus pensamientos- pero todos en el mismo movimiento poético.

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