Miguel Flores

Para nadie es ajeno que los libros son productos de una cultura, y como tales están a merced de las leyes de la oferta y la demanda. Es fácil entender por qué en Guatemala con un gran porcentaje de analfabetismo los libros sean considerados un lujo para muchos, especialmente los burócratas.

Dentro del mundo de los libros existe una especie peculiar, los libros de arte. Por lo regular el libro de arte se refiere a libro de arte visual, esos objetos de gran tamaño impresos de profusos colores, donde una persona puede acercarse a la obra actual o pasada de un autor. Muchas veces sus ilustraciones superan a los mismos objetos de arte. Por ejemplo, un libro sobre los murales de la Capilla Sixtina de Miguel Ángel nos muestra de primera mano los detalles de esta obra genial, algo que no es posible apreciar ante un tumulto de turistas.

El concepto “libro de arte” puede presentase de modos diferentes, primero como un trabajo de investigación a profundidad sobre un tema o artista, los más escasos, o como una recopilación de obras, ya sea de toda su vida, o de determinados períodos. Estos libros reciben en el mundo anglosajón el mote de “coffe table book”, libros para adornar las mesas de las salas, como signo de conocimiento de arte.

Se podría decir que en Guatemala los pioneros de la edición de libros de arte son el arquitecto Antonio Prado Cobos junto con Rodolfo Granai Fernández (QEPD). Juntos idearon la serie Galería Guatemala, que generó el primer libro de gran formato e impreso a color de pintura guatemalteca del siglo XX, era el final de los 80 y principios de los 90.

La visión de Rodolfo lo hizo dar vida a la Fundación G&T que generó otros títulos como Imágenes de Oro, sobre la escultura guatemalteca del siglo XVII y XVIII; luego vino Piezas Maestras Mayas, una importante recopilación de obras prehispánicas de gran valor artístico.

Son pocos los artistas visuales que poseen libros de su obra. Uno de ellos, por ejemplo, lo constituye la publicación de Bananópolis editada por la Editorial Rara (la misma de la revista), en colaboración con Dinamita Libros de Arte de Costa Rica, que reproduce la visión de Moisés Barrios, cuyo discurso se disfraza con la estética amarilla del banano. Max Leiva también ha editado una recopilación importante donde se presenta lo mejor de su obra.

La fotografía también ha entrado en la edición de libros. Se pueden encontrar publicaciones de Daniel Hernández-Salazar (editado por UTPress), Rita Villa Nueva (sobre la Virgen de Concepción), Luis González-Palma y los editados por el Club Fotográfico. La fundación Julio Zadik, hizo la recopilación más importante de la obra de este fotógrafo, al que hizo emerger del anonimato que tuvo en vida como fotógrafo.

Un caso sobresaliente en el mundo de la cultura es el trabajo de José Carlos Flores. Durante 2017 y lo que va de 2018, cuenta con ocho publicaciones sobre imágenes religiosas, nazarenos y vírgenes de dolores, ejes principales de la Semana Santa en Guatemala, Christus Rex, El Patrón Jurado, Los Señores de Viernes Santo, Regina Coeli y El Señor de los Milagros. Este fotógrafo ha logrado unir la visión mercadológica de sus fotografías al dirigirlas a un target específico. La producción de sus libros es orgullosamente guatemalteca y cuenta con un brillante diseño gráfico. Este es un emprendimiento cultural digno de observar.

El contenido de los libros de arte ha sido concebido como álbumes, algunos con cierta información escrita para la ocasión, pero no como una investigación profunda. Nos falta mucho para una producción sostenida y estratégicamente ideada para difundir el arte visual nacional. Llora sangre que Ministerio de Cultura y Deportes no haga por lo menos estas ediciones de arte visual. Tal vez podrían servir de “regalitos” para uso del Presidente y de paso promocionar al artista guatemalteco, algo como hacía la enorme maquinaria del gobierno mexicano.

Compre libros de arte.

Artículo anteriorListo para el Grammy, Fonsi repone sesión acústica en México
Artículo siguienteOscar Wilde