Por Christiane Oelrich
Corsier (Suiza)
Agencia (dpa)

A su padre no le gustaba la Navidad, recuerda Eugene Chaplin (64). El quinto de los ocho hijos que Charlie Chaplin tuvo con su cuarta mujer, Oona, recuerda que cuando era pequeño y todos se tiraban sobre los regalos, el actor se quedaba apartado, porque «le parecía todo muy comercial».

Chaplin murió hace ahora 40 años, precisamente el día de Navidad de 1977, a los 88 años. Los últimos 25 años de su vida los pasó en Corsier, junto al lago Ginebra, en Suiza.

Su opinión de las fiestas navideñas no es la única que suena muy actual: su sátira del nacionalsocialismo en la película «El gran dictador», que retrató en la década de 1940 los delirios de grandeza de Hitler, sigue siendo muy pertinente hoy, asegura Kate Guyonvarch, directora de la Oficina Chaplin, que administra su legado.

La oficina ha otorgado 100 licencias para el uso del famoso discurso final del film, muchas de ellas para cintas actuales. «Tenemos que ayudarnos los unos a los otros», dice el personaje. «En este mundo hay sitio para todos y la buena tierra es rica y puede alimentar a todos los seres.»

La película «Tiempos modernos», sobre los trabajadores de las fábricas que entre otras cosas son alimentados por una máquina para ahorrar tiempo, es de 1936. Y también podría ser un manifiesto del presente sobre la industrialización, en la que las personas no son más que un engranaje en el proceso de producción.

Quien oye hablar de Charlie Chaplin piensa de inmediato en comedia, en su traje y su bastón, en diversión. El actor sigue entusiasmando al público 100 años después. El film «Charlot vagabundo» («The Tramp») es de 1915 y en él el actor se presenta como una víctima enternecedora del sistema social, con un personaje creado a partir del bigote, el bombín, el bastón y sus enormes zapatos.

Como padre de familia Chaplin es una persona menos conocida. El hombre que hizo reír al mundo podía ser muy estricto y rencoroso, relata Eugene Chaplin en la residencia Manoir de Ban en Corsier, donde se crió. «Mi padre trabajó muy duro toda su vida», señala el hoy director de documentales. Y exigía tranquilidad cuando estaba escribiendo su biografía o componía.

La disciplina era fundamental. En la casa de los Chaplin la amplia familia tenía que estar sentada a cenar puntualmente a las siete menos cuarto. El comedor ha sido restaurado para que se vea igual al original, de modo que parece que Chaplin, Oona y los niños pueden aparecer en cualquier momento. «Cuando nos queríamos levantar de la mesa teníamos que pedir permiso amablemente», recuerda Eugene, que vive hasta hoy con su familia en las cercanías.

La máxima suprema del actor para sus hijos era: «Sea lo que sea que hagas en la vida, esfuérzate para hacerlo lo mejor que se pueda». Si sacaban malas notas en la escuela podía enfadarse muchísimo. «No tienes idea de la suerte que tienes por poder ir a la escuela», les decía. El propio Chaplin se crió en los barrios pobres de Londres.

«Cuando sacábamos malas notas mi padre estaba enojado mucho tiempo, de modo de que mi madre nos decía incluso tres días después: ‘Escóndete, que ahí viene tu padre'», relata, aunque subraya que predominan en su memoria los buenos momentos, como cuando jugaban al fútbol con él en el jardín. Su infancia fue «una época fantástica», afirma.

Chaplin y Oona se mudaron en 1952 a Suiza, huyendo del ambiente hostil que se creó en Estados Unidos por la «caza de comunistas» del senador McCarthy. Desde hace algo más de un año la casa es sede del museo «Chaplin’s World». Además de la vivienda hay un estudio con cine, donde se reproducen muchas escenas de las películas con figuras de cera, como el salón del peluquero de «El gran dictador». Y Charlotte está por todas partes.

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