“No me siento párroco, sino haciendo escuela”.

La figura de don Lorenzo Milani crece con el tiempo. En el cincuenta aniversario de su muerte, no solo ha conducido al Papa Francisco hasta la ciudad de Barbiana, donde reconoció las virtudes del sacerdote signo de contradicción de su época, sino que ha avivado el debate intelectual sobre el aporte del clérigo en las ideas pedagógicas contemporáneas.

Cada vez hay más consenso de que don Milani fue un visionario de su tiempo. Un profeta que al poner en crisis un sistema educativo tradicional, supo aportar alternativas para una enseñanza incluyente e integral. Praxis que no siempre fue reconocida, pero que hoy los estudiosos aceptan gustosamente.

La presente entrevista realizada a la doctora Eleonora Meneghetti, al tiempo que introduce a un personaje fundamental de la historia de Italia, es un reconocimiento al sabio de la educación y al santo que, como refiere el Papa Francisco en Barbiana, “sigue transmitiendo la luz de Dios en el camino de la Iglesia”.

Comencemos por conocer la figura del sacerdote. ¿Podría decirnos quién fue don Milani?

Hablar de don Milani despierta en mí muchas emociones, recuerdos y experiencias que han marcado mis años juveniles y mis primeros pasos en la carrera docente, allá en los años sesenta, en una Italia atravesada por cambios profundos en todos los aspectos de la sociedad.

Don Milani fue una figura de sacerdote controversial, polémico, radical en su fe y en su actuar, una personalidad libre y obediente al mismo tiempo. Un ejemplo fascinante. Nace en una familia acomodada, de padre católico y madre judía; una familia en donde sin embargo se respira una cultura laica y agnóstica. No recibe ninguna formación religiosa. Estudiante inquieto que decide sorpresivamente, al terminar el liceo, dedicarse a la pintura.

Será el contacto con un maestro de la prestigiosa Academia de Brera, en Milán, que abrirá en Lorenzo un proceso de ahondamiento en la dimensión espiritual del arte y al mismo tiempo del hombre y de la vida. Lorenzo leyó apasionadamente el Evangelio, se enamoró de la figura de Cristo y –también sorpresivamente– decide entrar en el seminario. Tiene 20 años. Cuatro años después será ordenado sacerdote.

Vocación devorante, potente, sin ninguna duda. Se sentía culpable del privilegio de haber nacido en una familia de la alta burguesía, de la riqueza y de la cultura que habían alimentado su vida, y se rehusaba ser heredero y cómplice de su clase social.

En su primera experiencia pastoral, en la parroquia obrera de San Donato Calenzano, descubre su segunda vocación, la de maestro. A los obreros que están abandonando la práctica religiosa, don Lorenzo no ofrece catequismo sino escuela, una escuela de ciudadanía, de comprensión de la realidad, de compromiso. Una escuela abierta a todos: católicos y socialistas, que despierta críticas en los dos bandos porque no ahorra críticas y denuncias a ninguno.

Su convicción es que antes de evangelizar hay que alfabetizar, hay que ser puestos en condición de comprender la Palabra de Dios y de hablar con conocimiento de los problemas. El traslado a otra parroquia no tardó.

Se dice que don Milani fue enviado a Barbiana, un lugar de montaña, olvidado, aislado, con 110 personas, como castigo. ¿Nos puede explicar qué problemas tuvo con la Iglesia en este momento?

Claro que sí. Eso fue en 1953. En Italia la polarización entre Democracia Cristiana y Partido Comunista es muy fuerte. Don Lorenzo era ajeno a las dos fuerzas políticas. Sentía que su misión era llevar a los jóvenes a un conocimiento crítico, fundamentado, lejos de “adoctrinamientos” de todo tipo.

Don Milani era una voz solitaria. No se opuso a la decisión de su obispo. Obedeció. En Barbiana no había teléfono, ni servicio postal, ni un buen camino que llegara hasta este caserío. Gente muy pobre, de montaña, callada, acostumbrada a un trabajo duro. Una única clase para todos los cinco grados. Una formación escolar que no permitía salir del analfabetismo ni menos promover una conciencia de los derechos que la Constitución italiana en sus principios reconocía a todos.

En Barbiana don Lorenzo conoció a los pobres y se vinculó a ellos de manera definitiva. Uno de los primeros actos que hizo fue comprar el terreno para ser enterrado allá. El segundo, abrir la sencilla casa parroquial a los niños y adolescentes: siempre, todo el día, dieciséis horas diarias, invierno y verano, sin descansos ni vacaciones.

¿Cuáles fueron las características de su pedagogía que fomentaron tanto debate en la sociedad italiana de los años sesenta?

Creo que para don Milani la escuela fue una verdadera religión. Decía que se sentía párroco solo haciendo escuela. En sus palabras: “Mi escuela es una comunidad religiosa, una logia masónica, una comunidad de apóstoles, una cosa enteramente sagrada.” No es fácil resumir una experiencia de vida, una acción que nacía más del amor hacia los alumnos que de una metodología aplicada.

Puedo decir que lo que me sigue llamando la atención es su capacidad de hacer una escuela participativa, no vinculada a programas sino a necesidades reales, una escuela que da voz y dignidad a los marginados, que obliga a un esfuerzo constante para aprender, con la convicción que el saber se hace poder. Un aprendizaje que no es de eslogan, que más bien nace de una información detenida “científica”, nada de opiniones personales sin documentación.

Los muchachos se reunían alrededor de una pobre mesa y escuchaban la lectura de libros de memorias, de novelas, de historia, preparaban mapas, obras de teatro, escuchaban música clásica, observaban el cielo con un catalejo, pintaban cuadros, trabajaban en carpintería y herrería, estudiaban idiomas, recibían visitas de amigos de don Milani y aprovechaban para hacer preguntas, superando la tradicional timidez de las personas del campo.

Hoy todo esto ha perdido su fuerza innovadora, pero le aseguro que el lenguaje de la “Carta a una profesora”, que fue la obra que dio a conocer en 1967 la experiencia de Barbiana, sacudió la escuela italiana y favoreció un amplio debate sobre el papel y la finalidad de la escuela obligatoria, que el Estado italiano estaba implementando hasta los 14 años.

En especial la lucha de don Milani era contra la selección que golpeaba los más pobres y desfavorecidos. La escuela obligatoria debe inventar los contenidos y los métodos para ser atractiva, no con recreos, vacaciones y tiempo libre, sino con contenidos interesantes, útiles, que den a todos el sentido de ser ciudadanos soberanos y no consumidores de modas.

Los estudiosos de la obra de don Milani hablan del “valor liberador de la lengua”. ¿Qué significa esta expresión?

Don Milani estaba convencido que los ricos dominan a los pobres porque manejan más palabras, más cultura. Si es así, los pobres deben hacerse ricos de palabras, para comprender, para defenderse, para liberarse de la timidez y participar en el progreso de la sociedad.

En la escuela de Barbiana la lectura era un disfrute para todos. Don Milani obligaba a detenerse en las palabras, a ser curiosos de su historia, de su estructura. El dominio de la lengua es camino de igualdad. En lo particular, el lenguaje de don Milani fue siempre directo, espontáneo, sincero hasta la violencia, fue el arma de sus batallas que liberaron nuevas energías en el debate cultural de la sociedad italiana de aquellos años, también con una directa participación de figuras públicas salidas de la escuela de Barbiana.

Finalmente, ¿Cuál es el legado de don Milani para la Iglesia y la sociedad de nuestro tiempo?

Don Milani murió en 1967 de una grave forma de leucemia a tan solo 44 años. Recordarlo a los cincuenta años de su fallecimiento significa tomar conciencia de la distancia que nos separa a causa de los avances que se han dado en este medio siglo, pero sobre todo, es una oportunidad –en Italia como en Guatemala– para meditar sobre nuevas formas de evangelización en la Iglesia y más fuertes políticas sociales y educativas de parte del Estado.

Me gustaría terminar este recuerdo con una frase de “Carta a una profesora”:

“He aprendido que los problemas de los otros son iguales a los que tengo yo. Salir de ellos todos juntos es la política. Salir de ellos solos es la avaricia”.


Presentación

Don Lorenzo Milani constituye una de esas figuras destinadas para cosas grandes. En Italia su actividad dio vida no solo a un movimiento de apoyo generoso a jóvenes desvalidos, sino que, de paso, generó una crítica dirigida a la educación tradicional de su tiempo, para proponer alternativas que ahora se reconocen innovadoras.

No fue fácil. Como profeta incomprendido generó un rechazo que superó no sin poco esfuerzo y mucha humillación.  Sobre todo, es (y fue) admirable en él su adhesión sin fractura a la Iglesia a la que siempre se mantuvo unida. Todo ello contribuyó a que el Papa Francisco visitara su tumba para restituir al educador en el lugar que le corresponde.

Así lo dijo el Pontífice: “He venido a Barbiana para rendir homenaje a la memoria de un sacerdote que testimonió cómo en el don de sí a Cristo se encuentran a los hermanos en sus necesidades y se les sirve… Vosotros sois los testigos de cómo un sacerdote ha vivido su misión, en los lugares en los cuales la Iglesia le llamó, con plena fidelidad al Evangelio y precisamente por ello con plena fidelidad a cada uno de vosotros, que el Señor le había encomendado”.

En este número proponemos a los lectores la entrevista realizada a la doctora Eleonora Meneghetti, quien, conocedora del educador, nos ofrece algunas pistas para conocer las dimensiones de la propuesta del sacerdote italiano y el valor de sus ideas.  Presentamos, además, las contribuciones de Jairo Alarcón, Miguel Flores, Ramiro Mac Donald y Leonidas Letona.

Feliz fin de semana y, como siempre, hasta el próximo número.

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