Leonidas Letona Estrada
Profesor

En el departamento de Sololá, más en mi pueblo natal que se llama San José Chacayá, situado en el altiplano del departamento, son muy apegados a mantener las leyendas que se han contado de generación en generación y pasa el tiempo y siempre en la mente de los oriundos del lugar se mantiene viva esa tradición.

La leyenda es, en toda época, la misma, es poca su variación por el deterioro o las interpretaciones a medida que transcurre el tiempo, pero en su mayoría se conserva fresca y entonces es oportuno contarla en sobremesa de familia o en lugares de reunión de amigos íntimos o en escuelas, institutos o colegios donde se enseña la cultura ancestral de nuestra patria.

El cuento que les traigo describe la figura del “Characotel” que consiste en la persona que se transforma en animal con el objeto de hacer alguna travesura, ya sea con el sexo opuesto o simplemente para poder apropiarse de algo que no le pertenece y que pase desapercibido del dueño o de la autoridad que lo pueda castigar.

Para convertirse en “Characotel”, la persona que tiene ese don especial de algún dios invisible para el resto de los humanos, tiene que someterse a un rito muy especial pero sencillo de cumplirse o ejecutarse. Debe estar solo, sin acompañamiento de nadie, ni siquiera de algún familiar de su confianza. Estando solo debe tener en su poder alguna piel o cuero del animal del cual desea transformarse; pongamos como ejemplo un coyote o lobo como también es conocido.

El rito se inicia extendiendo la piel del coyote en el suelo y el susodicho o susodicha, porque también hay “Characotelas”, reza las oraciones que ha aprendido de sus antecesores que fueron del mismo oficio milagroso, luego da tres “vueltas de gato” sobre la piel e inmediatamente inicia la transformación. Al terminar la ceremonia está el coyote de cuerpo entero y abre el hocico y principia el aullido peculiar de ese animal salvaje. A hurtadillas sale de la habitación e inicia su recorrido a altas horas de la noche, cuando ya no hay transeúntes en las calles o parajes cultivados.

Sin testigos de ninguna clase logra su objetivo y vuelve a su rancho de vivienda y frente a seis veladoras y un recipiente que exhala incienso, inicia su ejercicio de las seis “vueltas de gato” y recobra su forma humana habitual. Esconde la piel que le sirvió de camuflaje y guarda el producto de su paseo nocturno penetrando a alguna casa, huerto o asaltando en son de ataque a algún transeúnte perdido en la noche que se atrasó en llegar a su casa.

Yo escuché el cuento que contaba un vecino anciano de mi pueblo, esos que mantiene su status de líder y que presumen de ser valientes en todo sentido. Contaba que de sus corrales se perdían cada cierto tiempo dos o tres chivos que poseía para criarlos y venderlos en los mercados de pueblos vecinos y ello le proporcionaba buenos dividendos para vivir cómodamente; en cierta ocasión alguien le dijo que el ladrón era sin ninguna duda el “characotel” o “characotela” y que vigilara en la noche sus propiedades, seguramente le daría la caída y ajusticiarlo en el mismo lugar de los hechos aun infringiendo la ley.

Así lo hizo y una noche cuando la oscuridad estaba extendiéndose en el pueblo como un manto negro apareció el coyote, pardo en su pelaje y penetrando en el portillo que previamente había abierto y del corral se apropió de un corderito recién nacido, el vecino valentón le apuntó con su escopeta cuache y le disparó y puntualmente le clavó la bala en una pierna, el coyote lanzó al corderito al suelo y se lanzó a los matorrales de la vera y se perdió en la oscuridad de la noche. Al siguiente día vio pasar a cuatro vecinos de doña Bartola que la llevaban en una camilla al hospital nacional de la cabecera departamental de Sololá, iba herida por arma de fuego y vendada de una pierna donde se le notaba la perforación de bala por donde manaba abundante sangre. Sin pensarlo ni dudarlo, doña Bartola Xitamul era la “CHARACOTEL”.

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