Eduardo Blandón

“El porvenir”, según la traducción españolizada de la producción francesa, es una película que aunque el contenido mismo no pasa de abordar un tema trivial, esto es, una profesora de filosofía que al enfrentar su divorcio se abre a nuevas formas de vida, reflexiona paradójicamente sobre tópicos más profundos, según el modo francés y sus preocupaciones vitales.

_7 Cult 1Por fortuna, el filme cuenta con una estrella, Isabelle Huppert, capaz de encarnar el papel convincente de una académica sumida en una realidad plana. Como si se tratara de la representación de los días grises acaecidos después de la mediana edad (cuarenta o cincuenta años), la película muestra lo que puede ser la redención de esa crisis infame.

Puede que L’avenir se trate de ello. La síntesis de ese período en el que los seres humanos se enfrentan a circunstancias en las que se considera el camino. Etapa de ruptura en el caso de Nathalie Chazeaux (Isabelle Huppert) y su marido Heinz (André Marcon). Enfrentados a tomar decisiones fundamentales, como si se tratara de una nueva adolescencia, esto es, continuar casados o divorciarse, emprender un nuevo modo de vida o seguir consumiéndose en la misma.

Todo ello, por supuesto, aderezado por la problemática propia de unos hijos que salen de la adolescencia y se encaminan a hacerse cargo de ellos mismos. Con las preocupaciones clásicas de saber si se cuidan en sus relaciones amorosas o si son responsables frente a sus propios empeños. En esa dinámica, para infortunio de Heins, se ve descubierto por su hija en una relación fuera del matrimonio y es obligado a tomar una decisión que lo llevará a irse de casa.

Mientras eso sucede, Nathalie enseña, escribe y mantiene un compromiso social que trasciende las aulas universitarias. Se convierte a la vez en tutora de un guapo estudiante, Fabien (Roman Kolinka-Trintignant) en el que quizá se vea reflejada y con el que sostiene una relación a veces ambiguas, sin que al final haya ninguna transgresión amorosa entre ambos.

La película trasluce también el debate sobre la educación universitaria y el papel de los jóvenes en la vida política de su país. Reafirma el estudio de las humanidades y fortalece la idea de la vinculación del pensamiento con la actividad comprometida frente a la problemática social de cada día. Esto quizá sea el reflejo de las preocupaciones francesas y el deseo de proponer un debate a los espectadores.

Asimismo, puede que su contenido simbólico se dirija a la convicción de que rehacer la propia vida sea siempre una posibilidad real y con potencial de una existencia tan venturosa o superior a la primera asumida en los años mozos. Muestra además, la tentación quizá perenne de emprender nuevos senderos. La idea de dudar si acaso se tomó la mejor decisión y si debe resignarse la persona a la condena de un compromiso ahora desbordante.

Evidentemente, queda la incertidumbre de si los protagonistas tomaron la mejor decisión. Desacostumbrarse puede ser conflictivo. Hacer las de Sísifo implica más que valentía, el coraje de empezar, desembarazándose de un pasado que siempre estará ahí. La vida no es fácil y quizá no haya respuestas definitivas. Es probable que esa pueda ser una de las conclusiones del filme.

Por lo demás, la película estrenada el año pasado se hizo acreedora de ocho premios en los que destacan los dados por la Berlin International Film Festival (2016); la London Critics Circle Film Awards (2017) y la National Society of Film Critics Awards, de los Estados Unidos (2017). La mayor parte de reconocimientos se concedieron tanto a la protagonista del filme, Isabelle Huppert, como a su directora, la francesa Mia Hansen-Løve.

Dejemos para terminar, que sea ella, Mia Hansen-Løve, la que nos hable sobre los motivos de la película y su intención en su dirección.

La película en parte surge de la pareja formada por mis padres, su unión intelectual y la energía de mi madre. Luego viene la brutalidad de la separación y, para muchas mujeres de cierta edad, la dificultad que plantea escapar de la soledad, algo que, como todos nosotros, he tenido ocasión de observar. Pero escribí la película pensando en Isabelle Huppert, por eso puedo decir que Nathalie nació a partir de mis recuerdos y de lo que había observado, así como de Isabelle.

El guion casi se escribió solo a pesar de mis temores en torno al tema y a cómo podía afectarme. El tema me asustaba por una cierta oscuridad unida al hecho de ser mujer, pero debía hacerlo. Estaba dispuesta a ir hasta el final sin miedo ni autocensura. Si hubiera tenido miedo, habría introducido una relación romántica para un final más feliz. La autocensura habría sido dar otra profesión a Nathalie y no la de profesora de Filosofía.

Cuanto más trabajaba en el guion, más comprendía la unión entre enseñar Filosofía, tal como lo había conocido por mis padres, y lo que el cine significa para mí. Lo que me trasladaron y que reproduzco a mi manera es, en realidad, la búsqueda del significado. La pregunta constante. También es una obsesión por la claridad y la integridad. En lo más profundo de mi ser veo el Arte y la Filosofía como dos caminos posibles hacia un solo fin, el vínculo con lo invisible. Nuestras preguntas, por muy aterradoras que sean, nos aportan fuerza y valentía, y eso es la esencia de la película.

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