Por Elena Box (dpa)
Madrid
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Probablemente ninguna otra obra del pasado siglo haya suscitado tantos interrogantes como el «Guernica» de Pablo Picasso. El sufrimiento, el terror y la desesperación que el genio español plasmó en su obra más icónica han marcado a generaciones, convirtiéndola 80 años después en «la escena trágica de nuestra cultura».

Así, al menos, lo afirma Timothy James Clark, comisario de la exposición con la que el Museo Reina Sofía de Madrid conmemora el redondo aniversario a la vez que celebra sus 25 años de existencia. Y, como con todo lo que «toca» Picasso, la expectación era enorme, con una sala de prensa a rebosar. «Como no recordaba en años», exclamó satisfecho el director de la institución, Manuel Borja-Villel.

No era para menos. Tras varios años de investigación, la Reina Sofía ha logrado reunir alrededor de 180 obras en la monumental «Piedad y terror en Picasso. El camino al Guernica», que hoy abre sus puertas hasta el 4 de septiembre. Entre ellas destacan préstamos excepcionales como «Las tres bailarinas» (1925), de la Tate; «Mujer peinándose» (1940), del MoMA, o «Mandolina y guitarra» (1924), del Guggenheim de Nueva York.

Cuando a comienzos de 1937 la II República encargó a Picasso pintar un cuadro para el Pabellón Español de Exposición Internacional de París, él contestó que no estaba seguro de si podría ofrecerles lo que querían. Y es que hasta entonces, el universo artístico del pintor había sido fundamentalmente íntimo: casi nunca se había referido a la esfera pública, y mucho menos a acontecimientos políticos.

Su mundo, afirma Borja-Villel, «era el de los interiores», el espacio contenido y protector del cuarto. Pero en torno a 1925, ese espacio privado se va viendo invadido por cuerpos rotos y desmembrados, mientras por la ventana empiezan a colarse monstruos y fantasmas. Este punto de inflexión en el que lo terrible se adueña de su arte quedó marcado por «Las tres bailarinas», que el propio Picasso consideró su obra cumbre.

En la década siguiente, esas criaturas picassianas escapan de los confines del cuarto para mostrarse en un espacio abierto, quizá público: los monstruos se transforman en monumentos. Según la tesis de la exposición, esa tragedia a gran escala del «Guernica», pero también la piedad que irradia la obra, no habrían existido si Picasso no se hubiera obsesionado antes con los extremos de la condición humana.

«Picasso nos hizo una obra de madres, niños y animales que sufren. No hay hombres en este cuadro», explicó la comisaria Anna M. Wagner. «Y creo que por eso se ha comunicado de forma tan potente con el público». De ahí que la exposición no culmine en el «Guernica», sino una década después, con todas aquellas mujeres como «máquinas del sufrimiento» con las que Picasso seguía marcado por el influjo del mural.

Desde 1937, la imagen de terror que emana del cuadro ha quedado grabada en la retina de varias generaciones. La exposición, que viajará a Colombia, México y Estados Unidos en versión reducida, se plantea además de los orígenes del cuadro el porqué de esa fascinación. Y para ello, ahonda en el tratamiento tanto épico como compasivo del mural y las implicaciones, tanto psicológicas como estéticas, de lo que significa dar forma al terror.

Paralelamente a la exposición, que supone la gran muestra del «Año Picasso» en España, el Museo Reina Sofía despliega un amplio programa de actividades hasta el 12 de diciembre con seminarios, un ciclo de conferencias, actuaciones, publicaciones especiales -entre ellas una sobre el periplo de la obra- y la creación de un espacio propio para el «Guernica» en su web.

Picasso nos hizo una obra de madres, niños y animales que sufren. No hay hombres en este cuadro. Y creo que por eso se ha comunicado de forma tan potente con el público.
Anna M. Wagner, comisaria de la exposición.

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