Por Juan Fernando Girón Solares

Son ya las catorce horas con cuarenta y cinco minutos del Viernes Santo, pronto se consumará la mayor obra salvífica de amor para la redención de la humanidad; sudorosos y orgullosos con la satisfacción del deber cumplido, los morados penitentes de Jesús de la Merced, traspasan el dintel de la puerta principal del templo, llevando las andas sobre sus hombros.

Se dejan escuchar las impresionantes notas de la marcha Señor pequé; aquella que según la tradición sus primeros compases, recuerdan el crujir de horquillas y doseles, y la genialidad de monseñor Santa María y Vigil hace que los corazones de los asistentes a este punto del trayecto se conmuevan, más de alguno derramará una lágrima como señal de agradecimiento y plegaria a Dios.

Allí va un cucurucho más, ocupando nuestro brazo número 31 por última vez en este Viernes Santo; las andas hacen el último giro e instantes después de que concluya la marcha, el redoble cambia drásticamente el paso, y suena el timbre largo, el que a los cargadores no nos gusta escuchar pues es la señal inequívoca de que hay que colocar a las andas sobre sus pedestales al finalizar el cortejo, con un gracias señor y si dentro de tus planes está prestarme la vida y las fuerzas para el año entrante, ¡Que así sea!

Después del abrazo de felicitación y agradecimiento entre los organizadores, las andas de la consagrada y milagrosa Virgen de Dolores, acompañadas de San Juan Evangelista y Santa María Magdalena, también retornan a la Merced en hombros de sus piadosas mujeres para finalizar en esa forma por demás emotiva y con el acompañamiento de las notas del Llanto de la virgen, una procesión más. Todo ha terminado.

Las andas descansan sobre los taburetes, y la reunión con su infaltable compañera la horquilla, deberá esperar un año más cuando sea el próximo Viernes Santo, ocasión en la que se deje escuchar la campana sonora de Jesús, la única cuyo tañido se percibía en los días grandes debido al recogimiento propio de la Semana Mayor.

Muchos cucuruchos, al igual que lo hicieron en sus correspondientes turnos nuestros amigos Víctor Manuel, Alejandro, José Luis y Javier como ocupantes del brazo 31 de las andas del Nazareno más bellamente esculpido, tuvieron su cita anual con Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre para emocionarse, llorar, regocijarse, orar o simplemente platicar con él de todo lo cual un objeto, una almohadilla, una porción del andaría procesional, ha sido fiel testigo de muchos sentimientos. Por lo mismo, cuando apuntábamos al principio de esta historia, si un brazo procesional pudiese contarnos todos los sentimientos escuchados o percibidos de un devoto cargador, ¿qué nos diría? Ahora querido lector, ahora ya lo sabemos.
Con sincera devoción y veneración a la consagrada imagen de Jesús nazareno de la merced, patrón jurado de la ciudad de Guatemala, en el tricentenario de su consagración (1717-2017).

Nota del autor: La idea de haber utilizado el número 31 como el que identifica al protagonista de esta historia, obedece al hecho de que precisamente, ese brazo fue el que se nos asignó con ocasión del primer turno en una procesión de la Semana Mayor, hace más de treinta y siete años, cartulina que guardamos con el celo, cariño y cuidado que el caso amerita. Queremos patentizar nuestro sincero agradecimiento a las autoridades de este prestigioso e histórico rotativo, especialmente a nuestro amigo Jonathan Salazar, coordinador del Segmento Cultural por la atención y espacio prestados, y si Dios nos lo permite, volveremos en 2018 con una nueva historia durante los Viernes de Cuaresma, los Viernes en los cuales la tradición vive y se siente en LA HORA.
Un cucurucho de corazón.

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