Por Juan Fernando Girón Solares

Y así, en forma por demás devota y cumplida, se van sucediendo las tandas de devotos cargadores que ocupan el brazo número “31” de nuestra historia; la horquilla de mano en mano y la almohadilla de hombro en hombro, han escuchado silenciosamente el susurro de oraciones, agradecimientos y plegarias. Ha salido el sol en el horizonte, y en forma contraria a los demás cortejos de la Semana Mayor, se apaga la iluminación artificial de las andas del Nazareno en la continuación del recorrido, para que sea la luz del astro rey la que bañe a plenitud las andas de Jesús de la Merced, “el patrón jurado de la ciudad de Guatemala”.

Un sol que al principio es muy tímido, pero conforme avanzan las horas de la mañana y en la proximidad del mediodía, hace sentir el rigor del calor propicio de la época. La hermosísima túnica color vino tinto que en esta oportunidad luce Jesús de la Merced, contrasta con los colores que utilizó en alegorías de antaño, como la que lució aquel Viernes Santo de 1971, en un adorno alusivo a la Pesca Milagrosa y que sirvió de portada a un conocido disco de marchas fúnebres. Pero los colores de la túnica del Señor, han sido tan especiales y memorables, como las que recordamos por su connotación, como la mostaza que lució en 1977, o quizá la de color blanco en la procesión de 1981, y qué decir de la de color café “Franciscano” de 1988, o la de color verde que lució el Viernes Santo de 1999 y que llevó en su visita histórica a la Antigua Guatemala en el 2005, y tantas otras que bien podría hacerse un libro para hablar solamente de este tema. Y se dice conforme la tradición que ese mismo sol del viernes de la Semana Mayor, es el que ha hecho “sudar” al Señor en muchas ocasiones llevando al hombro pesada cruz, especialmente a su paso por la Catedral Metropolitana.

Así, hemos llegado querido lector a la esquina de la quinta calle y tercera avenida, la cuadra del Conservatorio Nacional de Música, la cuadra de la Iglesia de Santa Catalina, un paso emblemático de la procesión de Jesús de la Merced. Un cucurucho que ronda los treinta y tantos abriles está esperándolo en esa esquina desde hace buen rato; viene caminando con él en filas desde la salida, y no ha desaprovechado la oportunidad de que el señor escuche sus ruegos, pues José Luis, nuestro siguiente cargador ocupante del brazo número 31, está preocupado y su razón no es para menos: la situación económica actual del país y una serie de desafortunadas decisiones, hicieron que los dueños de la empresa para la cual laboraba, cerraran operaciones y lo despidieran desde principios de enero del presente año, hace ya más de tres meses que no consigue trabajo. El monto recibido por su liquidación y prestaciones no puede durar para siempre y hay familia, ocupaciones y obligaciones que atender.

Con mucha devoción y a la vez con fe y esperanza, José Luis escucha el clásico sonido del timbre, y el crujir de las andas y horquillas que frente a sus ojos se detienen. Le ha correspondido el brazo número 31, fila izquierda. Se reanuda el movimiento del cortejo con el viraje de la tercera avenida hacia el oriente sobre la quinta calle en busca de Santa Catalina, y la negra paletina que cubre el hombro derecho de José Luis, llena la parte inferior de la almohadilla; el peso amoroso del mueble, como ha sido durante muchos años y desde que era niño cuando cargó por primera vez en compañía de su padre y su tío, no es obstáculo para que el afligido devoto le susurre al Salvador del mundo representado por esta incomparable y consagrada hace ya trescientos años imagen: “Jesús, tú conoces bien mi vida, mis esfuerzos y sacrificios por sacar adelante a mi familia, por favor no me desampares en estos momentos, ayúdame a encontrar un empleo digno, en ti pongo mi fe pues sé que siempre escuchas al necesitado…”

Curiosamente, los ruegos del cargador son interrumpidos precisamente por los compases de la marcha Bajo el peso de la cruz, del maestro Candelario Flores. El barrio y el sector le son muy conocidos a José Luis, pues su papá, quien ahora por el paso de los años ya no puede llevar en hombros al Señor de la Merced, y se limita únicamente a acompañarlo apoyado en un bastón, laboró durante muchísimos años en la ya extinta y muy conocida Casa de la Moneda, en la esquina de la cuarta avenida y sexta calle, en el lugar donde ahora se encuentra un predio de estacionamientos. El ocupante del brazo 31 por una poderosa razón, empieza a experimentar una transformación en sus sentimientos, pues mientras avanza el turno y la almohadilla abraza su cuerpo, de forma inexplicable una sensación de paz y de bienestar se adueña de su mente y de su corazón, una sensación que como lo medita para sus adentros, solamente puede venir del poder de la oración y claro está, de que el señor Jesús ha escuchado sus ruegos. Después de todo, el llevar en hombros a una imagen, debe ser visto como lo que realmente es, un genuino acto de fe.

Avanza el turno de cargadores, y la afluencia en las aceras de los fieles espectadores es cada vez mayor. Las notas de la sublime marcha Bajo el peso de la cruz inundan el ambiente, el que se complementa con el exquisito perfume del grupo de incensarios que precede el paso de las andas del Nazareno de Zúñiga. En la siguiente esquina y a la distancia, José Luis aprecia que el reciente grupo de “Pasos” artísticamente decorados que acompañan a Jesús de la Merced, ya han hecho su viraje sobre la cuarta avenida de la zona uno. Otra hermosa alfombra, en esta ocasión confeccionada de pino, corozo y flores, se tiende con frescura a los pies sangrantes del Señor. Los timoneles y guías de andas realizan una tarea notable para que el paso del cortejo sea elegante, suntuoso y sobre todo preciso: recordemos que por tradición el Señor debe de estar de vuelta en su Parroquia antes de la hora nona —las tres de la tarde— la hora en que Cristo murió por la salvación de la humanidad.

El proceso se repite; concluye la marcha, se cambia el turno y el brazo “31” ha sido testigo de nuevos sentimientos de un cucurucho. En esta ocasión, un devoto fortalecido por ese sentimiento de paz, en que nuestro Señor Jesús le dice: ánimo…yo estoy aquí contigo, no temas. Vuelve a su fila procesional para acompañar el resto del cortejo hasta su entrada, con la mirada puesta en él y la satisfacción del deber cumplido. El Señor seguramente escuchó sus ruegos y pronto le responderá con el empleoque él busca y necesita. La procesión continúa.

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