Por Maya Márquez

Si hay algo que odio de los empleos de oficina es estar sentada por tanto tiempo. Por eso me levanto casi a cada hora, de otra forma me distraigo pensando cómo los músculos de las piernas empiezan a atrofiarse. Creo que exagero pero me cuesta pensar diferente. Pueden encontrarme en el jardín de la oficina haciendo algunos saludos al sol y otros estiramientos propios del yoga. He llegado a pensar que los necesito para mi paz mental.

Estas palabras son necesarias para completar la imagen que tengo sobre mi experiencia en Ruanda. Hoy escribo desde un lindo café con hamacas y vista a la selva que me recuerda Cobán y me da escalofríos, pero de los buenos.

La dote vacuna

El otro día estábamos comiendo con los colegas de la oficina en la cafetería “Tella Vista”. Un sitio donde venden comida tradicional al estilo buffet. Por mil 500 Rwf (unos 15 quetzales), uno puede tener un buen almuerzo. Todos los días tienen casi el mismo menú, pero eso no parece desmotivar a los compañeros de trabajo en absoluto.

Religiosamente, al mediodía se dirigen en grupo a comer allá (bueno, no todos, pero varios. De hecho, son los mismos siempre.). Recuerdo que estábamos hablando sobre la importancia de las vacas. Aquí, como en muchas otras sociedades que dependen de la agricultura y la granja para subsistir, las vacas son un símbolo de riqueza. Una vaca da leche, queso, mantequilla y, cuando ya no puede más, se convierte en un jugoso bistec; hasta el cuero les queda para vender.

Cuando una pareja decide casarse, hay un precio en vacas que el pretendiente paga al padre de la novia. Por lo general, el número de vacas varía dependiendo de las cualificaciones académicas de la novia: si tiene un título universitario, si tiene una maestría, etc. En promedio se piden entre diez a veinte vacas por matrimonio, lo cual me sorprendió porque es mucho dinero. Alguien mencionó que su madre le había regalado una vaca por haber terminado su maestría en Estados Unidos. Así de importantes son. Además, las familias no aceptan el valor de las vacas en efectivo, siempre prefieren las vacas. Esto es válido para Uganda y tal vez otros países centroafricanos. En Senegal, dar dinero está bien.

Refrescando el pasado

A 15 minutos a pie de donde vivo está la biblioteca nacional de Kigali. El fin de semana pasado fui a seguir con mi búsqueda de trabajos (en internet). Todavía le hace falta libros y aire acondicionado, pero el diseño del edificio es moderno con grandes ventanas. Por el calor empecé a cabecear del sueño y qué mejor que combatir el sueño con un poco de internet. Encontré un blog sobre Ruanda que hablaba sobre las impresiones del país diez años después del genocidio. Me impresionaron los relatos de extranjeros que estuvieron por estas tierras cuando el avión del entonces presidente de Ruanda fue incendiado y el caos se desató. Los hutus tomaron sus machetes y empezaron a matar a todos los tutsi que veían (referencia cultural popular: la peli “Hotel Ruanda” y “Sometimes in April”). El otro día estaba tomando un bus en el centro y vi a un hombre con un machete en sus manos. Las imágenes del relato que leí vinieron a mi mente y me asusté.

Ahora suena “Comandante che Guevara”. Antes sonó “El cuarto de Tula”, ambas de Buena Vista Social Club. Me da nostalgia y decido que es tiempo de terminar esta imagen. La nostalgia es la contraparte del espíritu aventurero, que inevitablemente está presente al recordar a las personas que no están ahora presentes. La nostalgia es inseparable del pasado, la historia propia, la luz con la cual vemos a personas y eventos que ya no son más. Sí, el presente es lo único que tenemos, pero al mismo tiempo en que el presente transcurre, acumulamos pasado y construimos futuro. Cada día trato de vivir los tres: el presente a través de estar realmente presente donde estoy, el pasado a través de la reflexión, y el futuro a través de la planificación y episodios de sueño despierto.

Y como siempre, te extraño, C.

Cuando una pareja decide casarse, hay un precio en vacas que el pretendiente paga al padre de la novia. Por lo general, el número de vacas varía dependiendo de las cualificaciones académicas de la novia…

Maya Márquez Román (Ciudad de Guatemala, 1989) Estudió ciencias políticas y protección social. Con complejo de escritora, devora novelas de autores latinoamericanos y fantasea con algún día escribir de forma decente. Se le puede encontrar en alguna parte del mundo tratando de sobrevivir y evita admirar mucho a las personas (¡Muerte a las dictaduras!). En otra vida, o en algunos años, espera dedicarse más a la filosofía, para poder aliviar esta «insoportable levedad del ser».

Artículo anteriorNo quiero ser una mujer para algo serio
Artículo siguienteLo subjetivo en el gusto por la comida