Por Pablo Rangel

Conocí a don Everardo hace unos 20 años, con el grupo de amigos que crecimos juntos le hemos hecho casi que un culto, aunque estamos seguros que él no querría que se le rindiera tanta pleitesía, lo tenemos muy alto en nuestras consideraciones. Él se ha llamado siempre a sí mismo, un hombre de ciencia, y siempre lo hemos visto así. Él no cree en espantos y siempre tiene una explicación lógica para cualquier fenómeno. De verdad que sí explica bien las cosas, nada fuera de este mundo está sucediendo más que la mente humana que cree lo que quiere ver.

Una de tantas noches que nos reunimos a conversar sobre las cosas de la ciencia y cómo había creencias populares falsas, un amigo habló sobre la tabla Güija. Yo había escuchado algo a lo lejos, pero realmente no sabía de qué trataba.

Don Everardo explicó que la tabla se suponía que conectaba a los vivos con el mundo de los muertos, y que los espíritus canalizaban los cuerpos de las personas e iban armando palabras para dar respuesta a las preguntas que hacía el público. Pero, también nos contó que en una universidad en Estados Unidos habían hecho varios experimentos para determinar la veracidad de la tabla y encontraron que tal conexión no existía, ya que le taparon los ojos a las personas y a pesar que el triángulo que sirve de visor se movía en ningún momento armaron palabras coherentes, es decir que el conocimiento humano y su voluntad eran los que decían qué era lo que los supuestos espíritus respondían.

De pronto, en la habitación a media luz, un florero cayó al piso y se rompió en pedazos. Todos nos quedamos viendo asustados pues nos pareció de lo más curioso que eso sucediera justamente en el momento en que hablábamos de los espíritus y su conexión con el mundo, además, nunca había pasado algo parecido antes.

Segundos después, un gato apareció corriendo en la sala donde estábamos. Todos asociamos rápidamente la caída del florero con el gato. También don Everardo dijo ¡Vieron!, el gato del más allá es el que nos está asustando. Todos reímos pues nos pareció chistosa la situación y además nos tranquilizamos ya que estábamos un poco alterados con el relato.

El señorón decidió cerrar la reunión. Después del chiste dijo: jóvenes creo que ya es hora que se retiren. Era temprano aún, pero por cortesía nos pusimos de pie y nos despedimos todos. Entre el grupo de amigos estaba Maquito, quien era bastante tímido y silencioso, conversaba muy poco, además, él pedía favor que lo llevara a su casa pues prefería no manejar de noche por la oscuridad y el temor a no ver bien en la carretera. Esa noche se subió al carro, y viajamos aproximadamente una hora, había un congestionamiento vehicular exasperante. Yo vivía fuera de la capital, tenía que tomar la Carretera Interamericana para llegar a mi casa, Maquito vivía a cinco kilómetros así que no me pesaba acercarlo a su colonia. Cuando estábamos a unos diez minutos de llegar decidió romper el silencio —pues siempre iba escuchando algo con unos audífonos—, yo pensaba que música, hasta que me dijo:

-Fíjese que yo grabo todas las reuniones, porque me interesa mucho lo que dice don Everardo así que tengo archivos de todos los temas que hablamos y después los oigo en mi casa. La reunión de hoy también la grabé, pero, escuche, este es el momento en que se cae el florero…

-A ver. (Me dio uno de los audífonos, el cual puse en mi oído derecho mientras mantenía la vista en el camino)

Se escuchaba la plática cuando de repente interviene una voz que no estaba en el lugar. ¿Qué dice esa persona? -pregunté-, regresó la grabación y volvió a escuchar, decía ¡Callate ya viejo!, es hora de dormir, y después sollozaba, algo de lo más extraño, de pronto se escuchó el golpe del florero en el piso, un sonido que hizo el gato y de ahí las palabras de don Everardo. Maquito me explicó que él estaba viendo al gato, que se llegó a sentar en una orilla de la sala y de repente el florero casi le cae encima, por eso corrió hacia afuera, es decir, que el gato no fue el responsable.

Esa noche quedé impresionado por lo que escuché y por las palabras de Maquito, sin embargo, no quise darle más vueltas al asunto y dejé de pensar en el tema. A los dos días del hecho recibí una llamada de Don Everardo, nos estaba invitando a todos a su casa porque decía que tenía pruebas irrefutables de que la güija no tenía validez científica. Fuimos al siguiente viernes.

-Buenas noches jóvenes, quiero comentarles que para probar que la güija no funciona conseguí una, me la prestó un amigo de uno de mis nietos, me dijo que está maldita jajajá, ¡Semejante estupidez! Bueno pues aquí está y las instrucciones son las siguientes: ustedes tres ponen sus manos sobre este triángulo y yo voy haciendo las preguntas…

Espíritus desencarnados, si están presentes en este lugar, manifiéstense, cualquier señal, sonido, olor, viento, luz o movimiento de la tabla güija es suficiente para saber que están aquí.

No se movía el triángulo, más bien se escuchó una voz de alguien que entraba a la casa, de pronto, entró una mujer morena, de pelo blanco, se acercó a la puerta y dijo: buenas noches ¿qué andan haciendo jóvenes? La vimos y descubrimos que era la esposa de don Everardo pues estaban en las fotos juntos, todos respondimos señora buenas noches. ¿Quieren algo de comer?, todos dijimos que no, que muchas gracias pues habíamos cenado ya. Vio a don Everardo y le dijo permiso mijo, no se vaya a dormir muy tarde, yo ya me voy a ver la novela, allá lo espero. Él la ignoró completamente, seguía obstinado en descubrir qué pasaba con la güija.

La señora se fue a su habitación cuando de pronto hubo una baja de temperatura brusca, la sala se puso fría como si estuviéramos adentro del freezer de una refrigeradora.

Don Everardo volvió a preguntar: ¿Hay algo o alguien que ya no está en este mundo que quiera decirnos algo?

De pronto la güija empezó a levantarse de la mesa, cuando estaba en el aire, algo corrió la mesa hacia una de las esquinas de la casa. Yo estaba aterrado, les vi la cara a los demás y todos estaban con las nalgas en las manos muertos del miedo.

Se escucharon quizá unos 5 golpes en la madera, cada uno iba subiendo de intensidad, hasta parecía que se iban a romper las tablas de los muebles.

Don Everardo dijo, no se preocupen muchachos, seguramente el cambio de temperatura ha hecho que la madera haga esos ruidos, así pasa todas las noches, el frío contrae los muebles entonces hay sonidos como tronidos. Volvió a poner la mesa abajo de la güija y nuestras manos, cuando de pronto le vi la cara a Maquito, ¡Tenía los ojos volteados hacia atrás! Cuando dijo con una voz potente:

-¡Buenas noches señores! Yo soy el dueño de esta casa desde 1871, yo entré con los milicianos que acompañaban a Don Justo Rufino Barrios en la caravana Liberal. Pero ahora me persigue la policía secreta de Estrada Cabrera, piensa que lo queremos matar, ¡en esta casa nos reunimos para complotar contra el tirano!

Don Everardo dijo: este Maquito está sugestionado por las historias que anda leyendo de Miguel Ángel Asturias y el Señor Presidente y todo eso, no le hagan caso, es cosa de él, lo conozco es de voluntad débil.

Maquito quedó dormido de vuelta y no habló más. En eso, la güija cobró vida nuevamente, ya solo con mis manos y las de otro compañero se empezó a mover el triángulo. Don Everardo dijo ¿Hay algo que nos quieran decir? El triángulo se movió hacia el SÍ.

-¿Quién se está manifestando en este momento?

-G-E-R-T-R-U-D-I-S

-¿Qué querés Gertrudis?

-L-l-e-g-ó-l-a-h-o-r-a-d-e-d-o-r-m-i-r

-Interesante jóvenes, creo que ya va siendo hora de que se vayan a sus casas porque ya están cansados jajajá.

De pronto todo volvió a la normalidad, aunque la cara de don Everardo no había cambiado mucho a excepción de unas gotas de sudor que le humedecían la frente.

Nos dijo: ¿vieron que no pasó nada?, vengan les quiero mostrar algo, tengo un tarot que hace años guardé por aquí…

Lo acompañamos a su habitación, cuando le preguntamos:

-¿su esposa don Everardo, cómo se llama?

-Se llamaba querrás decir, ella murió el año pasado, se llamaba Gertrudis, a mirá qué coincidencia, igual que el nombre de la güija, pero si ni me hablaba en vida no creo que me hable muerta jajajá

Todos nos quedamos estupefactos, decidimos no decirle nada a Don Everardo, quien a las dos noches murió de un ataque al corazón postrado en su cama.

De pronto la güija empezó a levantarse de la mesa, cuando estaba en el aire, algo corrió la mesa hacia una de las esquinas de la casa.  Yo estaba aterrado…


Pablo Rangel (Ciudad de Guatemala, 1975). Su infancia y adolescencia fueron cercanas al gnosticismo, esoterismo y magia. Desde 1997 se formó en las Ciencias Sociales en la Usac, Noruega y FLACSO. Se dedica a la docencia y escribe desde análisis políticos hasta pequeñas historias de terror y medicina natural.

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