Por Ángel Valdés
Previo al período de cuaresma —que antes era una etapa de ayuno y abstinencia— llega el carnaval. Un momento propicio para el desenfreno, el cual ayudará a soportar los rigores posteriores de una temporada de solemnidad y decoro.
El carnaval viene desarrollándose desde tiempos inmemoriales. Algunas fuentes atribuyen su origen a las fiestas saturnales o los festines dedicados al dios Baco en el período romano, otras colocan su génesis un poco más atrás, en la fiesta a Apis, el dios toro de los egipcios.
Sea cual sea su origen, lo cierto es que el carnaval es uno de los rituales más antiguos de la humanidad. El cristianismo transforma esta fiesta y la adopta como una especie de preparación para la Semana Santa y la Pascua. En donde sus feligreses deberán dejar la carne durante cuarenta días. De ahí su nombre que etimológicamente significa “muerte de la carne”. Aunque el español tomó del italiano la forma de nombrarla, la cual se ha vuelto tan popular: ¡Carnaval!, porque en los años de mayor estímulo a las festividades carnavalescas —la época del Siglo de Oro español— vemos que Cervantes pone en boca de Don Quijote el término utilizado en castellano:
“…y allí, puesto Sancho en mitad de la manta, comenzaron a levantarle en alto y a holgarse con él como con perro por carnestolendas.”
Carnestolendas, así se la definía, pero como el acordarse de vocablo tan complejo en un mundo tan cambiante resultaba difícil, el término carnaval se impuso y así se le conoce hasta nuestros días.
Hubo un tiempo, allá por el siglo XIV, que en Europa llegó una enfermedad contagiosa en extremo: la peste negra, que apareció sin previo aviso y se llevó a millones de personas que se enfermaban por la mañana y por la noche descansaban en el sueño eterno. Era tal la cantidad de cadáveres que en varios pueblos quedaron sin quién pudiera darles digna sepultura. Fue un golpe tremendo en la Edad Media, que hizo que cambiara la mentalidad de la gente. Al primer estornudo de un cristiano, el Jesús–María salía de las personas a su alrededor, para atajar el contagio, luego solo quedó en “Jesús” y ahora usamos el secular “¡Salud!”.
Pues bien, el palpar lo efímero de la vida, eso de que hoy amanecían sanos y robustos pero por la noche entraban en agonía, les hizo apreciar más lo que este mundo ofrece y por tanto, aprovechar cada momento de la existencia y qué mejor forma que festivamente, no quiere decir que antes de esa mortandad pasaran sus días tristes, pero sí les faltaba un empujoncito para animarse más y es por eso que las formas del carnaval se forjaron en una sociedad que se propuso vivir, porque la vida dura dos días.
El transcurrir del tiempo hizo que el carnaval se tornara cada vez más festivo–reivindicativo. Era un tiempo ideal para burlarse de la autoridad, de la Iglesia, de lo monótono de la vida, de la explotación que se sufría, etc. Es por eso que la gente asume personalidades ajenas a la cotidianidad y por tanto se disfrazan de animales, de personajes estilizados en plan burlesco, de clérigos, monjas y obispos o de todo aquel, de toda aquella que contribuyera a una vida de sometimiento por el sistema. El carnaval era el momento perfecto y permitido para el desenfreno.
A tierras guatemaltecas, el carnaval llegó del otro lado del mar en unas carabelas. De la mano de la cristianización entró la festividad y se instaló modestamente, otras regiones resultaron ser más efusivas e hicieron de las celebraciones carnavalescas su signo de identidad, pero por estos campos más propicios a la solemnidad, la explotación, el racismo, a lo triste y lo tranquilo, el carnaval aunque fiesta, se vivió desde sus primeros tiempos como una actividad callejera que marcaba también las castas, porque cada grupo lo jugaba entre sus iguales, sin mezcla alguna, aunque en las poblaciones alejadas de los centros urbanos y menos dadas al cumplimiento de leyes algunas, la mezcolanza era la norma, más cuando esta estaba aderezada por el licor que corría a raudales en fechas tan señaladas, luego vendría la cuaresma y no se podría beber ni una gota de bebida etílica alguna, aunque siempre estaba quien, en secreto, rompía la abstinencia.
La familia que hemos ido conociendo a medida que avanza el calendario de las tradiciones guatemaltecas, vive estas costumbres a rajatabla, se prepara para celebrar el carnaval. Desde inicios del año se empiezan a recolectar cascarones, esto es: vaciar con cuidado el contenido del huevo para lograr que lo que lo cubre quede lo más entero posible. Con una meticulosidad extrema los cascarones se colocan en un lugar especial de la cocina, a resguardo de cualquier accidente que pueda echar a perder todo el trabajo. En los ratos libres por la tarde, todo aquel, toda aquella que esté “ocioso” se pone a hacer pica-pica. Con papeles de colores se hacen finos flequitos, se va cortando con una tijera y juntándose en cajas o en bolsas de papel.
Los cambios generacionales se ven en la familia, así como hay aún niñas y niños a quienes emociona el saber que llevarán muchos cascarones a la escuela para quebrar el Martes de Carnaval, están también los más creciditos que solo piensan en armar algo más. Se les está ocurriendo organizar un repaso. La oráculo de la familia no ve con malos ojos el tener una fiesta, aunque inmediatamente se le corrige “no es una fiesta, es un repaso”. La señora no comprende la diferencia pero está dispuesta a otorgar su autorización, la cual al ser dictada, produce la alegría en el sector juvenil de la familia.
Llega febrero y la fama de mes loco por el clima se cumple a cabalidad, días fríos intercalados con días calurosos y ventosos. Como no se puede prever qué clima hará, deciden celebrar el repaso en un zaguán cubierto con lámina que tiene la casa, pero ¿y cómo sacamos la luz?, pues con una extensión. Junto con estos preparativos, continúa la fabricación de pica-pica, a lo que se suma la pintada de los cascarones con añilina de colores, dejarlos secar y una vez secos, rellenarlos de pica-pica y taparlos con papel de china y engrudo.
El sector joven tiene también sus tareas para organizar el repaso: determinar quién presta el tocadiscos, quién o quiénes traen los discos, la casa ofrece el fresco y los sándwiches, la madre de la prole se ofrece a hacer un pollo guisado, desmenuzarlo para los panes y ponerles lechuguita, otras ofrecen adornar con vejigas, otros con cadenas de papel crepé y cada uno queda de llevar aunque sea un antifaz puesto. No hay mucho dinero para organizar la fiesta, los gastos navideños, de los útiles e inscripciones escolares, devoluciones y novenas del Niño, han dejado quebradas las arcas domésticas, por lo que no pueden darse el lujo de organizar una fiesta en toda regla. No obstante…
Llega el Martes de Carnaval. Las patojas y patojos con disfraces improvisados se dirigen a la escuela, van armados con cascarones y unas bolsitas de pica-pica extra por si las cosas se ponen peludas y es necesario algún contraataque. No falta el pícaro que lleva harina (que está prohibida), pero en un momento de descuido, está dispuesto a echársela a algún incauto en medio de la confusión ocasionada por la quebrada de cascarones. Los niños van preparados mentalmente para el dolor de cabeza que produce cada cascarón estrellado con fuerza.
La chiquillada regresa a casa totalmente agitada, sudorosa y sucia pero feliz. Llevan colgando del cabello restos de pica-pica y también de harina, porque no fue solamente un rebelde a quien se le ocurrió el quebrantar las normas, fueron varios. Les mandan a bañar antes de almorzar. Debe quedar todo listo para el repaso de la tarde.
A las 4, hora vespertina, previamente barrido el espacio para bailar, está todo instalado: tocadiscos, adornos y las sillas alrededor. Llega la juventud de la cuadra en pleno, suena la música, aparecen los discos: LP´s y de 45 revoluciones con lo más sonado en las radios locales y que son el deleite de la concurrencia.
Los Beatles, se intercalan con algunas canciones de Elvis Presley a quien consideran música de la antigua, Led Zeppelin suena en la tornamesa, hay un experto en música del momento detrás del tocadiscos quien hace lo que puede para ahorrar y comprar los discos de moda: Los Monkeys, Los Kings, Guess Who, Paul Anka, pero también música en español: Angélica María, Lucho Muñoz, Alberto Vásquez, César Costa, Los Brincos, Los Mitos, Rocío Dúrcal, Marisol y Joselito.
Entre bailes, cascaronazos y una generosa refacción, pasan la tarde danzante de repaso para vivir a lo grande el carnaval. Al caer la tarde–noche, concluida la actividad, se barre el zaguán, no puede quedar pica-pica, mañana es Miércoles de Ceniza.
Pues bien, el palpar lo efímero de la vida, eso de que hoy amanecían sanos y robustos pero por la noche entraban en agonía, les hizo apreciar más lo que este mundo ofrece y por tanto, aprovechar cada momento de la existencia…
Ángel Valdés Estrada. Nacido en algún lugar del mundo el 1 de octubre de 1967. Actualmente trabaja como docente en la Escuela de Historia de la Universidad de San Carlos de Guatemala, escribe textos de investigación y en sus ratos libres redacta historias cortas de ficción.