Por Sergio Castañeda
Aquél barrio puede describirse como un lugar mítico, urbano y metanfetaminoso. Quienes lo habitan deben atenerse a sus códigos. Allí se goza y se sufre a la vez. Se despierta de madrugada, uno procura guardarse temprano y acostarse tarde…
«Tan – tan – tan», las campanas de la iglesia repican una y otra vez anunciando el rito, la misa. Los creyentes enfilan hacia el templo mientras la hora límite para que los más chicuelos entren a la escuela se acerca. Así lo advierte el timbre de aquella institución. Brayan va tarde; trota (lo van a castigar) ¡Corre…! Cuentan que allí todavía golpean con reglas de metal a los que desobedecen las normas establecidas.
Pasa sin voltear a ver al «Píter», vagabundo que ha dormido en la misma acera durante los últimos tres años. Se tejen diversas teorías sobre el origen de su marginalidad; unos la atribuyen al exceso de pastas; otros, a que anduvo realizando ritos con Mefistófeles, los más románticos han dicho que simplemente se despojó de las preocupaciones de este jodido y cabrón mundo. La verdad todas las versiones no pasan de meras especulaciones pues nadie conoce la verdadera historia.
Doña Tencha, quien regresó con la fe renovada después de la homilía y que a eso del mediodía fue por Jefferson al colegio, ya compró las tortillas para el almuerzo que está por servir. Los tacones de unas muchachas denotan la prisa que invade a la mayoría de vecinos por la tarde al deambular frente a aquel callejón denominado «el África»; donde hay una buena cantidad de grafitis con máximas pandilleras, la que evidencia mejor técnica reza: «entre locos no muere el loco». Al fondo, en una casita, vive el ranflero de la clica. Allí se planean los atracos que generalmente son ejecutados lejos, así se demuestra la ética y los códigos a la comunidad.
El ranflero se hace llamar «Saico». En su cuarto tiene una plasma de cincuenta pulgadas y dos fuscas cuarenta y cinco; llena sus pulmones de yesca toda la tarde mientras consume licas piratas de ultra violencia. Le regala bastante feria a su única hija, quien acaba de cumplir nueve años pero que casi nunca pasea con él puesto que las únicas veces que sale del «África» es para hacer averías a gran escala.
La luz solar se escurre; una patrulla protege el regreso a casa de los estudiantes vespertinos. Un hombre desafortunado ajusta para echarse una dura mientras una pareja de adolescentes están detallándose en la esquina, cinco niños corren detrás de una pelota plástica con doble forro. Adentro de un local alquilado por los Alcohólicos Anónimos, un sujeto da su testimonio con una retórica digna del pastor evangélico de una mega iglesia.
La noche abraza despacito y la luna es la única que pareciera no tener miedo allí. Muchos a esa hora se hincan ante el altar de la adicción y el paniqueo. Se trata de casas de consumo visitadas por adictos a las suaves y a las duras. Adentro, los susurros retumban como alaridos. Las ratas, los viejos catres y el fuerte olor a humedad son parte del paisaje y la experiencia. Los dueños del lugar han puesto un mini televisor para que el encargado resista el tedio y al mismo tiempo le ordenaron hacerse acompañar siempre de su 3-57 para evitar cagadales dentro del purgatorio terrenal. Joshua solo quiere unas líneas más, así que deja los papeles del carro como garantía, porque se le acabó el efectivo.
Cerquísima del «punto» hay un grupo de cuatro oficinistas de la esquina, usted llámelas como quiera. Cuentan que son las más cotizadas de por ahí, las más calientes y complacientes, las que mejor lo lamen.
Se detiene junto a ellas un carro oscuro, la ventanilla eléctrica desciende -«¿Qué tal, papi? Te hago oral… y vaginal. -Vamos a un hotelito acá cerca, ahí me lo haces bien mi amor». Son algunas de las frases que intercambian en medio de una considerable cacofonía. Freddy viene del trabajo, vive cerca, está caliente, medio bolo y el cuerpo de patojita de La Shanty lo entusiasmó; acuerdan el precio y se dirigen al lecho. Sucio pero barato, deteriorado pero funcional, el cuarto se erige para dar cobijo a los amantes.
Freddy goza el polvo de principio a fin. Agotado tras eyacular, se queda dormido en un charco de sudor. Ni lenta, ni perezosa, la Shanty le tumba el smartphone.
La noche se convierte en el componente más intenso de la jornada. El estruendo de dos sonidos secos y consecutivos es decodificado al instante por los vecinos. Una vecina imprudente se asoma por la ventana… el cuerpo de una mujer yace en el suelo mientras un carro huye rechinando llantas, a lo lejos se escucha la sirena de una patrulla.
El diario más amarillo y popular llega por la mañana a las abarroterías. La página muestra fotos de la víctima y su sangre espesa decorando el pavimento: «Acribillan a travesti»; la policía declara que la víctima estaba implicada en extorsiones y que seguramente se trata de un ajuste de cuentas, las investigaciones continuarán».
El dedo de doña Conchita acompaña la lectura con devoción; ella sobrevive a dos casas de donde se desató la muerte. Suspira, cierra el periódico mientras refunfuña: «¡Las investigaciones continuarán será mi huevo!». No se detiene a pensar demasiado, sigue caminando para comprar un par de huevos, pues el desayuno aguarda. Un nuevo día ha comenzado en el barrio.
…sombra de día, duro hasta arriba
ando tranquilo, no hay melancolía
mientras haya cuerda, saco la espina
sigo con la banda, gastando la esquina…Así son mis días – Control Machete
Sergio E Castañeda. Nacido en la ciudad de Guatemala por eso del año 1988. Estudiante de Historia fascinado por la exploración e indagación de distintos escenarios y rincones de la existencia. Consciente de que hay que expulsar letras que logren provocar, incomodar o estimular.