Por Pablo Rangel

Aprendí a matar cuando tenía 13 años aproximadamente. Lo he hecho sin ningún tipo de remordimiento. Recuerdo que la primera vez maté a un señor, era un comisionado militar que vivía en el pueblo donde nací y crecí.

El hombre entró a mi casa y quería violar a mi mamá, dejó la pistola sobre una mesa (un revólver Magnum 3.57) mientras tomaba a mi mamá de los hombros, la lanzó al piso, ella gritó pero él le tapó la boca, era un tipo gordo con botas vaqueras, sombrero, las piernas torcidas y un calzón de manta. Agarré la pistola que pesaba mucho, se la acerqué a la cabeza por la espalda y hale el gatillo. La pistola pateó tan fuerte que se me zafó de las manos y salió volando hacia atrás golpeando la puerta de la casa, le volé el sombrero y la cabeza le quedó como una cáscara de banano. Recuerdo la cara de mi mamá llena de sangre del hombre. El sonido atronador del disparo fue tan intenso que no escuchaba nada más, solo recuerdo que ahí se le torció la cara a mi madre y quedó muda con la mirada perdida para siempre. Salí corriendo y huí de la casa, pasé dos noches escondido en un bosque que estaba a medio kilómetro de mi comunidad, hice un hoyo para dormir. En la noche escuchaba a los animales pasar cerca. Regresé días después, mi mamá estaba sentada y mi tía hacía la comida. Cuando entré mi tía me dijo que me sentara en la mesa a comer. En la pared de la cocina se veían todavía pequeñas manchas de sangre. Nadie supo qué pasó, nadie supo quién fue, lo único que se sabía en el pueblo era que el hombre paró muerto de un tiro en la cabeza y mi mamá muda y manchada de sangre.

De todo esto no sentí ni miedo, ni culpa, fue algo normal para mí, parecía como si lo hubiera hecho muchas veces antes, halar el gatillo y ver a la gente morir. En los próximos meses continúe haciendo cosas. Con la pólvora de los cohetillos de Navidad hice un explosivo más o menos fuerte, le pegué con engrudo clavos, pedazos de vidrio y piedras. Lo lancé encendido en la habitación principal de los vecinos y a 15 metros de la casa escuché la explosión. Me enteré que el papá de la familia había muerto y que la mamá estaba muy mal. A la semana entré a la casa y con cuchillo en mano degollé a la mujer sobreviviente. Ahí tuve un encuentro con alguien que me daría un consejo que me ayudaría toda la vida.

Cuando iba saliendo de la casa, después de matar a la mujer, apareció un anciano que vivía en la orilla de un basurero cerca de la aldea. Me vio salir con las manos manchadas de sangre, sonrío desdeñosamente, después me vio a la cara y dijo “ya andas haciendo tus tanes ¿verdad patojo?, te voy a dar un consejo para que te vaya bien y no te caiga la ley: llevá este frasco con vos a todos lados, adentro tiene tierra de cementerio, cada vez que te quebrés a alguien, echale tierra en los ojos, si todavía le quedan por supuesto, y en la boca, después en las heridas. Esta tierra es para que se puedan ir rápido al otro mundo y regresen a una mejor vida, porque vos estas cumpliendo con una labor de la naturaleza”. Me di la vuelta, entré a la casa de regreso y le fui a echar tierra a la mujer en los ojos boca y en la herida del cuello. Cuando salí, se había acabado la tierra, el hombre me dijo “bien hecho, ahora tenés que conseguir más tierra del cementerio sino te va a llevar la trampa”.

Un día que estaba sacando tierra del cementerio, llenando varios sacos para tener en mi casa, apareció un señor parecido al primero que maté. Con unos lentes oscuros y un pantalón de tela con unos paletones que lo hacían ver abombado, zapatos tenis blancos, y un chaleco color beige con varias bolsas. Cuando hablaba se le veía una sobaquera que dejaba relucir la cacha plateada de una 45. Me contó que el señor de la tierra (el que me habló al salir de la casa de la familia) le comentó que yo era bueno para hacer algunos trabajos.

-¿Cómo cuáles trabajos?
-Que sos bueno para dar negra.
-¿Y usted cómo supo?
-¡No te digo pues! Me lo dijo el don ese del basurero
-Ah, bueno.

-Pues mirá, lo que te quiero decir es que estamos ahora con el problema que la delincuencia nos tiene de rodillas, a cada rato aparece gente con que les robaron, que los secuestraron, que les hicieron daño, y me preguntan qué se puede hacer, pues yo les digo que tenemos que matar al perro para que se acabe la rabia. Pero, nos falta gente con huevos porque aquí todos son trompa pero a la hora de la verdad no son capaces ni de matar a una rata. Por eso te quiero preguntar si vos te animás a trabajar conmigo y te doy Q20.00 por cada maje que te echés, pero bien matado, que no sobrevivan.

-Y me dan arma o solo así.
-Ah bien, te damos pistola pero si gastás mucho parque se te descuenta de los Q20.00 o si no también podés usar machete, cuchillo o accidentes, pero yo te digo cómo se tiene que ver la cosa, si accidente, robo, secuestro, o hasta si tienen que estar con hombre o mujer desnudos, yo te digo bien, ahora vos no seas mula de matar por matar, con cuidado.

-Está bueno, sí, ¿cómo se llama usted?
-Para vos soy Sierra.
Después de ese encuentro empecé a matar mucho más, casi 10 personas al mes, ya me estaba costando mucho conseguir la tierra en el cementerio. Aunque lograba conseguir siempre alguien que me ayudara tuve que matar a varios guardianes que se ponían brincones.
De todo esto ya más de 20 años. Continué con los trabajos de forma periódica y constante. Ahora que tengo 33 años, ya hasta perdí la cuenta, pero he matado alrededor de unas mil personas. Me siento como un santo, pues he ayudado a las personas a acelerar su paso por este mundo de sufrimiento. La gente opina que me veo como un hombre muy delicado, fino, ingenuo, inofensivo, y la verdad es que así me siento, no creo que matar gente me haga ser o parecer alguien malo ¿o sí? Hasta hoy pienso que las familias exageran cuando lloran tanto por sus familiares. Les puedo decir que no sienten nada conmigo, llego, actúo con mucha precisión, no se dan cuenta y de pronto ya pasaron al otro lado. Bueno a veces hay personas que piden que haga sufrir a sus encargos, ya sea porque estos hicieron sufrir a alguien que querían mucho o porque son criminales que les han hecho algo a ellos. Si lo que quieren es eso (que se ha puesto de moda en los últimos 15 años) ahí cobro extra.
Para hoy en la noche me ha llegado un trabajo, piden que le corte las piernas y brazos a un hombre. Quieren que filme mientras todavía continúa vivo. Quieren que mueva la cabeza y se vea a sí mismo mutilado. Ajustes de cuentas de las mafias. Ya he hecho varios trabajos así, tuve que aprender a manejar la motosierra y aparte siempre debo llevar tierra de cementerio. Hace poco el guardián de uno de los cementerios más grandes de la ciudad ya no quería venderme la tierra, me duplicó el precio. Espero que no lo siga haciendo porque hasta me cae un poco bien como para darle matarile.
En mi casa tengo dos hijos pequeños, son gemelitos. A veces uno de ellos me ve y se oculta o empieza a temblar sin explicación. Mi esposa a veces también me ha dicho que percibe que entran unos hombres en la madrugada y que hablan sentados en la mesa del comedor, después de unos minutos se van. Una vez ella dice que escuchó en sueños que le gritaban mi nombre y cuando ella despertó yo estaba bien dormido y no había nada.

Mucha gente ha dicho que siente un ambiente denso en los lugares donde estamos juntos. Eso es lo que me ha dicho varias veces la señora que vive al lado de mi casa. Me contó que hace dos noches cuando yo volvía del trabajo, había una jauría de perros negros parados en la entrada de mi casa. Aparte, me dijo que a veces en la noche ve llegar unas aves gigantes de color oscuro que se posan sobre mi terraza.

Es raro todo lo que llegan a ver, yo no tengo esa capacidad y tampoco me interesa, realmente me dan miedo los espantos. Hoy tendré que ir al cementerio a recoger tierra para el trabajo que voy a hacer. Esto de verdad que ya me está cansando.
En estas cavilaciones se mantenía Crisanto Roca, trabajador de día en una pequeña oficina de contadores y por las noches ya relató a qué se dedicaba. La situación de la tierra y la necesidad de ésta para hacer el ritual que había aprendido de aquel viejo que conoció en su primera muerte lo enloquecían y había llegado el momento en que no sabía qué hacer para liberarse del asunto. En el cementerio los guardianes trataban de no estar en el turno de la tarde-noche, cuando llegaba Crisanto…

Al filo de las 5 de la tarde Crisanto apareció en La Verbena, zona 7, llegó a la puerta del cementerio. De pronto vio que entraba un cortejo fúnebre, le dio curiosidad, se acercó un poco más y pudo ver cómo la familia de la persona fallecida bajaba el ataúd en una armazón de metal con ruedas para llevarlo hacia el nicho que tenían preparado. Una mujer, que seguramente era la esposa del muerto, pidió que detuvieran el féretro y abrió la parte superior del cajón, se podía ver el rostro del cadáver. La señora lloraba y se despedía del cuerpo. Crisanto pudo acercarse a ver y su sorpresa fue cuando reconoció al difunto. Era un hombre que él había matado dos días antes. Un encargo que le llegó por correo electrónico, le depositaron en su cuenta 3 mil quetzales. Lo había matado con 4 balazos en el pecho.
Una mujer que lo veía de lejos se percató de cómo observaba todo y le dijo:

-Pobre gente, el hombre era maestro de obra, pero por algún problema de tierras parece que lo mandaron a matar. El hombre trabajaba aquí en el cementerio, andaba jalando tierra y materiales en su picop, el que está allá arriba en la subida lleno de tierra. Pero el que haya hecho esto seguramente la va a pagar caro porque en la familia de la señora hay gente que se dedica a la brujería. Yo he visto cómo hacen trabajos y a los responsables les pasan cosas extraordinariamente malas.
Las palabras de la mujer fueron como pedradas para Crisanto, quien recordó que le había hecho falta el ritual de la tierra porque no había conseguido en los últimos días. Se asustó y empezó a ver para todos lados desesperado. Recogió un poco de tierra del cementerio entre las manos y con todo y basura corrió hacia el ataúd, la mujer tenía abierta todavía la caja cuando Crisanto le echó toda la tierra encima. La mujer empezó a toser y todos los dolientes se molestaron con lo que hacía, se abalanzaron sobre él para detenerlo y darle una cumbia mientras le decían que se fuera de ahí.
Uno de los hombres que le pegó a Crisanto le reclamó a la mujer que le habló.
-Abuelita ¿por qué le anda hablando usted a esos locos cabrones?
-No mijo, yo no le estaba hablando a él, yo le estaba hablando a la mujer flaca con velo que estaba al lado de él, una señora de negro que lo andaba acompañando.

-¿Cuál abuelita?
La mujer volteó a ver y solo alcanzó a ver a Crisanto que corría cayéndose hacia la entrada.
-En serio mijo, venía con una mujer de negro, ni hablaba eso sí, pero andaba con él.
Crisanto había dejado afuera su moto, con la que andaba haciendo mandados y también desde la que se dedicaba a balear a sus víctimas. Como pudo se subió, metió la llave, pero la moto no arrancaba. Se recordó que le dejaba cerrado el paso a la gasolina así que trató de mover la llave. Todo quedó en silencio cuando alguien gritó “¡Cuidado! ¡Cuidado!” Crisanto no se enteró de nada, seguía viendo la moto.
De la parte más alta del camino el picop lleno de tierra del cementerio se había desconectado y por alguna extraña razón venció el trozo que detenía la rueda trasera. Empezó a irse para abajo precisamente donde estaba Crisanto con su moto. A este último le vino la idea de la tierra cuando recordó que no llevaba. En eso estaba cuando el picop desconectado a una velocidad de unos 60 kilómetros por hora lo arrolló, él quedó atrapado en la defensa trasera con la cabeza rozando el piso. La columna se le partió en dos, los brazos le quedaron para atrás completamente. Finalmente el carro paró en un paredón que tenía abajo un hoyo donde estaban haciendo una fosa séptica, el cuerpo cayó dentro. Todavía estaba vivo, completamente destrozado. De pronto apareció un niño y vio que él estaba hasta abajo y por alguna razón abrió la puerta trasera del vehículo y toda la tierra cayó encima de Crisanto. El niño llevaba una bolsita llena de tierra del cementerio.

…llevá este frasco con vos a todos lados, adentro tiene tierra de cementerio, cada vez que te quebrés a alguien, echale tierra en los ojos…


Pablo Rangel (Ciudad de Guatemala, 1975). Su infancia y adolescencia fueron cercanas al gnosticismo, esoterismo y magia. Desde 1997 se formó en las Ciencias Sociales en la Usac, Noruega y FLACSO. Se dedica a la docencia y escribe desde análisis políticos hasta pequeñas historias de terror y medicina natural.

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