Por Sergio Valdés Pedroni

Abatí, Altoverde, Borona, Canguil, Capiá, Guaté, Caucha, Choclo, Cuatequil, Malajo, Mijo… Acuda a su obra, su película, su performance.

Es el maíz, con su afán de cielo, su obra milenaria y su presagio. El hijo absoluto y alucinado del teozinte. La planta de hojas alargadas y alternas, cuyas flores masculinas dependen de una fuerza femenina inconmensurable. No es sectario ni unilateral, machista ni hembrista, homofóbico ni misógino. Mucho menos nacionalista o xenofóbico. Tiene el volumen inquietante de las sombras, y alimenta sin prejuicio a humanos y animales por igual.

Pájaro, símbolo, mensaje, espiga, montaña, memoria, patrimonio, porvenir. Enemigo de la tristeza, la soledad y el hambre. Fruto que edifica la vida y anuncia la muerte. Su forma es la forma de la tierra y del firmamento. El comienzo y el fin de las cosas. La dignidad, la locura.

Su poesía y su discurso es total y ajeno a los desplantes narcisitas (con o sin vestuario encima de las 10 o 12 o 14 hileras nutrientes de su cuerpo) y a la distinción, cuando es sectaria y desprovista de propósitos liberadores, entre indígena y ladino, criollo y mestizo, negro o zambo. Se abruma, se deshoja ante quienes se atribuyen la potestad de su representación en el tiempo y el arte. «Pertenezco a todos y a nadie al mismo tiempo -nos dijo hace muchos años, en plena época de la utopía, en una plantación combativa junto al Río San Román, a 4 horas del casco de Raxujá- soy ajeno a la búsqueda de reconocimiento y no me importa que olviden mi nombre, a condición que recuerden mi proclama cósmica, mis metáforas subversivas, mi paradoja de ternura y rabia. Mi apuesta por la vida y la sinceridad».

No busca el respaldo de hombres y mujeres comprometidas, porque encarna el compromiso. No se apoya en poetas porque les sirve de inspiración y sustento. Crece en todos los climas del raciocinio y en todas las alturas de la imaginación. Lecho, romance, entrega, abrazo, clímax… Jamás hace gala de sus triunfos y sus méritos, no acepta aplausos, diplomas, becas ni homenajes. Le basta dormir y despertar cada día en la latitud infinita «de la flor y del granizo».

Obra en estado puro y cambiante. Reclamo de honestidad a los hipócritas, rechazo a los privatizadores de la belleza, combate a los detractores de la igualdad. Un hombre o una mujer sosteniendo con alegría la fotografía de su destino.

Es el maíz. Personaje, diálogo, imagen, objeto, acción, canción y emoción, que no necesita émulos demagogos, guiones tendenciosos ni celebraciones de élite, para proseguir con su viaje perpetuo. Para curar nuestros ojos de signos desgarrados y extraer las esquirlas de mediocridad de nuestras estrellas arrepentidas. Nuestra galaxia inconclusa e inalcanzable.

No busca el respaldo de hombres y mujeres comprometidas, porque encarna el compromiso. No se apoya en poetas porque les sirve de inspiración y sustento.

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