Por Junio Jocol

Cantautores, trovadores o juglares, no importa realmente el nombre que les demos, utilizo trova porque me he topado con que esta generación no quiere saber nada de este «género», a los jóvenes y jóvanas de hoy en día, la palabra trova les da hueva, les provoca un bostezo laaaaaaargo, los dueños de los bares y «centros culturales» no quieren tener nada que ver con estos fulanos muchas veces greñudos y chaparrastrosos que vienen a cantar con guitarra en mano sus babosadas de cambiar el mundo y criticar a todo lo que se les ponga en frente, algunos con poesía muy elaborada, otros más artesanales.

Afortunadamente queda la generación anterior que sí disfruta de las ideas, la poesía y la música de autor, el problema es que para ellos no hay nada después de Silvio, Sabina, Mercedes Sosa, etc.

Entonces nos encontramos ante un problema peliagudo: los cantautores o trovadores urbanos (como les llama un amigo por ahí) hoy en día son un gremio de muchachos y ya no tan muchachos, desempleados y sedientos de espacios, necios soñadores que siguen viendo pasar los años, esperando que algún día algo pase, viendo cómo se les va poniendo el pelo blanco, creciendo la panza y añejando los sueños.

Hace dos pares de semanas Óscar Sandoval me invitó a través de un chat a participar en dos conciertos en El Salvador, a Óscar lo conocí el año pasado en el primer intento que hicimos de Aves Raras Guatemala-El Salvador. Me apunté a participar sin pensarlo tanto porque me interesaba gestionar personalmente alguna actividad con cantautores centroamericanos aquí en Guate y esta era la oportunidad para conocer a otros colegas de Costa Rica y Honduras, además del gremio salvadoreño.

Yendo contra mis principios y mi religión personal me levanté ese viernes a las 6 de la mañana, me bañé, agarré la guitarra y una mochila, 3 calzoncillos, unos calcetines extra, 2 playeras, una chumpa (que solo llevé a pasear), 40 discos de los baratos (hice una versión solidaria) 10 paquetes de mis dos discos originales (de los cuales solo vendí 1) y agarré el Transmetro que me llevó a la terminal de la zona 4, a las 8 y pico me monté en una canastera (chicken bus que le dicen) que va a la frontera Las Chinamas y que cuesta Q30, pasé a migración a mostrar el dpi, caminé los 400 metros que dividen las fronteras, crucé a pie el puente (ese que después me contaron parece que ya casi se cae) y le enseñé otra vez mi dpi al policía de El Salvador, subí esos 150 metros hasta donde espera el busito que lo lleva a uno a Ahuachapán por 50 cts. de dólar, compré 1 dólar de lichas, caminé casi 1 kilómetro desde el parque hasta la terminal de Ahuachapán, esperé el bus especial (ya era tarde y dije: me gua dar este lujo) me costó 2.30 dólares y finalmente llegué a las 14:00 a la terminal de occidente en San Salvador.

Llamé a Óscar, quien amablemente se había ofrecido a irme a traer, y mientras esperaba me comí 3 pupusas por 1 dólar, por cierto la llamada me costó 50 cts. de dólar, en El Salvador no hay teléfonos públicos y no encontré el chip que compré en el viaje anterior.

A las 14:30 llegó Óscar, me presentó a Rigoberto Barrera y Enrique Munguía, otros dos cantautores que iban al toque, me contó que nos esperaba un viaje de 5 horas de camino hacia Morazán, lugar donde iba a ser nuestro primer concierto, hasta aquí me enteré de esto, fuimos al aeropuerto a recoger a Diego Sojo cantautor tico que venía especialmente a participar en esta mini gira, ahí me fue contando Óscar que íbamos a tocar 2 días en Morazán y el domingo en Planes de Renderos en San Salvador, yo todo bien, a lo que venga. El vuelo de Diego aterrizó más o menos a la 1 así que ya tenía un par de horas esperando a que llegáramos por él, a pesar de eso Diego estaba feliz de volver a ver a Óscar, Rigo y Kike, con quienes había convivido en un viaje anterior, así que se abrazaron como grandes amigos que son, nos presentamos, montamos las guitarras al baúl del carro y empezamos a recorrer la carretera litoral.

5 horas después y una sandía que se nos atravesó en el camino durante la interminable jodedera que se tenían Kike y Rigo (deberían tener un programa de radio o un espacio en YouTube, ese par son divertidísimos juntos) finalmente llegamos a donde nos esperaba ya el dueño del bar donde tocábamos esa noche acompañado de El Aullador (cantautor hondureño) y Fermán (guitarrista salvadoreño).

Raúl, el dueño del bar nos llevó a la habitación donde dormiríamos las 2 noches siguientes, 2 colchones y una hamaca para 6 personas, a mí me tocó la hamaca, Kike sacó una botella de whisky etiqueta negra, brindamos por el éxito de estar juntos y después de media hora de descanso salimos al bar a hacer lo nuestro. Fue una noche de trovadores donde estaban anunciados 4, pero cantamos 10 más o menos, 4 canciones cada uno, el bar estaba lleno, mucha gente se quedó oyendo desde afuera para no pagar el cover de 2 dólares que era el pago que recibiríamos los cantautores extranjeros, los nacionales apoyan cantando de gratis sabiendo que los de fuera vienen cubriendo sus propios gastos.

Increíblemente el público aguantó la ronda de 40 canciones originales y para sorpresa de todos se quedaron y pidieron una segunda ronda, casi 5 horas seguidas de música original que en cualquier otro lugar hubiera parecido castigo, a este público parecía no serle suficiente y los trovadores felices los complacieron.

Satisfechos de la jornada fuimos a dormir, después de 4 o 5 horas el sol me dio tremenda cachetada en la cara, al rato nos llegó a traer Raúl para llevarnos a conocer a Mia Vercruysse, una ciudadana belga que llegó a El Salvador en los años 80 y desde entonces trabaja en un proyecto musical con comunidades de repatriados víctimas del conflicto armado salvadoreño, El Centro de Arte y Cultura, Escuela de Música «Paco Cutumay» merece un texto aparte.

Después de esta tremenda experiencia fuimos a Jocoaitique en plena celebración de la feria del maíz, almorzamos por supuesto pupusas (pero estas eran especiales, las llaman Obama por ser hechas con maíz negro) y regresamos a nuestra habitación a descansar unas horas antes del concierto de la noche.

Estábamos alistándonos para salir a Perkin para ser el cierre del Festival de Invierno, cuando empezó una tormenta que me hizo pensar que nos iba a espantar al público de esa noche, todavía estaba lloviendo un poco cuando salimos y al llegar la gente de esta región nos volvió a sorprender, estaban frente al escenario entre 200 y 300 personas con sombrillas o bajo toldos esperando la noche de trovadores. Esta noche estábamos aún más cantautores anunciados y otros que se sumaron, al final fuimos casi 15, cada uno con 3 canciones los que nos presentamos frente a un público que no se cansó de escuchar a uno tras otro.

Éxito rotundo en Perkin, además me pagaron 50 dólares que no me esperaba, más 30 del día anterior, no solo fui a vivir experiencias imborrables sino que al final el viaje se estaba pagando solo, humildemente pero sostenible.

Al día siguiente nos levantamos muy temprano, esta vez no fue el sol, sino el frío que dejó la lluvia el que no me dejo dormir y me levantó a las 6 de la mañana, nos alistamos para salir, pasamos a desayunar a un comedor de esos de la carretera, riquísimo, huevos picados a la salvadoreña, casamiento (o sea frijoles volteados con arroz) y café por 1.35 dólares. Seguimos el camino hacia los Planes de Renderos en San Salvador, al llegar fuimos conociendo a otra jauría de aproximadamente 15 trovadores que iban a participar en un minifestival de cantautores salvadoreños que realizan año con año. Otra tanda de 4 horas de canciones originales con un pequeño pero culto público y que nos permitió más que nada conocernos entre nosotros, los locos soñadores.

El resumen de esta experiencia no es tanto la cantidad de público que escuchó nuestra propuesta, ni tampoco cuántos de ellos le dieron «laic» a nuestras páginas de feisbuc, mucho menos cuántos discos se vendieron, cuántos regalamos o cuánto dinero ganó cada uno de los cantautores, lo que se me queda grabado es que yo recorrí cerca de 1000 kilómetros en 3 días para ir cantar mis canciones a El Salvador, eso me permitió conocer a Óscar, hermanazo tan humano que nos atendió con su corazón al grado de llevarme a almorzar al negocio de sus suegros en el mercado, me maté de la risa en el camino con los personajes, voces e interminables jodederas de Kike y Rigo, tuve la suerte de compartir memorables pláticas con Diego Sojo quien por cierto vino en avión cubriendo los costos de su viaje por el simple hecho de que como él dijo «trabajo por amor a mi familia y por necesidad, pero esto de tocar lo hago porque lo necesito para no volverme loco» o algo así recuerdo. Conocí a Jorge Alberto Laínez (Aullador), quien recorrió el camino desde Honduras transbordando incluso en la palangana de un pick-up, lo vimos llorar la muerte de Guillermo Anderson justo en medio de esta gira y sufrir la distancia de su hogar y su esposa con 8 meses de embarazo (a quienes volvió tan rápido como pudo en el primer bus al amanecer). Conocí y pude compartir con muchos colegas cantores y músicos de gran talla como Carlos Cabrera, Manuel Contreras, Juan Mejía, David Guardado, Stefano Calles, Fermán Guitarra, etc. etc., (perdón muchachos si se me escapan sus nombres), nos bañamos todos (por separado, nunca falta algún malpensado) en una pila que nos prestaron en Morazán, dormimos poco, para sorpresa de todos no nos emborrachamos ni un solo día, en fin, vivimos y fuimos lo que somos: CANTAUTORES, MÚSICOS, LOCOS, POETAS, VIAJEROS, SOÑADORES, BOHEMIOS, «HIJOS DE LA BENDITA TROVA».

Trabajo por amor a mi familia y por necesidad, pero esto de tocar lo hago porque lo necesito para no volverme loco.

Artículo anteriorMiguel Ángel Asturias: Nobel y devoto
Artículo siguienteSer maya: del genocidio al souvenir