Por Mario Alfredo Alvarado Vela

Escribir estas líneas en un día memorable para los guatemaltecos es realmente gratificante pues conmemoramos un año más del natalicio del primer Premio Nobel de Literatura que la tierra del quetzal logró obtener del puño y letra del insigne Miguel Ángel Asturias.

Un agonizante siglo XIX pudo ver aun la luz de un pequeño que pudo trascender y criarse en las calles antañonas de uno de los rincones más antiguos de la Nueva Guatemala de la Asunción como lo es el histórico barrio de la Candelaria fundado a finales del siglo XVIII.

Ahí entre las leyendas de la Llorona y el Cadejo se creció este niño, quien heredó de sus ancestros la devoción por la portentosa y milagrosa imagen de Jesús Nazareno de Candelaria bajo cuya devoción se vio influenciado y logró escribir sus letras enmarcadas en la gloria de la literatura universal.

La vida en la niñez de Asturias era dura y marcada por la férrea dictadura del presidente Estrada Cabrera, quien gobernó el país por espacio de 22 años, situación que marcó al literato quien en su obra El Señor Presidente relata de manera magistral, lo vivido bajo el terror cabrerista y nos traslada a los últimos años de esta tiranía.

En este sentido Miguel Ángel Asturias se involucra más en las luchas sociales como quedó demostrado al ser uno de los autores de la letra de La Chalana, el canto de guerra del estudiantado de la tricentenaria Universidad de San Carlos de Guatemala y ser de los primeros escritores del periódico No Nos Tientes.

Inclinado por el ejemplo de su padre se involucró en política siendo electo diputado en la época de Jorge Ubico llegando también, más adelante a ser una gran carrera diplomática que le llevó por el viejo continente.

En este contexto la obra de Asturias aún falta por ser analizada y valorada más en su contexto así como dignificar esta figura que para todos los guatemaltecos debe ser un referente por ser de los primeros latinoamericanos que en el siglo XX lograron alzarse con un nobel en este caso dado por sus letras que lograron inscribirse en la historia de la literatura universal.

La vida del nobel transcurrió muchas veces, marcada por la política y las pasiones propias del siglo XX, pero un aspecto interesante del mismo Asturias y que poco amplían sus biógrafos fue su faceta devocional y religiosa como católico.

En este sentido como apuntamos, oriundo del barrio de Candelaria, su gran devoción fue el Nazareno de la Serena Mirada, una devoción arraigada en su familia como quedó demostrado cuando su hermano fue nombrado presidente de la hermandad de esta insigne escultura durante el siglo pasado.

Pero esta devoción no quedó en un aspecto puramente sentimental sino logra traspasar esta fase humana para incrustarse en la pluma del mismo Asturias, como quedó demostrado con la publicación en la obra Sien de Alondra en los años 40 en la Argentina de un poema dedicado al Nazareno de Candelaria que al poderlo leer y analizar fue escrito con tanta fe y devoción que se enmarca dentro de la literatura religiosa de la América moderna del siglo XX.

Esto no queda ahí pues un aspecto digno de mencionar fue que tras ganar el nobel de literatura en el año de 1967 el mismo Asturias manda a confeccionar al viejo continente una magnifica túnica para la escultura de Jesús Nazareno de Candelaria la cual es un agradecimiento por lograr obtener el ansiado nobel de literatura.

Estos y otros aspectos más del mismo Asturias deberían de ser estudiados por sus biógrafos y darlos a conocer porque forman parte de una faceta poco valorada y entendida del insigne escritor cuya vigencia se encuentra cada día al poder leer una línea de sus escritos que son una marca de identidad guatemalteca.

El mismo siglo XX fue mudo testigo de sus honores pero también del momento del final del primer premio nobel para Guatemala, cuando un ya lejano 9 de junio de 1974 víctima del cáncer fallece en España esta persona a quien Guatemala debe mucho por hacer que nuestras raíces y devociones se conocieran en el mundo entero.

Artículo anteriorLos de la foto
Artículo siguienteDe poetas, locos, viajeros y soñadores